lunes, 21 de diciembre de 2009

“The audacity to win”: David Plouffe, Campaign Manager, Obama for America


The inside story and lessons of Barack Obama’s historic victory

“Say you are a business trying to expand your percent of market share against an established brand-name product. Your competitor’s customers have been buying their product for decades and are unlikely to sample something new. How do you outsell that competitor without converting their customers? You have to recruit new buyers”. Ampliar la base electoral (tanto del bando Demócrata, como Republicano e Independientes) fue la piedra angular, fundamental, sobre la que el Director de Campaña “Obama for America”, David Plouffe, construyó el edificio que permitió a Barack Hussein Obama ganar las primarias y las elecciones de 2008 y convertirse en el Primer Presidente Afro Americano de los Estados Unidos de América.

En “The Audacity to win”, título a propósito extraído de la añada de libros autobiográficos de Obama (del segundo, “The Audacity of Hope”), David Plouffle cuenta, explica y describe, con todo lujo de detalle, cómo él y su equipo, consiguieron batir a Hillary Clinton en las primarias del Partido Demócrata, primero, y ganar a John McCain en las elecciones presidenciales de noviembre de 2008, después. El libro se acaba de publicar hace poco más de un mes y, gracias a la cortesía del autor, he podido leerlo muy rápidamente, al hacerlo llegar a mis manos poco después de salir a las librerías y estar él todavía de “tour”, promocionando el libro en Estados Unidos.

Con independencia de las ideas políticas de cada uno, creo sinceramente que éste es un libro que hará las delicias de Directores de Comunicación de diversas procedencias (también de periodistas): Dircoms , de la empresa privada que buscan nuevos métodos sobre cómo comunicar; para aquellos que trabajan en el sector público o en la política y quieren innovar en estrategias y/o en tácticas; para Directores de Comunicación (Dircom) que tienen inquietudes intelectuales y quieren leer un libro muy bien escrito que, en última instancia y, en palabras del autor, es “the inside story and lessons of Barack Obama’s historic victory”. Porque la gracia de todo este libro es que, gracias a lo que David Plouffe explica a lo largo de 390 páginas, Obama ganó las elecciones. A toro pasado, todos sabemos por qué ganó las elecciones y cómo lo consiguió. Más aún si, como un servidor y tantos otros, en su momento seguimos la campaña electoral durante los años 2007 y 2008, día tras día. Plouffe recoge toda esta historia política y electoral única en América en este volumen que, aseguro, se lee muy rápido, porque de lo bien que está escrito “te engancha desde el principio”.

Ampliar la base electoral del candidato Barack Obama, decíamos al principio. Incorporar a las minorías étnicas y raciales, así como a los grandes alejados de la política: los jóvenes. Este fue el gran reto que el Director de Campaña de Obama se fija desde el año 2006, cuando él y sus colegas de la firma dedicada a consultoría electoral, AKP, acarician la posibilidad de que Obama sea candidato presidencial dos años más tarde. ¿Por qué esa estrategia electoral? Porque desde el primer momento, queda claro que el enemigo a batir se llama Hillary Rodham Clinton. Para el Equipo de Obama, Hillary Clinton es sinónimo de varias cosas terroríficas: tiene en sus manos la maquinaria electoral y la organización más potente de todo el Partido Demócrata. Su nombre, su apellido, Clinton, es el de más popularidad de todo el país: conocimiento espontáneo y sugerido, además de notoriedad, mucha imagen y buena imagen, en general. Hillary está rodeada de un equipo de gente muy experta, ducha en muchas campañas electorales. Y, sobre todo, Hillary tiene mucho dinero y, junto con su marido, es una avezada conseguidora de fondos multimillonarios para sus campañas electorales. Dos grandes defectos identifica Plouffle en la candidatura de Hillary Clinton: su equipo lo componen “primma donnas” que luchan entre sí por tener poder y acceso a los Clinton, por un lado y, por otro, Hillary pertenece a “lo peor”, que para Plouffe es pertenecer al Establishment de Washington.

