lunes, 21 de diciembre de 2009

“The audacity to win”: David Plouffe, Campaign Manager, Obama for America


The inside story and lessons of Barack Obama’s historic victory

“Say you are a business trying to expand your percent of market share against an established brand-name product. Your competitor’s customers have been buying their product for decades and are unlikely to sample something new. How do you outsell that competitor without converting their customers? You have to recruit new buyers”. Ampliar la base electoral (tanto del bando Demócrata, como Republicano e Independientes) fue la piedra angular, fundamental, sobre la que el Director de Campaña “Obama for America”, David Plouffe, construyó el edificio que permitió a Barack Hussein Obama ganar las primarias y las elecciones de 2008 y convertirse en el Primer Presidente Afro Americano de los Estados Unidos de América.

En “The Audacity to win”, título a propósito extraído de la añada de libros autobiográficos de Obama (del segundo, “The Audacity of Hope”), David Plouffle cuenta, explica y describe, con todo lujo de detalle, cómo él y su equipo, consiguieron batir a Hillary Clinton en las primarias del Partido Demócrata, primero, y ganar a John McCain en las elecciones presidenciales de noviembre de 2008, después. El libro se acaba de publicar hace poco más de un mes y, gracias a la cortesía del autor, he podido leerlo muy rápidamente, al hacerlo llegar a mis manos poco después de salir a las librerías y estar él todavía de “tour”, promocionando el libro en Estados Unidos.

Con independencia de las ideas políticas de cada uno, creo sinceramente que éste es un libro que hará las delicias de Directores de Comunicación de diversas procedencias (también de periodistas): Dircoms , de la empresa privada que buscan nuevos métodos sobre cómo comunicar; para aquellos que trabajan en el sector público o en la política y quieren innovar en estrategias y/o en tácticas; para Directores de Comunicación (Dircom) que tienen inquietudes intelectuales y quieren leer un libro muy bien escrito que, en última instancia y, en palabras del autor, es “the inside story and lessons of Barack Obama’s historic victory”. Porque la gracia de todo este libro es que, gracias a lo que David Plouffe explica a lo largo de 390 páginas, Obama ganó las elecciones. A toro pasado, todos sabemos por qué ganó las elecciones y cómo lo consiguió. Más aún si, como un servidor y tantos otros, en su momento seguimos la campaña electoral durante los años 2007 y 2008, día tras día. Plouffe recoge toda esta historia política y electoral única en América en este volumen que, aseguro, se lee muy rápido, porque de lo bien que está escrito “te engancha desde el principio”.

Ampliar la base electoral del candidato Barack Obama, decíamos al principio. Incorporar a las minorías étnicas y raciales, así como a los grandes alejados de la política: los jóvenes. Este fue el gran reto que el Director de Campaña de Obama se fija desde el año 2006, cuando él y sus colegas de la firma dedicada a consultoría electoral, AKP, acarician la posibilidad de que Obama sea candidato presidencial dos años más tarde. ¿Por qué esa estrategia electoral? Porque desde el primer momento, queda claro que el enemigo a batir se llama Hillary Rodham Clinton. Para el Equipo de Obama, Hillary Clinton es sinónimo de varias cosas terroríficas: tiene en sus manos la maquinaria electoral y la organización más potente de todo el Partido Demócrata. Su nombre, su apellido, Clinton, es el de más popularidad de todo el país: conocimiento espontáneo y sugerido, además de notoriedad, mucha imagen y buena imagen, en general. Hillary está rodeada de un equipo de gente muy experta, ducha en muchas campañas electorales. Y, sobre todo, Hillary tiene mucho dinero y, junto con su marido, es una avezada conseguidora de fondos multimillonarios para sus campañas electorales. Dos grandes defectos identifica Plouffle en la candidatura de Hillary Clinton: su equipo lo componen “primma donnas” que luchan entre sí por tener poder y acceso a los Clinton, por un lado y, por otro, Hillary pertenece a “lo peor”, que para Plouffe es pertenecer al Establishment de Washington.

Plouffe quiere derrotar a Hillary Clinton desde el principio. Para ello, sabe que tiene que poner en práctica un nuevo tipo de campaña electoral. Primero, lo que en América llaman “a grassroots campaign”, con cientos, miles, millones de voluntarios en todo el país dispuestos a dejarse la piel trabajando para evangelizar, puerta a puerta, a favor de la candidatura de Obama. Segundo, mediante la utilización de las nuevas tecnologías. El planteamiento de Plouffe es sencillo…, y poderoso: si la tecnología forma parte de la vida ordinaria de las personas y, cada vez más, la población general utiliza las nuevas tecnologías para tantas cosas en su vida, ¿por qué dejar fuera la política de las nuevas tecnologías? Una buena website y la utilización intensiva de las redes sociales online iba a ser esencial para conseguir adeptos y levantar fondos para la campaña.

En opinión de Plouffe, la gente de Clinton sería incapaz de hacer nada de esto: llevaban demasiados años sin estar implicados personalmente en campañas electorales y estaban “out of touch with the new realities”. En otras palabras, les llama anticuados y considera que están fuera de juego. Peor aún, la perspectiva de la gente de Obama es que los Clinton estaban tan confiados en que iban a ganar que, como en la fábula de la liebre y la tortuga, cuando los Clinton quisieron ponerse las pilas, ya era demasiado tarde.

¿Quién es la gente de Obama? En el libro, Plouffe cita muchas personas, pero yo me quedo con dos, además del autor: con David Axelrod, socio de Plouffe y senior strategist de la campaña, y Robert Gibbs, Director de Comunicación. Estos tres mosqueteros son “the inner circle” de la campaña de Obama for America. A lo largo del libro aprendemos a conocerlos bien, así como a la familia Obama, con multitud de anécdotas inéditas, conversaciones, reuniones, conference calls, etc.

Desde los inicios, para Plouffe hay un objetivo fundamental: las primarias se ganan al principio y eso significa arrasar en Iowa, sobre todo, y en New Hampshire. Como sabemos, Obama, para sorpresa de todos, ganó en Iowa y Hillary hizo lo propio en New Hampshire. Plouffe partía de la premisa de que los Clinton no iban a hacer nada en Iowa, lo cual les daba la oportunidad a los de Obama de patearse las calles para apelar al votante registrado demócrata y persuadirle de que votara por Obama.

A lo largo de todas estas páginas descubrimos muchas cosas interesantes: las dudas del matrimonio Obama, sobre si presentarse o no a las elecciones (¿Cómo afectará la campaña a nuestra vida familiar? ¿Seremos capaces de organizar una campaña ganadora o será todo un esfuerzo inútil?); nos damos cuenta del “odio” que Plouffe y sus gentes profesan a Hillary y su entorno; el desprecio insultante que sienten por Sarah Palin o, sorprendentemente, el enorme respeto que les despierta el Presidente Bush y sus logros electorales durante dieciséis años.

Para los que nos dedicamos al oficio de las encuestas, descubrimos el inmenso valor que el Equipo de Obama daba a las encuestas pre-electorales y a las electorales. Las encuestas deben ser diarias, cercanas (en cada ciudad, estado, etc) y con muestras muy amplias y representativas, para que el margen de error sea muy pequeño y el índice de confianza y probabilidad, muy elevado: ¡qué gran lección! Plouffe se ríe de los Clinton a este respecto, porque “confiaban en las encuestas nacionales de Gallup”, y así les fue, que perdieron las primarias en estados clave…

Obama tenía enormes dudas sobre si presentarse o no. Impuso sus condiciones antes de tomar una decisión: sólo lo haría si eran capaces de organizar una campaña creíble. Obama y sus gentes debían responder a las demandas de cambio que exigía la sociedad americana, en 2006 y en adelante. La campaña, frente al “conventional wisdom” debía ser totalmente innovadora. Las vidas matrimoniales y familiares de los Obama no debían sufrir consecuencia de la campaña. Y, en última instancia, una actitud muy sana de higiene mental y de humildad: “si no ganamos, tampoco pasa nada”.

