martes, 25 de septiembre de 2012

Sprint final hacia la Casa Blanca

Si hoy hubiera elecciones presidenciales en Estados Unidos, Barack Obama ganaría a Mitt Romney por tres puntos: 48,5% versus 45,5%, en voto popular. Esa diferencia porcentual está dentro del margen de error de cualquier buena encuesta preelectoral: sería un empate técnico. Hay precedentes: en 1960, Nixon versus Kennedy, y en 2000, Kerry y Bush. Pero el sistema electoral estadounidense es indirecto y, en cada Estado, se eligen delegados que forman el colegio electoral: ellos eligen al presidente.

Nuestras estimaciones, basadas en un tracking diario nacional, y otro en cada uno de los Estados, conforme la información provista por media docena de encuestas diarias, nos dan un par de intervalos: en el primero, Obama consigue 237 delegados y Romney, 191; en el segundo, el presidente gana 332, y Romney, 206. La diferencia entre ambas mediciones se explica porque, en un caso se tienen en cuenta solo los Estados en los que sabemos, con certeza, la intención de voto (primer intervalo) y, en el segundo, están incluidos los 12 Estados en que hay un 10% de independientes (media aritmética), cuyo voto es difícil predecir. A finales de septiembre es más fiable el primer intervalo que el segundo. Nunca la sociedad americana había estado tan polarizada y enfrentada.

Obama, además de ganar por votos y delegados, también cae bien a una gran mayoría de americanos. En Europa, este factor es menos relevante en unas elecciones, pero en Estados Unidos es muy importante: tanto que, sin este parámetro, no se entienden las victorias de Ronald Reagan o Bill Clinton, los dos presidentes, junto a JFK (Jack Kennedy), más populares, simpáticos, atractivos y carismáticos según los potenciales votantes. En el caso de Clinton, este dato alcanza hoy el 66%, porque incluye un 25% de republicanos, que recuerdan con nostalgia la era Clinton de bonanza económica: mercados de valores al alza; empresas tecnológicas disparadas; globalización; desregulación financiera; Estados Unidos como única superpotencia del mundo, sin la URSS; crecimientos del PIB del 3,5%, durante ocho años, y 23,1 millones nuevos empleos.

Obama cae bien al 50,4% y cae mal al 43,4%. Romney, cae bien y mal, por igual, al 43,8% de votantes registrados. Nuestras encuestas se han realizado un día antes de que se hiciera público el vídeo en que Romney dijo que el 47% de los votantes de Obama "no le importan y que no les convencerá jamás: creen que tienen derecho a trabajo, comida y ropa gratis, proveída por el Estado. No creen en la responsabilidad personal"; y "si mi padre tuviera apellidos mexicanos, mis posibilidades de ser elegido se doblarían". Veremos en breve cómo estas declaraciones influyen en los votantes de clase media y las minorías: afroamericanos, asiáticos y, por supuesto, hispanos, todos proclives a votar a Obama.

Durante julio y agosto, la campaña estuvo protagonizada por la carrera de los candidatos para conseguir dinero, la publicidad positiva y negativa de ambas partes, las convenciones, y por el debate en torno a los temas que hoy preocupan a la sociedad americana. Casi todos estos asuntos eran nacionales (domésticos, dicen en EE UU) y tan solo ha entrado en liza la política internacional (donde Obama, en todas las encuestas diarias desde que tomó posesión, ha obtenido calificaciones positivas superiores al 50%), cuando el mundo musulmán se ha enfadado, atacando intereses norteamericanos y occidentales (alemanes y británicos, entre otros), tras la emisión de un vídeo que denigra al profeta Mahoma.

Por lo demás, el verano político se centró en varios asuntos, tanto entre la opinión pública como entre la opinión publicada. Lo sé, no solo porque hago seis encuestas diarias en Estados Unidos y leo muchas publicaciones americanas, sino porque pasé el mes de agosto recorriendo los 12 Estados en que se decidirá el resultado final de la elección: pocas veces la preocupación de las personas normales, de la calle, coincide con lo que dicen los medios de comunicación, manifiestan las encuestas y, ya el colmo, es idéntico al discurso de los políticos. Me pareció un fenómeno digno de estudio y que diferencia esta campaña presidencial de todas las demás: solo es equiparable a la que, en 1980, enfrentó a Carter y a Reagan, y en 1960 a Kennedy con Nixon, por conquistar el alma de Estados Unidos.

¿Qué preocupa hoy a los electores? La supremacía mundial de América; el tamaño del Estado; la mayor o menor intervención del Gobierno en la economía; el desempleo (ahora, en el 8,1%, a pesar de la creación de 4,5 millones de empleos netos entre junio de 2009 y agosto de 2012, que se explica por el aumento de la tasa de actividad y el de la población activa que busca trabajo); inmigración (América tiene 50 millones de ciudadanos hispanos y 15 millones de ilegales o aliens latinos); las reformas sanitaria (Obamacare) y financiera; el recorte del gasto público y en qué partidas (¿defensa o programas sociales?); impuestos; el equilibrio presupuestario (sobre lo que Paul Ryan, candidato a vicepresidente con Romney, tiene un plan muy austero y draconiano) para volver a crecer en PIB por encima del 3%, con el que Estados Unidos conseguiría el pleno empleo; en el exterior, lo de siempre: Irán, Corea del Norte, la esquizofrénica relación de amor y odio con China (la financiación china mantiene el exiguo consumo americano), y los precios de la vivienda y de la gasolina, muy relevantes en Estados Unidos. Por supuesto, las relaciones con Israel, empañadas con los demócratas por el deseo judío de atacar a Irán antes de que obtenga la bomba atómica, lo que provocaría consecuencias imprevisibles en Oriente Medio y torpedearía el proceso de paz palestino-israelí, hoy estancado.

Las elecciones las decidirán 12 Estados y diversos segmentos sociodemográficos de votantes: jóvenes, mujeres, desempleados, latinos (los hispanos legales suponen el 17,9% de la población, según el censo de julio de 2012), veteranos, clase trabajadora y los milmillonarios que aportan fondos a cada candidato. Versus 2008, los 15 millones de seguidores de Barack Obama en Twitter, y el millón de Mitt Romney, tienen poco que decir en las elecciones de 2012. Dinero manda.

Publicado previamente en Cinco Días el 24 de septiembre de 2012