Plouffe quiere derrotar a Hillary Clinton desde el principio. Para ello, sabe que tiene que poner en práctica un nuevo tipo de campaña electoral. Primero, lo que en América llaman “a grassroots campaign”, con cientos, miles, millones de voluntarios en todo el país dispuestos a dejarse la piel trabajando para evangelizar, puerta a puerta, a favor de la candidatura de Obama. Segundo, mediante la utilización de las nuevas tecnologías. El planteamiento de Plouffe es sencillo…, y poderoso: si la tecnología forma parte de la vida ordinaria de las personas y, cada vez más, la población general utiliza las nuevas tecnologías para tantas cosas en su vida, ¿por qué dejar fuera la política de las nuevas tecnologías? Una buena website y la utilización intensiva de las redes sociales online iba a ser esencial para conseguir adeptos y levantar fondos para la campaña.

En opinión de Plouffe, la gente de Clinton sería incapaz de hacer nada de esto: llevaban demasiados años sin estar implicados personalmente en campañas electorales y estaban “out of touch with the new realities”. En otras palabras, les llama anticuados y considera que están fuera de juego. Peor aún, la perspectiva de la gente de Obama es que los Clinton estaban tan confiados en que iban a ganar que, como en la fábula de la liebre y la tortuga, cuando los Clinton quisieron ponerse las pilas, ya era demasiado tarde.

¿Quién es la gente de Obama? En el libro, Plouffe cita muchas personas, pero yo me quedo con dos, además del autor: con David Axelrod, socio de Plouffe y senior strategist de la campaña, y Robert Gibbs, Director de Comunicación. Estos tres mosqueteros son “the inner circle” de la campaña de Obama for America. A lo largo del libro aprendemos a conocerlos bien, así como a la familia Obama, con multitud de anécdotas inéditas, conversaciones, reuniones, conference calls, etc.

Desde los inicios, para Plouffe hay un objetivo fundamental: las primarias se ganan al principio y eso significa arrasar en Iowa, sobre todo, y en New Hampshire. Como sabemos, Obama, para sorpresa de todos, ganó en Iowa y Hillary hizo lo propio en New Hampshire. Plouffe partía de la premisa de que los Clinton no iban a hacer nada en Iowa, lo cual les daba la oportunidad a los de Obama de patearse las calles para apelar al votante registrado demócrata y persuadirle de que votara por Obama.

A lo largo de todas estas páginas descubrimos muchas cosas interesantes: las dudas del matrimonio Obama, sobre si presentarse o no a las elecciones (¿Cómo afectará la campaña a nuestra vida familiar? ¿Seremos capaces de organizar una campaña ganadora o será todo un esfuerzo inútil?); nos damos cuenta del “odio” que Plouffe y sus gentes profesan a Hillary y su entorno; el desprecio insultante que sienten por Sarah Palin o, sorprendentemente, el enorme respeto que les despierta el Presidente Bush y sus logros electorales durante dieciséis años.

Para los que nos dedicamos al oficio de las encuestas, descubrimos el inmenso valor que el Equipo de Obama daba a las encuestas pre-electorales y a las electorales. Las encuestas deben ser diarias, cercanas (en cada ciudad, estado, etc) y con muestras muy amplias y representativas, para que el margen de error sea muy pequeño y el índice de confianza y probabilidad, muy elevado: ¡qué gran lección! Plouffe se ríe de los Clinton a este respecto, porque “confiaban en las encuestas nacionales de Gallup”, y así les fue, que perdieron las primarias en estados clave…

Obama tenía enormes dudas sobre si presentarse o no. Impuso sus condiciones antes de tomar una decisión: sólo lo haría si eran capaces de organizar una campaña creíble. Obama y sus gentes debían responder a las demandas de cambio que exigía la sociedad americana, en 2006 y en adelante. La campaña, frente al “conventional wisdom” debía ser totalmente innovadora. Las vidas matrimoniales y familiares de los Obama no debían sufrir consecuencia de la campaña. Y, en última instancia, una actitud muy sana de higiene mental y de humildad: “si no ganamos, tampoco pasa nada”.