En el libro, insisto, muy bien escrito y con muchísimos datos y detalles, descubrimos cómo se gestó el lema electoral de “change we can believe in”, como si el cambio que propugnaba Hillary Clinton no fuera creíble. También aprendemos a conocer al autor y al Presidente. Eso sí, bajo una luz demasiado positiva, para ambos, como si no tuvieran defectos. Y este es una de las críticas que, en mi opinión, se le pueden hacer al libro. Consciente o inconscientemente, Plouffle se describe a sí mismo y a Obama demasiado positivamente y, muchas veces, “los demás” (los Clinton, Sarah Palin, McCain, etc.) son muy malos y tontos. Tanto maniqueísmo llega a ser molesto.

Al menos, y esto es mucho, el libro hace que encajen las piezas del puzzle y descubramos todos los entresijos de una campaña electoral exitosa. El libro puede dividirse en dos partes: las primarias contra Hillary Clinton y la campaña electoral contra McCain. En ambos casos destacan dos cuestiones: la importancia de las encuestas, como ya he dicho antes, y el estilo de Obama a la hora de tomar decisiones: es deliberativo, no es impulsivo, escucha todos los puntos de vista y, por fin, decide un rumbo concreto, asumiendo la responsabilidad.

En última instancia, el libro podría resumirse en lo siguiente: es una coctelera de la victoria de Obama, cuyos ingredientes son un candidato carismático y buen comunicador; una campaña y una maquinaria electoral innovadoras; millones de voluntarios adictos, enganchados y comprometidos a una causa; el uso inteligente de Internet , las nuevas tecnologías y las redes sociales online; un electorado deseoso de cambio; errores de bulto y demasiada confianza en las campañas de Clinton y McCain y conseguir dinero a raudales.

Es una lectura imprescindible, conseguible en inglés en Amazón (editorial Viking) por casi 28 dólares aunque, al escribir esto, descubrí una oferta de 16 dólares. Go for it! – Yes, you can!

lunes, 14 de diciembre de 2009

“P.S.” Pierre Salinger, Jefe de Prensa de John Kennedy y LB Johnson, y Director de Campaña de Robert Kennedy


El Dircom más completo y polifacético del siglo XX

“If Pierre knows, the press knows”, le dijo el asesor Kenny O’Donnell al Presidente Kennedy, a propósito de la gestión de la Crisis de los Misiles, de octubre de 1962. La frase está sacada de la película “Trece días”, dirigida por Roger Donaldson y protagonizada por Kevin Costner (2001). El 90% de la película se basa en la trascripción original de las cintas que grabaron las conversaciones, deliberaciones y discusiones del Presidente Kennedy con su Gabinete, en la gestión de la Crisis de los Misiles. En la película se aprecia que, la relación de Pierre Salinger con los periodistas era tan estrecha que, si el Jefe de Prensa de la Casa Blanca sabía lo que estaba pasando, los medios de comunicación se enterarían de inmediato. Y Kennedy y sus asesores querían resolver la crisis sin generar un pánico general entre la población, al tiempo que negociaban en secreto con “los Soviets”. Aunque, en los inicios de la Crisis, Pierre Salinger no estuvo involucrado, sí lo estuvo durante toda su gestión (trece días) y fue testigo y co-protagonista de cómo Kennedy, y sus más allegados asesores, la resolvieron.

Pierre Salinger es uno de los Directores de Comunicación más completos y polifacéticos, interesantes y fascinantes del siglo XX. Trabajó con JFK desde el inicio de su campaña presidencial, en 1960, hasta que el Presidente fue asesinado, el 22 de noviembre de 1963. Durante esos años, Salinger formó parte del círculo de personas más cercano al Presidente, de aquello que muchos llamaron “la Corte de Camelot”. Como afirma Clint Eastwood, refiriéndose al Presidente Kennedy, en su película “In the line of fire”, “Kennedy was different, the whole country was different” (1993): Kennedy dio a la Casa Blanca, y a la Presidencia de Norteamérica, un glamour inigualable. Pierre Salinger es testigo ocular de lo que sucede en aquella Casa Blanca, dirigida por un Presidente tan excepcional, al tiempo que, en ocasiones, Salinger se convierte en co-protagonista de los acontecimientos.

A sus años en la Casa Blanca, con Kennedy, primero y con LBJ’s, después (fue Jefe de Prensa de Johnson durante los primeros meses de su presidencia), Salinger dedica su primer libro de memorias, publicado en 1967: “With Kennedy”. A lo largo de sus casi cuatrocientas páginas, vemos a un Jefe de Prensa innovador en materia de gestión de comunicación, al servicio de un Presidente igualmente en vanguardia. Son Kennedy y Salinger los primeros en utilizar la televisión como medio más eficaz para transmitir mensajes políticos a las masas. Con Ike (Eisenhower), el Presidente anterior a Kennedy, las ruedas de prensa presidenciales, se entregaban a los medios grabadas en una cinta. Kennedy y Salinger deciden hacer una rueda de prensa presidencial cada semana, en directo y, habitualmente, con preguntas en vivo de los periodistas acreditados en la Casa Blanca. Ahí empezó la tradición, convertida en costumbre, que deriva casi en obligación (aunque no ley).

Salinger es el primer Jefe de Prensa de la Casa Blanca del siglo XX que establece una relación directa, cordial y de confianza con los periodistas que cubren informativamente al Presidente. Seguramente, hoy, sus métodos de relación con los medios nos parecen “de Perogrullo” o “de ordinaria administración”. Pero a principios de los años sesenta del siglo pasado, fueron revolucionarios y, por ello, tienen un enorme valor histórico.

En realidad, Salinger, es un avezado en casi todo. Un adelantado a su tiempo. Con pocos años, como Mozart, ya tocaba perfectamente el piano. A los diecinueve años, dirigía & comandaba un submarino en plena Guerra Mundial (la Segunda). Siendo periodista joven, decide embarcarse en la aventura de desenmascarar al líder sindical mafioso Jimmy Hoffa. Esta actuación le hará intimar con Robert Kennedy, quien dirige una Comisión de Investigación sobre el mismo asunto en el Senado. Gracias a este encuentro de intereses, comienza una relación con la familia Kennedy que incluye a Salinger en el “sancta sanctorum” de personas más allegadas al futuro Presidente Kennedy.

Desde esta cercanía, en “With Kennedy” descubrimos muchas interioridades de la Administración de JFK. La crisis de Bahía de Cochinos, nada más asumir la Presidencia, la lucha por los derechos civiles, las cumbres con los líderes soviéticos para reducir armamento nuclear o, como ya hemos dicho, la gestión y solución de la Crisis de los Misiles. Sin embargo, Salinger describe un Kennedy demasiado positivo. Y se pinta a sí mismo bajo la mejor de las luces posibles. Se ve que Salinger quiere mantener vivo el mito de “la Corte de Camelot”. Y, ciertamente, aporta una perspectiva muy interesante de su trabajo como Jefe de Prensa de Kennedy y de su Presidencia. Sin embargo, no es la biografía adecuada para conocer verdaderamente al Presidente. Cuando menos hay que complementarla con la monumental obra “A thousand days: John Kennedy in the White House” de Arthur M. Schlesinger y, sobre todo, con la más reciente biografía de Robert Dallek “An unfinished life” (2003), que acudiendo a archivos y fuentes de información totalmente nuevas, aporta datos definitivos y sorprendentes sobre el Presidente Kennedy.

Salinger no estuvo junto a Kennedy cuando éste fue asesinado, en noviembre de 1963. Salinger solía acompañar habitualmente al Presidente en sus viajes, dentro y fuera del país. En aquel fatídico día en Dallas, Salinger estaba en un avión acompañando al Secretario de Estado, Dean Rusk, para preparar la primera visita de estado de un presidente americano a Japón, desde la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, la actividad profesional de Salinger no acaba con el asesinato de su idolatrado jefe y amigo. Más bien, su trabajo en la Casa Blanca es un aperitivo, un “springboard”, un trampolín desde el que hacer cosas mayores y trascendentes. Con el nuevo Presidente, Johnson (LBJ), Salinger continúa siendo Jefe de Prensa, pero no había sintonía entre ambos (tampoco la hubo entre Kennedy y LBJ) y, a los pocos meses, lo deja. Decide entrar en política y, durante unos meses es Senador demócrata, sustituyendo a un amigo senador recientemente fallecido. Cuando llegan las elecciones al Senado, las pierde, frente a su contrincante republicano. Salinger llega a pensar en presentarse él mismo a las elecciones presidenciales, pero es consciente de sus limitaciones. Como afirma en su segundo y definitivo libro de memorias (P.S. de 2001), “la prensa no respeta la vida privada de los políticos, y yo he tenido una vida privada muy complicada”. Según Salinger, los medios hubieran destrozado un candidato presidencial que tuvo cuatro esposas y era conocido por sus continuas infidelidades conyugales.

En 1968, Salinger está de nuevo en la carretera, esta vez como Director de Campaña de Robert (Bobby) Kennedy. A dicha experiencia, dedica un nuevo libro: “An honorable profession: a tribute to Robert F. Kennedy”. Aquí cuenta las interioridades de una campaña electoral dura y reñida, en que la lucha contra la pobreza y acabar con la guerra de Vietnam son las dos grandes causas del candidato Kennedy. Pero, una vez más, el asesinato trunca las esperanzas. Robert Kennedy fue asesinado a tiros en la cocina del Hotel Ambassador, en California (ver “Bobby”, de Emilio Estevez, protagonizada por Anthony Hopkins, Helen Hunt, y Demi Moore, entre otros) justo después de saber que había ganado las primarias demócratas en dicho estado, -sustancialmente crítico para ganar las primarias presidenciales- y, en última instancia, la Casa Blanca. En esta ocasión, Salinger estaba a cuatro pasos del amigo, Bobby, cuando éste fue asesinado.

Salinger decide abandonar el país y, durante más de dos décadas, trabaja como corresponsal y “Bureau Chief” para ABC News en París. No hay que olvidar que Pierre Salinger es de madre católica francesa y, él mismo católico y, “afrancesado”. Durante muchos años vuelve a construir una reputación formidable de sí mismo como periodista: se implica en la crisis de los rehenes de Irán de 1979 y hasta entabla negociaciones “con los de Hizbulá”, cuando estos cogen rehenes americanos en el Líbano, ya con Reagan como Presidente. Salinger culmina su carrera trabajando como Vicepresidente para una gran agencia de relaciones públicas con sede en Washington, B-M.

Niño prodigio, extraordinariamente culto, periodista político, corresponsal de guerra, jefe de prensa de la Casa Blanca, Director de Campañas electorales, político él mismo…, Pierre Salinger aporta en sus libros de memorias, con humildad (a veces, eso sí, con cierta vanidad propia de quien se sabe muy inteligente) una ingente cantidad de datos e información útil para quien quiera ser “el perfecto y completo Director de Comunicación”. Sus memorias condensan cinco décadas de experiencia profesional junto a varios de los hombres más influyentes de la política y el periodismo del mundo.

martes, 1 de diciembre de 2009

“Right from the beginning” Pat Buchanan, Director de Comunicación de Ronald Reagan (1985-1987)


El Director de Comunicación que quiso ser Presidente


Patrick (“Pat”) J. Buchanan, periodista, es autor de más de media docena de libros sobre política, relaciones internacionales y el papel de América en el mundo. Sobre todo, es abanderado de un tipo de revolución conservadora radical que se sitúa a la derecha de Ronald Reagan y los llamados “neocons” o neoconservadores que le sucedieron.

En su primer libro de memorias, “Right from the beginning” (publicado en diciembre de 1988) llama extraordinariamente la atención que Buchanan apenas dedique atención –es decir, espacio, páginas-, a sus “jefes”. A Nixon, para quien trabajó durante ocho años como “senior political advisor”, le despacha en un capítulo: insisto, brevedad absoluta sobre ocho años de vida profesional, trabajando muy cerca de uno de los Presidentes más polémicos de Norteamérica, en todo el siglo XX (Nixon es equivalente a, por ejemplo: el Caso Watergate que le llevó a dimitir, la apertura de las relaciones con China, la crisis del petróleo en 1973 y la Guerra árabe-israelí de Yom Kippur, la Guerra de Vietnam y las tormentosas relaciones entre Nixon y su mano derecha en política exterior, Henry Kissinger, entre otras muchas cosas).

Con Gerald Ford, que sucedió a Nixon en la Presidencia y duró poco en el cargo, trabajó muy pocos años y, quizá, Buchanan no consideró importante mencionar su trabajo para un Presidente “irrelevante”.

En el caso de Ronald Reagan, la ausencia de referencias es todavía más sangrante debido a la enorme relevancia de la Presidencia de Reagan para la historia de América. Buchanan trabajó como senior political advisor, para Reagan. Y fue su Director de Comunicación entre 1985 y 1987. Sin embargo, en este libro de memorias publicado en diciembre de 1988 (justo cuando Reagan va a dejar de ser Presidente y le va suceder George Bush Padre), Buchanan apenas menciona a Ronald Reagan. Extraño y curioso, al menos.

Una primera lectura, poco atenta, podría llevar a interpretar el silencio de Buchanan hacia Reagan, el gran autor, inventor y motor de la Revolución Conservadora en el Partido Republicano, como un pasar por alto un período profesional poco brillante para Buchanan. En los años en que sirvió a Reagan, Buchanan fue un Director de Comunicación muy polarizador: acuñó la frase “I am a Contra, too”, “yo también soy un Contra”, para apoyar la política del Presidente, a favor de los Contras en Nicaragua, frente a los Sandinistas de Daniel Ortega. En dicha frase, Buchanan ya se va retratando: más que transmitir política que hacen otros (Reagan), Buchanan quiere articular su propia agenda. De hecho, su libro de memorias es más un libro sobre sus propias ideas políticas, que sobre los Presidentes a los que sirvió. Buchanan se da más importancia a sí mismo que a sus Jefes.

Como Director de Comunicación de Reagan, Buchanan defendió públicamente a Oliver North, el comandante que, bajo órdenes del “entorno más cercano al Presidente”, vendió armas a Irán, a cambio de la liberación de rehenes americanos en el Líbano (presos de Hizbulá, grupo chií muy cercano a los ayatolás de Irán) y, con ese dinero, financió la guerra ilegal americana y de los “Contras” en Nicaragua, frente al gobierno marxista de Daniel Ortega. Todo esto no es cuestión baladí: este escándalo casi le costó la Presidencia a Ronald Reagan. “Alguien” se saltó la ley a la torera y llevó a cabo actos ilegales para cumplir supuestos mandatos presidenciales. Reagan negó todo conocimiento de los hechos, aunque sus políticas eran claras y explícitas: luchar contra la expansión del comunismo en el continente americano, con todos los medios a su alcance. Varios miembros del Staff de Reagan tuvieron que dimitir, por el “escándalo Irán-Contra”. No fue el caso de Buchanan, único miembro del Equipo Presidencial que dio la cara y defendió abiertamente a Oliver North, quien a las órdenes de Bud McFarlane (Asesor del Presidente en el Comité de Seguridad Nacional), fue brazo ejecutor de las más negras políticas de Reagan.

Buchanan está asociado a la polémica, como Director de Comunicación. Cuando, en 1985, Reagan visitó el cementerio germano de Bitburg, en que además de soldados del Ejército Alemán, había 48 miembros de las Waffen SS, Buchanan hace unas declaraciones explosivas…, letales para el Presidente Reagan: “no podíamos dejar que la opinión pública creyera que el Presidente había cedido a las presiones del lobby judío”. ¿Se puede ser más políticamente incorrecto? Cuando Reagan anunció que iba a visitar dicho cementerio, aún no sabía que había soldados de las SS (asesinos de judíos, víctimas del Holocausto nazi). La opinión pública mundial se le echó encima. Reagan cuenta en sus memorias que “hasta Nancy mostró su oposición a mi visita: Ron, tengo el presentimiento de que, en esto, estás equivocado”. Pero Reagan no quiso dar su brazo a torcer e, incluso, cuando supo quiénes estaban enterrados allí, mantuvo su decisión de acudir al cementerio, para no ofender a los alemanes. El objetivo de la visita era recuperar las relaciones con el antiguo enemigo, Alemania, mediante la honra a los soldados caídos. Pero a Reagan el tiro casi le salió por la culata, porque, efectivamente, el lobby judío americano se le echó encima y, con él, la prensa y la opinión pública mundial. Casi, ni siquiera es Reagan quien tiene que defenderse o explicar sus actos: es Buchanan quien lo hace por él. Buchanan, realmente, no defiende al Presidente: El Dircom defiende su propia visión geopolítica.