En el libro, insisto, muy bien escrito y con muchísimos datos y detalles, descubrimos cómo se gestó el lema electoral de “change we can believe in”, como si el cambio que propugnaba Hillary Clinton no fuera creíble. También aprendemos a conocer al autor y al Presidente. Eso sí, bajo una luz demasiado positiva, para ambos, como si no tuvieran defectos. Y este es una de las críticas que, en mi opinión, se le pueden hacer al libro. Consciente o inconscientemente, Plouffle se describe a sí mismo y a Obama demasiado positivamente y, muchas veces, “los demás” (los Clinton, Sarah Palin, McCain, etc.) son muy malos y tontos. Tanto maniqueísmo llega a ser molesto.

Al menos, y esto es mucho, el libro hace que encajen las piezas del puzzle y descubramos todos los entresijos de una campaña electoral exitosa. El libro puede dividirse en dos partes: las primarias contra Hillary Clinton y la campaña electoral contra McCain. En ambos casos destacan dos cuestiones: la importancia de las encuestas, como ya he dicho antes, y el estilo de Obama a la hora de tomar decisiones: es deliberativo, no es impulsivo, escucha todos los puntos de vista y, por fin, decide un rumbo concreto, asumiendo la responsabilidad.

En última instancia, el libro podría resumirse en lo siguiente: es una coctelera de la victoria de Obama, cuyos ingredientes son un candidato carismático y buen comunicador; una campaña y una maquinaria electoral innovadoras; millones de voluntarios adictos, enganchados y comprometidos a una causa; el uso inteligente de Internet , las nuevas tecnologías y las redes sociales online; un electorado deseoso de cambio; errores de bulto y demasiada confianza en las campañas de Clinton y McCain y conseguir dinero a raudales.

Es una lectura imprescindible, conseguible en inglés en Amazón (editorial Viking) por casi 28 dólares aunque, al escribir esto, descubrí una oferta de 16 dólares. Go for it! – Yes, you can!

lunes, 14 de diciembre de 2009

“P.S.” Pierre Salinger, Jefe de Prensa de John Kennedy y LB Johnson, y Director de Campaña de Robert Kennedy


El Dircom más completo y polifacético del siglo XX

“If Pierre knows, the press knows”, le dijo el asesor Kenny O’Donnell al Presidente Kennedy, a propósito de la gestión de la Crisis de los Misiles, de octubre de 1962. La frase está sacada de la película “Trece días”, dirigida por Roger Donaldson y protagonizada por Kevin Costner (2001). El 90% de la película se basa en la trascripción original de las cintas que grabaron las conversaciones, deliberaciones y discusiones del Presidente Kennedy con su Gabinete, en la gestión de la Crisis de los Misiles. En la película se aprecia que, la relación de Pierre Salinger con los periodistas era tan estrecha que, si el Jefe de Prensa de la Casa Blanca sabía lo que estaba pasando, los medios de comunicación se enterarían de inmediato. Y Kennedy y sus asesores querían resolver la crisis sin generar un pánico general entre la población, al tiempo que negociaban en secreto con “los Soviets”. Aunque, en los inicios de la Crisis, Pierre Salinger no estuvo involucrado, sí lo estuvo durante toda su gestión (trece días) y fue testigo y co-protagonista de cómo Kennedy, y sus más allegados asesores, la resolvieron.

Pierre Salinger es uno de los Directores de Comunicación más completos y polifacéticos, interesantes y fascinantes del siglo XX. Trabajó con JFK desde el inicio de su campaña presidencial, en 1960, hasta que el Presidente fue asesinado, el 22 de noviembre de 1963. Durante esos años, Salinger formó parte del círculo de personas más cercano al Presidente, de aquello que muchos llamaron “la Corte de Camelot”. Como afirma Clint Eastwood, refiriéndose al Presidente Kennedy, en su película “In the line of fire”, “Kennedy was different, the whole country was different” (1993): Kennedy dio a la Casa Blanca, y a la Presidencia de Norteamérica, un glamour inigualable. Pierre Salinger es testigo ocular de lo que sucede en aquella Casa Blanca, dirigida por un Presidente tan excepcional, al tiempo que, en ocasiones, Salinger se convierte en co-protagonista de los acontecimientos.