La “gracia” del asunto es que Ronald Reagan, en su propio libro de memorias “An American life”, publicado en 1990, un año largo tras dejar de ser Presidente, tampoco hace mención de Pat Buchanan. Y, en su larguísimo y muy detallado volumen (censurado parcialmente por Nancy Reagan) de “Diarios Presidenciales”, publicado a finales de 2007, Reagan apenas habla de Buchanan. Esto es muy llamativo, porque Reagan desciende a mucho detalle en sus diarios presidenciales, que abarcan de 1980 a 1989. Habla de todos y cada uno de los personajes que le rodean en la Casa Blanca, excepto de su Director de Comunicación.

¿Por qué unos (Presidentes) y otro (Dircom) se ignoran mutuamente en sus respectivas memorias? Por una muy sencilla razón: porque Buchanan quería ser él mismo Presidente y, de hecho, tuvo y tiene en muy poca estima a los Presidentes a los que sirvió. En otras palabras, Buchanan cree que el único y verdadero merecedor del cargo de Presidente era él y no Nixon, Ford o Reagan. Con razón no habla de ellos en sus memorias: el protagonista es él y sus ideas, no unos presidentes indignos del cargo, en su opinión, enormemente subjetiva, por cierto.

En 1986, aún siendo Reagan Presidente, y él todavía Director de Comunicación, Buchanan da un discurso en que afirma que “sólo el tiempo dirá si, verdaderamente, el Presidente Reagan ha iniciado una Revolución Conservadora que durará décadas”. En realidad, es Buchanan quien desea liderar esa revolución. Considera que Reagan es demasiado “soft”; que no está suficientemente a la derecha. Sin embargo, el paso de los años acabará dando la razón a Reagan y no a Buchanan. Reagan gobernó ocho años; le sucedió el Vicepresidente Bush Padre. Clinton gobernó ocho años, gracias a la aparición de un independiente (Ross Perot, en 1992 y 1996) que robó millones de votos a los republicanos que, además, estaban divididos. En 2000 y 2004, George Bush Hijo devolvía la Casa Blanca a los republicanos. En 2008, por un margen no demasiado elevado, Obama recupera la Casa Blanca para los Demócratas. En América, se considera que, el último cuarto de siglo ha sido Republicano, conservador.

Sin embargo, ¿Quién lidera la Revolución Conservadora de estos últimos 25 años? ¿Buchanan, el periodista, comunicador y Dircom, o el Presidente Reagan? La respuesta la dieron todos los candidatos republicanos a las elecciones presidenciales de 2008. En los diversos debates electorales que celebraron en la Ronald Reagan Presidencial Library, todos, uno detrás de otro –incluido McCain, por supuesto-, afirmaron ser dignos sucesores de la herencia Reagan. Nancy Reagan tuvo que hacer un endorsement (apoyo) de todos y cada uno, para que hubiera paz en el bando republicano. Ninguna mención a Buchanan. El vencedor fue el actor/comunicador Ronald Reagan, no el intelectual/extremista, Pat Buchanan.

Buchanan se presentó como candidato republicano presidencial en 1992 y 1996, pero no consiguió ganar las primarias, frente a George Bush Padre y Bob Dole, respectivamente. En 2000, se presentó como independiente, por el Partido de la Reforma. En el 2004 volvió al Partido Republicano.

Pat Buchanan es autor de más de media docena libros y, posiblemente, miles de artículos. En todos ellos deja claras sus ideas políticas, que le sitúan más a la derecha que el propio Partido Republicano. Católico tradicionalista, critica a la Iglesia Católica americana, “por tibia”. En su momento, apoyó las políticas del “apartheid” del régimen racista de Sudáfrica. Condenó moralmente a las víctimas del sida y pidió que no hubiera control de armamentos, ni negociaciones sobre la carrera nuclear.

Hoy es un comentarista político de la cadena de televisión MSNBC y continúa escribiendo y publicando libros y artículos. Este año, por ejemplo, ha publicado su última obra, “Churchill, Hitler, and the unnecessary war”.

Resignado a su papel de comunicador, parece haber entendido, finalmente, que se quedó a las puertas de la grandeza, sin alcanzarla. Y que la gloria, otorgada a otros y a él negada, fue bien merecida. Lección de humildad que, si aprendida, es bienvenida: él es, sólo, el Director de Comunicación que quiso ser Presidente.

sábado, 28 de noviembre de 2009

“Alan Greenspan: the age of turbulence”: sesenta años de historia económica


Cuando Alan Greenspan publicó su segundo libro de memorias (“Alan Greenspan: the age of turbulence”), aún no había estallado la tormenta financiera, ni el credit crunch, ni la consiguiente crisis económica. El capitalismo estaba en “full swing”, a tope, reverberante, triunfante, sin un modelo económico alternativo que le hiciera competencia. El Producto Interior Bruto Mundial disparado, el crecimiento del empleo, desbocado, y los mercados financieros, funcionando eficazmente. Es en este contexto en el que Greenspan decide condensar, en un extenso volumen, sus sesenta años de experiencia en el mundo económico.

A Greenspan se le conoce, sobre todo, por sus casi 20 años como Presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos. Como él mismo reconoce, desde ese puesto, tuvo acceso a información privilegiada, amén de poder consultar muchas y variadas fuentes. Para un economista voraz de datos, eso es un lujo asiático, un manjar exquisito, despierta una sana envidia formidable. Pero la historia “económica” de Greenspan comienza mucho antes. Cuenta sus experiencias como analista y como consultor de empresas. Es proveedor de información fiable, de datos. El muestra lo que hay: variables macro económicas, modelos de predicción y anticipación, explica qué va a pasar con la economía o con sectores de actividad económicos concretos. Pero otros toman las decisiones. Durante cuarenta años, Greenspan es proveedor de datos. Esto es fundamental para entender correctamente su papel en la Reserva Federal y su proceso mental en la toma de decisiones.

Para mí, esto es más importante que su conocimiento de los Presidentes o líderes internacionales a los que trató. Para Greenspan, es la psicología la que induce a las crisis económicas: si hay pánico entre la población general, la gente deja de consumir y, por tanto, las empresas dejan de producir. La consecuencia es clara: la economía se para. Me llama la atención la sincera forma en que Greenspan explica las cosas: “antes de que me trajeran las estadísticas económicas, yo siempre pedía encuestas, para saber la confianza de los Consumidores”. Todo buen economista maneja “hard data” (variables macro) y “soft dat`” (índices de confianza del consumidor). El inventó la categoría, como suele decirse, y acabó manejándola con maestría. Ayer (21 de noviembre de 2009), trabajando con el Servicio de Estudios de La Caixa, pude apreciar la misma (sabia) filosofía.

Una segunda lección aprendida por el autor y que nos transmite a los lectores: los humanos somos insaciables, siempre queremos más. Cuando conseguimos un cierto nivel de vida, de bienestar económico, casi automáticamente, lo damos por hecho y pasamos a otra cosa: ya conseguido ese objetivo, ahora quiero más. No consolidamos el terreno conquistado. Ansiamos más confort, más dinero, mejor vida, mejores vacaciones. Greenspan cree que la economía de libre mercado, el capitalismo, son las mejores formas de proveer a los ciudadanos esos “goodies”.

Pero a Greenspan se le fue la mano: desreguló demasiado los mercados y dio demasiada manga ancha a los bancos de inversión americanos. Permitió invertir a través de Internet sin control, sin límites, con exceso de información no contrastada. Extraños productos financieros fueron comercializados sin que nadie les hubiera dado el visto bueno, o estudiado su posible riesgo. Un año después de publicado su libro (por The Penguin Press, 2007), la prensa –y medio mundo- le exigía responsabilidades por la crisis económica. Newsweek publicaba su foto en portada y el titular decía: “Blame it on him!”, o “¡Cúlpele a él!”.

Greenspan ha reconocido que, habiéndose dejado llevar por el entusiasmo del triunfo del capitalismo, bajó la guardia, dejó hacer y pecó de dar demasiada libertad a “la mano invisible” de Adam Smith. Ha publicado una nueva edición de su libro con un capítulo dedicado a la crisis, en que entona su particular mea culpa.

Sin embargo, nada de esto, empaña, para mí, la gran aportación de su libro que, como todos los que me gustan, he leído dos veces: sesenta años de historia económica norteamericana y mundial condensada en un libro.

¿Qué más se puede pedir cuando te apasiona la economía?

miércoles, 25 de noviembre de 2009

"All too human", de George Stephanopoulos Senior Advisor on Policy and Strategy & Communications Director de Bill Clinton


Las delicias de los amantes de "El Ala Oeste de la Casa Blanca” & el Director de Comunicación que decidió no vender su alma al diablo

Para los amantes y seguidores de la famosa serie de televisión "El Ala Oeste de la Casa Blanca" o "The West Wing", este libro será la traducción exacta al papel, de lo que han visto en televisión. El gran mérito -entre otros muchos- de esta obra publicada en 1999 es que el autor recrea con todo lujo de detalles la vida en la Casa Blanca. Matizo: llegas a conocer a la perfección "la vida y milagros" de los miembros más importantes del Equipo de Bill Clinton. Tanto de aquellos que (como David Wihelm y James Carville, junto a G. Stephanopoulos) hicieron posible la primera victoria electoral de Clinton, en noviembre de 1992, como de los que, desde dicha fecha hasta diciembre de 1996 (cuando el autor abandona la Casa Blanca) trabajan día y noche para hacer realidad la visión política de Clinton, incluso a pesar de Clinton. (Con sus escándalos constantes de todo tipo, no sólo sexuales, Clinton parecía empeñado en arruinar su propia Presidencia).

Confieso que leí este libro varios años después de haber sido publicado, en contra de mi costumbre de comprar un libro, y estudiarlo, nada más salir a las librerías. En este caso, mi fascinación por el Presidente Clinton me llevó a leer, en 2004, su autobiografía en un par de ocasiones. La segunda lectura, mientras descansaba en el Cortijo de unos íntimos amigos en la Semana Santa de aquel año. Mis amigos no entendían por qué, en vez de dormir, devoraba las páginas de la autobiografía del, para mi gusto, uno de los mejores Presidentes de Norteamérica del siglo XX. Pero claro, como todos, también Clinton tenía sus defectos. Algunos defectos, conocidos por casi más de la mitad de la Humanidad, que ya es decir.

Una de las cosas que me llamó la atención en "My life" (Bill Clinton, 2004) es que, a toro pasado, pide perdón a su primer Jefe de Prensa, George Stephanopoulos, "por haberle puesto encima demasiada presión”, durante los años que trabajó para él (entre septiembre de 1991 y diciembre de 1996, cuando Stephanopoulos dimite y abandona la Casa Blanca). Clinton piensa que los problemas personales de Stephanopoulos (su Senior Political Advisor y Communications Director), fueron consecuencia de las excesivas cargas de trabajo que él, Clinton, como Presidente, puso sobre los hombros de su colaborador.

Con la fama que Clinton (los dos Clinton) tenía de quemar a sus equipos, matándoles a trabajar, las "apologies" (disculpas) del Presidente me llamaron poderosamente la atención. Más aún, Clinton también hace referencia en sus memorias, a la tormentosa relación que tuvo, durante muchos años, con su particular Pedro Arriola, Dick Morris, el encargado de las encuestas para el Presidente; quien, en varias obras publicadas, se despacha a gusto de los Clinton y "ajusta cuentas con ellos". En otras palabras, Morris habla muy mal del matrimonio Clinton. Aunque esto es objeto de otro artículo.

Dos referencias tan concretas de un Presidente tan polémico y polarizador, como Bill Clinton, a dos de sus colaboradores "acusándose a sí mismo de quemarlos" (profesionalmente, se entiende), ya eran demasiadas, como para no despertar mi atención. Así que decidí leer las obras de Stephanopoulos y de Morris. En este artículo, me referiré solamente a la del Dircom, es decir, a la del primero.

Llama la atención la transparencia con que Stephanopoulos habla de sí mismo: sus problemas con la bebida, su parálisis facial, debido al estrés que le causaba trabajar para Clinton y, en última instancia, su depresión. En una sociedad, y en un mundo orientado a la comunicación, y al "venderse bien", no es habitual encontrar un personaje conocido capaz de desnudar su alma ante el público.

La historia comienza en septiembre de 1991, cuando el autor y Clinton se encuentran por vez primera. Y el relato acaba en diciembre de 1996, cuando G. Stephanopoulos dimite de su trabajo en la Casa Blanca. Entre ambas fechas, median dos campañas electorales, vitales para la vida política de Estados Unidos: la de 1992 (que celebré en la fiesta que organizó en Madrid la Embajada americana en España, en el Hotel Intercontinental de Madrid) y la de 1996. Conocemos a un Stephanopoulos que comienza como Jefe de Prensa de Clinton, a las órdenes de Dee Dee Myers, y acaba como Senior Advisor on Policy and Strategy.

Más allá de conocer las interioridades del trabajo de los más estrechos colaboradores de Clinton, con muchísimo lujo de detalle, éste es un libro cuya columna vertebral no son los datos, sino un formidable dilema moral: Stephanopoulos es un hombre extremadamente religioso (que estudió Teología ortodoxa griega y pensó en hacerse sacerdote de dicha religión) que tiene que elegir, entre continuar en el trabajo de sus sueños, o traicionar su conciencia. El autor, finalmente, se decide por la mejor opción: quiere tener la conciencia tranquila y resuelve su profundo conflicto moral dimitiendo de su puesto.

Stephanopoulos es claro y directo: "Clinton es un hombre muy complicado. Responde a las presiones y placeres inherentes a la vida pública de una manera, que es tan impresionante como repulsiva".

He aquí al Director de Comunicación que prefirió no vender su alma al diablo. La apuesta, incluso profesionalmente, le salió bien. En 1997, Stephanopoulos empezó a trabajar en la Cadena de Televisión ABC. Hoy, es uno de los hombres más influyentes de América, con más de media docena de programas dirigidos o participados por él, en dicha cadena. Es News' Chief Washington Correspondent y presentador de "This Week with George Stephanopoulos", uno de los más afamados y con más altas audiencias "Sunday morning talk shows" de las televisiones americanas. En "The Week", Stephanopoulos ha entrevistado a todos los políticos más influyentes de Washington, y de medio mundo, desde 1997 hasta el día de hoy. Tiene 600.000 seguidores en Twitter.

Su éxito profesional es una lección de humildad para aquellos que, siendo poderosos en un momento dado, maltratan a los que tienen por debajo. Como recomienda un influyente amigo mío, "trata bien a todo el mundo, que nunca sabes con quién, y cómo, te vas a encontrar en el futuro".

El libro, publicado en octubre de 1999 por Back Bay Books, puede comprarse en Amazon por 21,40 dólares, en su versión de “tapas duras”, que es la que recomiendo.

sábado, 21 de noviembre de 2009

“Warren Buffett: The Snowball and the Business of Life”


Desde que hace cinco años me dedico a la sociología y la opinión pública, he aprendido el inmenso valor que tiene “el saber lo que la gente tiene en la cabeza”. Cuando se trata de averiguar qué pasa por la mente del segundo hombre más rico de la tierra, e inversor en bolsa más exitoso de todos los tiempos, el interés se convierte en fascinación.

Evidentemente, no soy el único que tiene interés en conocer la vida y milagros de Warren Buffett. Yo leí este libro biográfico (tiene mucho más de autobiográfico aunque no lo escriba él) a principios de este año, durante una estancia de diez días en Tailandia que mi mujer y yo disfrutamos enormemente: leí el libro sin parar, apasionado. No había librería en inglés en la capital, Bangkok, que no tuviera muchos libros que analizan las técnicas de inversión de Buffet pero, ésta, su única biografía autorizada por él, estaba por todos sitios. Por todo el mundo, de hecho.

Anécdota: mi mujer y yo quedamos a comer con mis cuñados esta pasada Semana Santa en el Lago Tahoe, cercano a Reno en Estados Unidos. Paraje natural maravilloso: parecido al Lago de Como, pero a lo americano, es decir, en tamaño monumental, grandioso. Durante la cena, los cuatro no podíamos parar de hablar de este libro que, a pesar de su extensión y tamaño (1.000 páginas, formato muy grande y letra pequeña), se lee de un tirón, como si de la novela “Millenium” se tratara. Obviamente, yo no era el único que había leído el libro con gran interés y tomado buena nota de muchas lecciones interesantes…

Buffett no se animaba a escribir su propia biografía. “Dios no le había llamado por el camino del arte”, suele decir el millonario octogenario que come hamburguesas a diario. Otros muchos han escrito biografías apócrifas sobre él, que Buffett ha rechazado por diversos motivos. Un buen día, hace varios años, se puso en contacto con Alice Schroeder, entonces directora general de Morgan Stanley: “¿Por qué no dejas tu carrera profesional como financiera y empiezas un nuevo rumbo como escritora? Se te daría muy bien; y podrías empezar por escribir mi biografía”, le dijo Warren.