A sus años en la Casa Blanca, con Kennedy, primero y con LBJ’s, después (fue Jefe de Prensa de Johnson durante los primeros meses de su presidencia), Salinger dedica su primer libro de memorias, publicado en 1967: “With Kennedy”. A lo largo de sus casi cuatrocientas páginas, vemos a un Jefe de Prensa innovador en materia de gestión de comunicación, al servicio de un Presidente igualmente en vanguardia. Son Kennedy y Salinger los primeros en utilizar la televisión como medio más eficaz para transmitir mensajes políticos a las masas. Con Ike (Eisenhower), el Presidente anterior a Kennedy, las ruedas de prensa presidenciales, se entregaban a los medios grabadas en una cinta. Kennedy y Salinger deciden hacer una rueda de prensa presidencial cada semana, en directo y, habitualmente, con preguntas en vivo de los periodistas acreditados en la Casa Blanca. Ahí empezó la tradición, convertida en costumbre, que deriva casi en obligación (aunque no ley).

Salinger es el primer Jefe de Prensa de la Casa Blanca del siglo XX que establece una relación directa, cordial y de confianza con los periodistas que cubren informativamente al Presidente. Seguramente, hoy, sus métodos de relación con los medios nos parecen “de Perogrullo” o “de ordinaria administración”. Pero a principios de los años sesenta del siglo pasado, fueron revolucionarios y, por ello, tienen un enorme valor histórico.

En realidad, Salinger, es un avezado en casi todo. Un adelantado a su tiempo. Con pocos años, como Mozart, ya tocaba perfectamente el piano. A los diecinueve años, dirigía & comandaba un submarino en plena Guerra Mundial (la Segunda). Siendo periodista joven, decide embarcarse en la aventura de desenmascarar al líder sindical mafioso Jimmy Hoffa. Esta actuación le hará intimar con Robert Kennedy, quien dirige una Comisión de Investigación sobre el mismo asunto en el Senado. Gracias a este encuentro de intereses, comienza una relación con la familia Kennedy que incluye a Salinger en el “sancta sanctorum” de personas más allegadas al futuro Presidente Kennedy.

Desde esta cercanía, en “With Kennedy” descubrimos muchas interioridades de la Administración de JFK. La crisis de Bahía de Cochinos, nada más asumir la Presidencia, la lucha por los derechos civiles, las cumbres con los líderes soviéticos para reducir armamento nuclear o, como ya hemos dicho, la gestión y solución de la Crisis de los Misiles. Sin embargo, Salinger describe un Kennedy demasiado positivo. Y se pinta a sí mismo bajo la mejor de las luces posibles. Se ve que Salinger quiere mantener vivo el mito de “la Corte de Camelot”. Y, ciertamente, aporta una perspectiva muy interesante de su trabajo como Jefe de Prensa de Kennedy y de su Presidencia. Sin embargo, no es la biografía adecuada para conocer verdaderamente al Presidente. Cuando menos hay que complementarla con la monumental obra “A thousand days: John Kennedy in the White House” de Arthur M. Schlesinger y, sobre todo, con la más reciente biografía de Robert Dallek “An unfinished life” (2003), que acudiendo a archivos y fuentes de información totalmente nuevas, aporta datos definitivos y sorprendentes sobre el Presidente Kennedy.

Salinger no estuvo junto a Kennedy cuando éste fue asesinado, en noviembre de 1963. Salinger solía acompañar habitualmente al Presidente en sus viajes, dentro y fuera del país. En aquel fatídico día en Dallas, Salinger estaba en un avión acompañando al Secretario de Estado, Dean Rusk, para preparar la primera visita de estado de un presidente americano a Japón, desde la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, la actividad profesional de Salinger no acaba con el asesinato de su idolatrado jefe y amigo. Más bien, su trabajo en la Casa Blanca es un aperitivo, un “springboard”, un trampolín desde el que hacer cosas mayores y trascendentes. Con el nuevo Presidente, Johnson (LBJ), Salinger continúa siendo Jefe de Prensa, pero no había sintonía entre ambos (tampoco la hubo entre Kennedy y LBJ) y, a los pocos meses, lo deja. Decide entrar en política y, durante unos meses es Senador demócrata, sustituyendo a un amigo senador recientemente fallecido. Cuando llegan las elecciones al Senado, las pierde, frente a su contrincante republicano. Salinger llega a pensar en presentarse él mismo a las elecciones presidenciales, pero es consciente de sus limitaciones. Como afirma en su segundo y definitivo libro de memorias (P.S. de 2001), “la prensa no respeta la vida privada de los políticos, y yo he tenido una vida privada muy complicada”. Según Salinger, los medios hubieran destrozado un candidato presidencial que tuvo cuatro esposas y era conocido por sus continuas infidelidades conyugales.