Schroeder no se lo pensó dos veces. Buffett se comprometió a tener infinidad de conversaciones privadas con ella y responder a todas sus preguntas. Le dio acceso a su archivo personal, así como a entrevistar a amigos y enemigos de Buffett. El resultado es una obra maestra escrita en inglés que, traducida al castellano, supongo, se extenderá más allá de las 1.500 páginas. Perderá la frescura del original, pero creo que seguirá valiendo la pena leerlo.

El gran mérito de esta obra publicada en septiembre de 2008 (aunque recientemente actualizada, en mayo de 2009, para incluir un nuevo capítulo dedicado a la crisis económica) por Bantam, es que consigues, como lector, meterte realmente en la mente del personaje. Entiendes sus motivaciones, sus reacciones, sus actuaciones, sus amores y desamores, sus éxitos y fracasos. A pesar de la extrema abundancia de datos, el relato no resulta abrumador y la prosa es muy entretenida.

Además, para los amantes del fascinante mundo financiero, este libro da las verdaderas claves del éxito empresarial de Warren Buffett. Para algunos, por tanto, imprescindible lectura.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Scott McClellan, White House Press Secretary (2003-2006) o la incauta fascinación del Poder


“What happened: Inside the Bush White House and Washington’s Culture of Deception” (Public Affairs Books, 2008) son las memorias del que durante tres años fue Jefe de Prensa de la Casa Blanca (2003 a 2006). Bien es verdad que Scott McClellan era un hombre que trabajaba para Bush desde los años noventa, cuando éste era Gobernador de Texas.

Su nombre se puede asociar al del grupo de personas más cercano al Presidente: el gran experto electoral Karl Rove (artífice de las victorias de Bush en Texas y en las Presidenciales de 2000 y 2004), Condoleezza Rice, Karen Hughes (Dircom o Directora de Comunicación de Bush, muchos años), Andy Card (White House Chief of Staff), Dick Cheney (Vicepresidente) y Donald Rumsfeld (Secretario de Defensa).

Leí las memorias de Scout McClellan nada más publicadas en Estados Unidos, a mediados del año pasado, 2008, durante una estancia de mi mujer y yo en Londres. Su libro causó tanta polémica en los Estados Unidos que McClellan tuvo que testificar varias veces ante Congreso y Senado. ¿Por qué? La respuesta es un drama al estilo Shakespeare.

La historia viene de muy atrás, de cuando este experto en comunicación y relación con medios se embarca en una aventura profesional vinculada al entonces Gobernador de Texas, George W. Bush. McClellan se deja atraer, fascinar, por un político que, en Norteamérica se denomina como “bipartisan”, es decir, que pone los intereses de los ciudadanos, de su Estado o de la Nación, por encima de los de su Partido, en este caso, el Republicano. Además, Bush acuña un concepto muy poderoso y atractivo, que le hace ganar elecciones: es el “Compassionate Conservatism”. En una sociedad liberal en extremo, dividida entre “winners y losers”, entre los que tienen –gracias a la economía de libre mercado, máximo exponente del capitalismo- y los que están excluidos del sistema, Bush dice que sus políticas son inclusivas: “nobody will be left behind”. McClellan se siente muy atraído por ese político que no polariza opiniones y muestra misericordia con los pobres. Así lo demuestran las encuestas. Para McClellan, Bush personifica (“embodies”) el buen samaritano, las bienaventuranzas del Evangelio…

Sin pensárselo dos veces, McClellan, trabaja día y noche para Bush, primero en Texas y luego en la Casa Blanca. Siempre, en el Equipo de Comunicación del Gobernador & luego Presidente. Sin embargo, comete un error garrafal, de los que uno acaba pagando “dearly”, muy caramente: McClellan, como profesional de la comunicación, como Jefe de Prensa de Bush, piensa -está convencido-, de que forma parte del “inner circle of the President”. Cegado por la luz que emana del Poder, es incapaz de darse cuenta de que, realmente, él no forma parte de ese “sancta sanctorum” de verdaderos elegidos que sí son realmente los más cercanos al Presidente Bush. El gran error de McClellan es el de “creérselo”, como comúnmente se dice.

McClellan es un simple Portavoz de la Casa Blanca. Dicho así, suena aparentemente contradictorio: muchos Jefes de Prensa y Portavoces de la Casa Blanca han tenido y tienen mucho poder. Porque, como en su momento Pierre Salinger con JFK (Kennedy), eran, y son, “The President’s ear”: estaban/están presentes en el momento en que se tomaban/toman las decisiones políticas más importantes, y participaban/participan de ellas. Como consecuencia, llegado el momento, transmitían/transmiten a los medios de comunicación (en Estados Unidos, “The Fourth Power”) y a la Opinión Pública, dichas decisiones con conocimiento de causa, y con toda la información, y todos los ases en la manga.

McClellan debió pensar que él era para Bush lo que Salinger fue para Kennedy. Y se equivocó de la A a la Z. McClellan es una mera correa de transmisión (más bien el último eslabón de la cadena) de decisiones que han tomado otros. El, lleno de vanidad, porque está cerca del Poder, transmite desde el Podio de la White House a los medios de comunicación, pensando inconscientemente dos cosas: primero, que él tiene toda la información; segundo, que lo que está comunicando a los periodistas acreditados en la Casa Blanca es, radical y simplemente, “la verdad” (con minúsculas).

Tarde y amargamente se da cuenta McClellan, de “La Verdad” (con mayúsculas). Un buen día se cae del guindo y empieza a darse cuenta de cosas: bien se trate del Huracán Katrina o de la Guerra de Irak, curiosamente, los periodistas más avezados acreditados en la Casa Blanca, saben más que él sobre esos temas. Caso inédito en la Historia de la Comunicación de la Presidencia de Norteamérica. Eso significa dos cosas, primero, concluye McClellan: los periodistas tienen “otras” fuentes de información, distintas y más fiables que él, dentro de la Casa Blanca, que están filtrando información: sin que él se entere. En otras palabras, el Jefe de Prensa de Bush está siendo “puenteado” en el desempeño de su trabajo de comunicador. Y, en segundo lugar, McClellan, empieza a entender que esas mismas fuentes (“gargantas profundas”, podríamos decir, como en el Caso Watergate de Nixon) a él le están engañando y, como consecuencia, él está (inconscientemente, involuntariamente) engañando a Medios de Comunicación y Opinión Pública.

Los Medios de Comunicación le ponen en evidencia, primero privadamente, y después en público, varias veces. McClellan aparece ante los periodistas como un hombre desinformado. Su prestigio ante los medios, dice él, no se vio empañado, “porque ellos sabían que yo no les mentía a propósito, sino que yo mismo era objeto de engaño”. La cuestión es que, engañar a los Medios y la Opinión Pública Americana en temas como la Guerra de Irak (¿de verdad que, “sí había & no había”, armas de destrucción masiva que justificaran la invasión de Irak?) es una cuestión muy grave. Y, por eso, en el verano de 2008, Congreso y Senado exigen a McClellan que testifique ante Comisiones Especiales (Special Hearings) para explicar realmente qué pasó y si, de verdad, el Pueblo Americano fue engañado.

McClellan nunca llegó a saber a ciencia cierta quién le mintió. Al menos eso dice en su libro. Exonera de culpa al Presidente Bush directamente, pero no a su entorno más cercano. Indirectamente apunta hacia dos de los consejeros más cercanos al Presidente: al consultor y experto electoral Karl Rove (cuyas memorias espero como agua de mayo, en breve) y al Jefe de Gabinete, Andy Card. McClellan, de manera muy naive, les pregunta varias veces a ambos dos “si ellos le han mentido, cuando le han hecho comunicar ciertas cosas al Pueblo Americano, que luego se han demostrado falsas”. Lógicamente ellos siempre (se) lo niegan y McClellan queda en la eterna duda: “To be or not to be”… (Hamlet, Shakespeare).