En 1968, Salinger está de nuevo en la carretera, esta vez como Director de Campaña de Robert (Bobby) Kennedy. A dicha experiencia, dedica un nuevo libro: “An honorable profession: a tribute to Robert F. Kennedy”. Aquí cuenta las interioridades de una campaña electoral dura y reñida, en que la lucha contra la pobreza y acabar con la guerra de Vietnam son las dos grandes causas del candidato Kennedy. Pero, una vez más, el asesinato trunca las esperanzas. Robert Kennedy fue asesinado a tiros en la cocina del Hotel Ambassador, en California (ver “Bobby”, de Emilio Estevez, protagonizada por Anthony Hopkins, Helen Hunt, y Demi Moore, entre otros) justo después de saber que había ganado las primarias demócratas en dicho estado, -sustancialmente crítico para ganar las primarias presidenciales- y, en última instancia, la Casa Blanca. En esta ocasión, Salinger estaba a cuatro pasos del amigo, Bobby, cuando éste fue asesinado.

Salinger decide abandonar el país y, durante más de dos décadas, trabaja como corresponsal y “Bureau Chief” para ABC News en París. No hay que olvidar que Pierre Salinger es de madre católica francesa y, él mismo católico y, “afrancesado”. Durante muchos años vuelve a construir una reputación formidable de sí mismo como periodista: se implica en la crisis de los rehenes de Irán de 1979 y hasta entabla negociaciones “con los de Hizbulá”, cuando estos cogen rehenes americanos en el Líbano, ya con Reagan como Presidente. Salinger culmina su carrera trabajando como Vicepresidente para una gran agencia de relaciones públicas con sede en Washington, B-M.

Niño prodigio, extraordinariamente culto, periodista político, corresponsal de guerra, jefe de prensa de la Casa Blanca, Director de Campañas electorales, político él mismo…, Pierre Salinger aporta en sus libros de memorias, con humildad (a veces, eso sí, con cierta vanidad propia de quien se sabe muy inteligente) una ingente cantidad de datos e información útil para quien quiera ser “el perfecto y completo Director de Comunicación”. Sus memorias condensan cinco décadas de experiencia profesional junto a varios de los hombres más influyentes de la política y el periodismo del mundo.

martes, 1 de diciembre de 2009

“Right from the beginning” Pat Buchanan, Director de Comunicación de Ronald Reagan (1985-1987)


El Director de Comunicación que quiso ser Presidente


Patrick (“Pat”) J. Buchanan, periodista, es autor de más de media docena de libros sobre política, relaciones internacionales y el papel de América en el mundo. Sobre todo, es abanderado de un tipo de revolución conservadora radical que se sitúa a la derecha de Ronald Reagan y los llamados “neocons” o neoconservadores que le sucedieron.

En su primer libro de memorias, “Right from the beginning” (publicado en diciembre de 1988) llama extraordinariamente la atención que Buchanan apenas dedique atención –es decir, espacio, páginas-, a sus “jefes”. A Nixon, para quien trabajó durante ocho años como “senior political advisor”, le despacha en un capítulo: insisto, brevedad absoluta sobre ocho años de vida profesional, trabajando muy cerca de uno de los Presidentes más polémicos de Norteamérica, en todo el siglo XX (Nixon es equivalente a, por ejemplo: el Caso Watergate que le llevó a dimitir, la apertura de las relaciones con China, la crisis del petróleo en 1973 y la Guerra árabe-israelí de Yom Kippur, la Guerra de Vietnam y las tormentosas relaciones entre Nixon y su mano derecha en política exterior, Henry Kissinger, entre otras muchas cosas).

Con Gerald Ford, que sucedió a Nixon en la Presidencia y duró poco en el cargo, trabajó muy pocos años y, quizá, Buchanan no consideró importante mencionar su trabajo para un Presidente “irrelevante”.