“What happened: Inside the Bush White House and Washington’s Culture of Deception” es un libro de memorias indispensable para todo Jefe de Prensa y/o Director de Comunicación (Dircom) que quiera evitar la terrible situación en que se encontró el autor del libro: engañado por sus Jefes, comunicó mal y pagó por ello (tuvo que dimitir, por “vergüenza torera”); y, sobre todo, enseña a ser humilde y no creérselo: estar cerca del Poder no significa ser o tener poder.

sábado, 14 de noviembre de 2009

"2012": la obligación moral de ayudar a los demás y un amor que mueve montañas


En el caso de que unos pocos (científicos, políticos) supieran que la Tierra va a ser destruida en un tiempo determinado..., ¿deberían compartir ese conocimiento con el resto de la Humanidad, aún a sabiendas de que la posibilidad de salvarse TODOS seguiría siendo la misma, es decir, mínima o ninguna, a pesar de saberlo? Y, en el supuesto de que hubiera que seleccionar a unos cuantos "elegidos", para que se salvaran de la hecatombe, ¿a quién le corresponde el inmenso poder, honor, obligación, responsabilidad de tomar la decisión de a quién salvar? ¿Y con qué criterio? ¿Deberían salvarse los "mejores": científicos, ingenieros, políticos, economistas, etc: colectivos capaces de reiniciar con éxito el curso de la Humanidad en una nueva etapa tras el desastre? ¿O habría que elegir a unos cuantos genéticamente "perfectos", para asegurar la continuidad de la especie?

Finalmente, Ronald Emmerich, en su película "2012" elige un criterio claro: los poderosos deciden que se salvan solamente quienes más dinero tienen y se lo pueden permitir: "Did you think that life is fair?" Le pregunta "el malo" de la película al científico "bueno" que pretende salvar a todo el mundo. Al final, como la vida misma, en el mundo real, Emmerich pone de manifiesto los aspectos cínicos de la existencia, donde los poderosos sobreviven y los que nada tienen, perecen o "hacen lo que buenamente pueden", para sobrevivir.

Pero hay otro aspecto interesante en la película de Emmerich: una vez más, este director pone al espectador frente al dilema moral (¿obligación moral?) de si ayudar o no a los demás "in the direst possible circumstances", en los momentos de mayor crisis posible. Tal y como muestra toda la cinematografía de Ronald Emmerich, la respuesta es diáfana: sí que hay que ayudar a los demás, aún a costa de uno mismo. Y, como en anteriores películas suyas, Emmerich nos propone un anti héroe que se acaba conviertiendo en héroe -muy a su pesar- impulsado por aquello que sólo por sí mismo puede mover montañas: el amor.

John Cusack interpreta a un escritor fracasado que trabaja como chófer de limusinas para un magnate ruso afincado en LA (Los Angeles). Separado de su mujer y sus hijos, hace lo que puede para tirar adelante, en lo personal y en lo profesional. En un fin de semana en que le toca pasar tiempo con sus hijos, estalla la peor crisis de la humanidad: debido a la influencia del sol, la corteza de la Tierra se desplaza miles de kilómetros, provocando simas, terremótos, tsunamis, etc, que cambian para siempre la faz del Planeta y matan a millones de personas. Emmerich, que sabe lo que en los Estados Unidos todos entienden qué significa ser un "loser", convierte a su particular perdedor, John Cusack, en un hombre que arriesga todo por salvar a su familia de manera extraordinaria, recuperando a cambio, el amor de su mujer y sus hijos.

Mientras tanto, ¿qué está sucediendo en la escena internacional? Los científicos han alertado a los Gobiernos de la que se nos viene encima, con tres años de antelación. ¿Cómo reaccionan los políticos? Acallan -matándolos- a quienes quieren descubrir la verdad y se dedican a vender tickets para que sólo los muy multibillonarios se salven, gracias a la construcción de unas inmensas naves a prueba de todo, como si de Arcas de Noé se tratara.

En "Independence Day, (1996), Emmerich nos pone en manos de la valentía de Will Smith y el conocimiento intelectual y científico de Jeff Goldblum. Ninguno de los dos quieren salvar a la Humanidad, pero como consecuencia del amor que sienten por los suyos, acaban salvando al planeta de la amenaza alienígena. En Godzilla (1998), nuestro salvador frente al inmenso monstruo es Mathew Broderick. Dos años más tarde, un Mel Gibson que no quiere volver a empuñar las armas ("esta será una guerra que no será librada en los campos de batalla, sino en nuestras propias casas"), es el "Patriota" que encabeza la guerrilla del Ejército Colonial que se enfrenta a los británicos en la Guerra de la Independencia americana. Mel Gibson sólo se decide a empuñar de nuevo el Tomahawk cuando un cruel británico mata a sangre fría a uno de sus hijos: "your actions have inspired more people than you can ever imagine, Benjamin", le dice un general americano a Mel Gibson, convertido ya en héroe de la independencia americana.

2004 es el año de "The day after tomorrow", cuando a efectos del cambio climático causado -según la película- por la acción de los hombres, lleva al planeta a experimentar una segunda glaciación que se lleva por delante a la mitad de la población mundial, que habita en el Hemisferio Norte. Dennis Quaid, una vez más un científico, atraviesa medio país congelado para salvar a su hijo, atrapado por un gigantesco tsunami en Nueva York. A "10.000 B.C." (2008) no le encontré mucho sentido, valga la redundancia, en ningún sentido. Mucho menos aún a la convivencia en el tiempo de los mammuts, los hombres de Neardental, los dinosaurios y las pirámides de Egipto. Insulto a la inteligencia de todos y, muy especialmente, de los historiadores. Al menos, la historia de amor, acaba bien.

"2012", que ha supuesto una inversión de 200 millones de dólares, muestra unos muy espectaculares efectos especiales. Que se quedan cortos, como si las escenas hubieran sido cercenadas a la mitad. Eso me lleva a pensar en una segunda versión extendida en DVD, tan común en estos tiempos de crisis para la industria del cine.

Pero los dilemas morales siguen en pie: still stand. John Cusack hace lo que tiene que hacer y salva, contra todo pronóstico, a su familia. Es recompensado por ello: no con honores ni dinero, sino con amor. El resto de personajes interpretan papeles formidables: Thandie Newton (Mission Imposible II); Woody Harrelson (¡qué formidable interpretación!); Chiwetel Ejiofor (Plan Oculto, Love Actually), etc.

Un John Cusack que, en la vida real es un actor comprometido con las causas sociales, cumple el papel que todo padre de familia, lleno de coraje en el momento más duro, querría desempeñar, salvando a los suyos de una muerte segura.

jueves, 12 de noviembre de 2009

“Los Diarios de Alistair Campbell”, Jefe de Prensa de Tony Blair (1994-2003)


No todo el mundo recuerda su nombre, pero, en Reino Unido, TODOS, reconocen su expresión: “La Princesa del Pueblo” (The Princess’ People), con que Tony Blair se refirió a Lady Diana, tras su fallecimiento en agosto de 1997. Pero la denominación no la acuñó el Primer Ministro británico, sino su Jefe de Prensa, estratega político más importante y mano derecha: Alistair Campbell. De hecho, en la película “The Queen”, protagonizada por Helen Mirren y dirigida por Stephen Frears, se aprecia no sólo la anécdota de la frase, sino el devenir de los acontecimientos que rodearon la muerte de Diana de Gales y, sobre todo, el inmenso poder que ejercía Alistair Campbell, en el manejo de la Opinión Pública.

Tanto y tan grande era el poder del Jefe de Prensa de Tony Blair, que hasta la mujer del Primer Ministro, Cherie Blair, se queja de ello públicamente en sus memorias, publicadas en junio de 2008. La visión de Alistair Campbell era simple: proteger la imagen y la reputación del Primer Ministro incluso de sí mismo y de sus más allegados. La visión de Cherie Blair es la de quien no está dispuesta a aceptar órdenes, intromisiones en la intimidad familiar o, simplemente la injerencia de un tercero, por parte del Jefe de Prensa de su marido.