En el caso de Ronald Reagan, la ausencia de referencias es todavía más sangrante debido a la enorme relevancia de la Presidencia de Reagan para la historia de América. Buchanan trabajó como senior political advisor, para Reagan. Y fue su Director de Comunicación entre 1985 y 1987. Sin embargo, en este libro de memorias publicado en diciembre de 1988 (justo cuando Reagan va a dejar de ser Presidente y le va suceder George Bush Padre), Buchanan apenas menciona a Ronald Reagan. Extraño y curioso, al menos.

Una primera lectura, poco atenta, podría llevar a interpretar el silencio de Buchanan hacia Reagan, el gran autor, inventor y motor de la Revolución Conservadora en el Partido Republicano, como un pasar por alto un período profesional poco brillante para Buchanan. En los años en que sirvió a Reagan, Buchanan fue un Director de Comunicación muy polarizador: acuñó la frase “I am a Contra, too”, “yo también soy un Contra”, para apoyar la política del Presidente, a favor de los Contras en Nicaragua, frente a los Sandinistas de Daniel Ortega. En dicha frase, Buchanan ya se va retratando: más que transmitir política que hacen otros (Reagan), Buchanan quiere articular su propia agenda. De hecho, su libro de memorias es más un libro sobre sus propias ideas políticas, que sobre los Presidentes a los que sirvió. Buchanan se da más importancia a sí mismo que a sus Jefes.

Como Director de Comunicación de Reagan, Buchanan defendió públicamente a Oliver North, el comandante que, bajo órdenes del “entorno más cercano al Presidente”, vendió armas a Irán, a cambio de la liberación de rehenes americanos en el Líbano (presos de Hizbulá, grupo chií muy cercano a los ayatolás de Irán) y, con ese dinero, financió la guerra ilegal americana y de los “Contras” en Nicaragua, frente al gobierno marxista de Daniel Ortega. Todo esto no es cuestión baladí: este escándalo casi le costó la Presidencia a Ronald Reagan. “Alguien” se saltó la ley a la torera y llevó a cabo actos ilegales para cumplir supuestos mandatos presidenciales. Reagan negó todo conocimiento de los hechos, aunque sus políticas eran claras y explícitas: luchar contra la expansión del comunismo en el continente americano, con todos los medios a su alcance. Varios miembros del Staff de Reagan tuvieron que dimitir, por el “escándalo Irán-Contra”. No fue el caso de Buchanan, único miembro del Equipo Presidencial que dio la cara y defendió abiertamente a Oliver North, quien a las órdenes de Bud McFarlane (Asesor del Presidente en el Comité de Seguridad Nacional), fue brazo ejecutor de las más negras políticas de Reagan.

Buchanan está asociado a la polémica, como Director de Comunicación. Cuando, en 1985, Reagan visitó el cementerio germano de Bitburg, en que además de soldados del Ejército Alemán, había 48 miembros de las Waffen SS, Buchanan hace unas declaraciones explosivas…, letales para el Presidente Reagan: “no podíamos dejar que la opinión pública creyera que el Presidente había cedido a las presiones del lobby judío”. ¿Se puede ser más políticamente incorrecto? Cuando Reagan anunció que iba a visitar dicho cementerio, aún no sabía que había soldados de las SS (asesinos de judíos, víctimas del Holocausto nazi). La opinión pública mundial se le echó encima. Reagan cuenta en sus memorias que “hasta Nancy mostró su oposición a mi visita: Ron, tengo el presentimiento de que, en esto, estás equivocado”. Pero Reagan no quiso dar su brazo a torcer e, incluso, cuando supo quiénes estaban enterrados allí, mantuvo su decisión de acudir al cementerio, para no ofender a los alemanes. El objetivo de la visita era recuperar las relaciones con el antiguo enemigo, Alemania, mediante la honra a los soldados caídos. Pero a Reagan el tiro casi le salió por la culata, porque, efectivamente, el lobby judío americano se le echó encima y, con él, la prensa y la opinión pública mundial. Casi, ni siquiera es Reagan quien tiene que defenderse o explicar sus actos: es Buchanan quien lo hace por él. Buchanan, realmente, no defiende al Presidente: El Dircom defiende su propia visión geopolítica.

La “gracia” del asunto es que Ronald Reagan, en su propio libro de memorias “An American life”, publicado en 1990, un año largo tras dejar de ser Presidente, tampoco hace mención de Pat Buchanan. Y, en su larguísimo y muy detallado volumen (censurado parcialmente por Nancy Reagan) de “Diarios Presidenciales”, publicado a finales de 2007, Reagan apenas habla de Buchanan. Esto es muy llamativo, porque Reagan desciende a mucho detalle en sus diarios presidenciales, que abarcan de 1980 a 1989. Habla de todos y cada uno de los personajes que le rodean en la Casa Blanca, excepto de su Director de Comunicación.

¿Por qué unos (Presidentes) y otro (Dircom) se ignoran mutuamente en sus respectivas memorias? Por una muy sencilla razón: porque Buchanan quería ser él mismo Presidente y, de hecho, tuvo y tiene en muy poca estima a los Presidentes a los que sirvió. En otras palabras, Buchanan cree que el único y verdadero merecedor del cargo de Presidente era él y no Nixon, Ford o Reagan. Con razón no habla de ellos en sus memorias: el protagonista es él y sus ideas, no unos presidentes indignos del cargo, en su opinión, enormemente subjetiva, por cierto.

En 1986, aún siendo Reagan Presidente, y él todavía Director de Comunicación, Buchanan da un discurso en que afirma que “sólo el tiempo dirá si, verdaderamente, el Presidente Reagan ha iniciado una Revolución Conservadora que durará décadas”. En realidad, es Buchanan quien desea liderar esa revolución. Considera que Reagan es demasiado “soft”; que no está suficientemente a la derecha. Sin embargo, el paso de los años acabará dando la razón a Reagan y no a Buchanan. Reagan gobernó ocho años; le sucedió el Vicepresidente Bush Padre. Clinton gobernó ocho años, gracias a la aparición de un independiente (Ross Perot, en 1992 y 1996) que robó millones de votos a los republicanos que, además, estaban divididos. En 2000 y 2004, George Bush Hijo devolvía la Casa Blanca a los republicanos. En 2008, por un margen no demasiado elevado, Obama recupera la Casa Blanca para los Demócratas. En América, se considera que, el último cuarto de siglo ha sido Republicano, conservador.

Sin embargo, ¿Quién lidera la Revolución Conservadora de estos últimos 25 años? ¿Buchanan, el periodista, comunicador y Dircom, o el Presidente Reagan? La respuesta la dieron todos los candidatos republicanos a las elecciones presidenciales de 2008. En los diversos debates electorales que celebraron en la Ronald Reagan Presidencial Library, todos, uno detrás de otro –incluido McCain, por supuesto-, afirmaron ser dignos sucesores de la herencia Reagan. Nancy Reagan tuvo que hacer un endorsement (apoyo) de todos y cada uno, para que hubiera paz en el bando republicano. Ninguna mención a Buchanan. El vencedor fue el actor/comunicador Ronald Reagan, no el intelectual/extremista, Pat Buchanan.

Buchanan se presentó como candidato republicano presidencial en 1992 y 1996, pero no consiguió ganar las primarias, frente a George Bush Padre y Bob Dole, respectivamente. En 2000, se presentó como independiente, por el Partido de la Reforma. En el 2004 volvió al Partido Republicano.

Pat Buchanan es autor de más de media docena libros y, posiblemente, miles de artículos. En todos ellos deja claras sus ideas políticas, que le sitúan más a la derecha que el propio Partido Republicano. Católico tradicionalista, critica a la Iglesia Católica americana, “por tibia”. En su momento, apoyó las políticas del “apartheid” del régimen racista de Sudáfrica. Condenó moralmente a las víctimas del sida y pidió que no hubiera control de armamentos, ni negociaciones sobre la carrera nuclear.

Hoy es un comentarista político de la cadena de televisión MSNBC y continúa escribiendo y publicando libros y artículos. Este año, por ejemplo, ha publicado su última obra, “Churchill, Hitler, and the unnecessary war”.

Resignado a su papel de comunicador, parece haber entendido, finalmente, que se quedó a las puertas de la grandeza, sin alcanzarla. Y que la gloria, otorgada a otros y a él negada, fue bien merecida. Lección de humildad que, si aprendida, es bienvenida: él es, sólo, el Director de Comunicación que quiso ser Presidente.