Si un Jefe de Prensa, un Director de Comunicación o puesto similar (tanto en el sector público como privado) quiere saber lo que es no estar cerca del poder sino ejercerlo, le recomiendo que lea “The Blair years: Extracts from the Alistair Campbell diaries”, publicadas por Hutchinson en 2007. Yo compré el libro en Londres recién publicado, a principios de ese año, en la librería Hughes & Hughes, por 19,95 libras esterlinas. Hoy, en Amazon, el libro está a precio de saldo, con toda la comodidad que ofrece la compra por Internet. Son casi 800 páginas intensas, prietas, llenas de información…, tanto que parece que el autor, con tantos datos, está a punto de hacer explotar el libro por exceso de fechas, acontecimientos, conversaciones, lujo de detalles, etc.

Alistair Campbell, Jefe de Prensa de Tony Blair desde 1994 hasta 2003 mantuvo un diario durante toda la década que le llevó a construir y mantener la victoria del Nuevo Laborismo. Día tras día escribió por las noches el devenir de los acontecimientos de la campaña electoral de 1997, las relaciones con los miembros del Gabinete, las presiones de los grandes grupos de comunicación, la utilización de las encuestas (la mayor parte de ellas, provenientes de la empresa para la que trabajo, Ipsos Public Affairs) y tantas otras cosas más relacionadas con el Gobierno Británico y su Comunicación.

El libro no esconde, no oculta nada. Campbell era y es conocido por su franqueza, hasta por su brutal honestidad y sinceridad. Otra cosa es que, tanto obligado por ley, como vinculado por lealtad al todavía Partido Laborista aún en el poder, Campbell no publica todo, sino sólo una tercera parte de todo lo que escribió en aquellos años. Empieza su libro diciendo que algún día, cuando sea totalmente libre, publicará el contenido íntegro de sus Diarios. Yo lo estoy deseando: durante los dos primeros meses de 2007, no pude dejar de leer por las noches un libro que, en inglés, te apasiona, agarra, engancha, no te deja respirar: Campbell es un torrente de información pero tú, como lector, quieres aún más.

Cómo hacer política a gran escala. Cómo mangonear ministros. Cómo decirle a la mujer del Primer Ministro con quién debe o no mantener amistad. Cómo tratar con los dueños de los principales medios de comunicación mundiales. Cómo tratar con Bill Clinton, aliado y amigo. Cómo tratar con George Bush, aliado, que embarca a Reino Unido en las guerras de Afganistán e Irak. Cómo tratar con un Ministro de Economía (Gordon Brown, Chancellor of the Exchequer) que quiere quitarle el puesto al Primer Ministro…

Alistair Campbell no es un Jefe de Prensa que emita notas de prensa, aunque también lo hace. Es un personaje que quita y pone ministros. Otorga confianza y la quita. Genera reputación y la destruye. Es un Director de Comunicación en estado puro, con todas las herramientas del Estado a su disposición, para hacer lo que tiene que hacer: orientar a la opinión pública británica a favor del Gobierno Laborista, a través de los medios de comunicación.

Es una lectura obligada para cualquier Director de Comunicación culto que pretenda influir y ser tenido en cuenta en su ámbito de trabajo.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Berlín y Moscú, dos ciudades unidas por la Caída del Muro


Hoy, cuando se cumple el veinte aniversario de la Caída del Muro de Berlín, vienen a mi memoria los maravillosos y recientes recuerdos de mis dos visitas turísticas a ambas ciudades, que hicimos mi mujer y yo este verano pasado. Durante un mes, agosto, recorrimos varias ciudades de los Países del Este, entre ellas Berlín y Moscú.

Para mí era inevitable que esas visitas turísticas fueran sobre todo “históricas”. Tantas horas empleadas en las lecturas sobre el Comunismo, la Guerra Fría, el Muro…; y encontrarse de repente en los mismos lugares en que sucedieron algunos de los acontecimientos más importantes del siglo XX. Simple y llanamente, impresionante.

Karl Marx, en “El Capital”, expone muy bien su propia teoría filosófica del determinismo histórico y cómo, inevitablemente y como fruto de la Lucha de Clases, el Socialismo acabará triunfando sobre el Capitalismo. Sin embargo, no acertó en el diagnóstico final, al menos en lo que, muchos años después de publicadas sus obras, sucedió en la Unión Soviética y en sus países satélites. Lenin hizo una brillante y cruel Revolución en la Rusia de los Zares y el Estado Bolchevique fundado por él, sobrevivió durante siete décadas. Sin embargo, hoy, en Moscú, el único vestigio que queda del Comunismo es su Mausoleo, en la Plaza Roja, junto al Kremlin y frente a los Almacenes GUM.

Recuerdo mi emoción, al entrar en el Mausoleo de Lenin. Embalsamado, durante unos segundos, guardias uniformados al estilo soviético te permiten contemplar el cadáver de Lenin, sin pararte, apresuradamente, y, por supuesto, sin poder hacer fotos. A pocos metros del Mausoleo, en el Kremlin, gracias a su último inquilino de la época comunista, Gorbachev, se tomaron decisiones de cierta apertura y relativa libertad (glasnost, perestroika), que hicieron posible la Caída del Muro. Decisiones que posibilitaron que la libertad, en sentido democrático pleno, llegara a muchas repúblicas ex soviéticas, y a los países del Este de Europa. Gorbachev lo narra con todo detalle en una de sus autobiografías: “Memorias de los años decisivos, 1985-1992”. Nadie mejor que él para explicar lo que hizo y por qué lo hizo. Recomiendo vivamente la lectura de dicho libro: Gorbachev es diáfano, honesto, directo, aunque su prosa sea…, francamente aburrida.

El otro gran protagonista de la Caída del Muro, en mi opinión, es Ronald Reagan. Este Presidente norteamericano hizo de la derrota del Comunismo -“empire of evil”, lo denominó- un leit motiv de su Presidencia, al tiempo que impulsó con multitud de acuerdos la reducción de los arsenales nucleares de las dos super potencias. Amigo de frases rompedoras y conceptos sencillos pero poderosísimos, puso en marcha la llamada “Guerra de las Galaxias” o escudo antimisiles (Strategic Defense Initiative o SDI, en su denominación en inglés), que acabó por arruinar a los soviéticos en su lucha por alcanzar la paridad en materia de “nuclear deterrence”.

Pero sobre todo, Ronald Reagan (“An American life” y “The presidencial Diaries”, dos lecturas obligadas sobre el tema), el actor, fue capaz de impresionar para siempre al mundo cuando, teniendo como telón de fondo el Muro de Berlín, le espetó a Gorbachev: “Mr Secretary General, Mr Gorbachev, tear down that Wall!”, Señor Gorvachev, ¡derribe ese muro! ¿Quién no recuerda esta escena en televisión? Yo la tuve muy presente, en mi visita a Berlín de este verano pasado. Como tuve en la cabeza la imagen de Kennedy (JFK), dirigiéndose a miles de berlineses, nada más construido el Muro, por orden de Nikita Krushchev, y dijo aquello de: ¡“Yo también soy berlinés”!

Junto a la Puerta de Branderburgo y, muy cerca de donde estaba el Muro, se encuentran la Embajada de los Estados Unidos y el Museo Kennedy. Este Museo es reconocible a un kilómetro de distancia no porque se vea nada que recuerde al Presidente Kennedy, sino por una inmensa foto del Presidente Obama, que recuerda la visita que hizo a Berlín en el verano de 2008, en plena campaña electoral entre candidatos republicanos y candidatos demócratas, antes de las elecciones presidenciales, de noviembre de ese mismo año.

Obama, como Kennedy y Reagan antes que él, habló ante cientos de miles de berlineses sobre Libertad, que es lo que representa la Caída del Muro de Berlín.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Encuestas hoy: quién ganaría las elecciones; desconfianza en los políticos y nuevos liderazgos


La semana pasada, última del mes de octubre de 2009, el diario económico Expansión publicó una encuesta entre población general realizada por Ipsos Public Affairs España. De entre las encuestas publicadas en medios de comunicación en los últimos meses, la de Ipsos es la que más muestra tenía, con un índice de probabilidad estadística del 95,5 y un margen de error de +/- 3,2%: mil individuos elegidos aleatoriamente, entrevistados por teléfono, representando a los muchos millones de ciudadanos que vivimos en España y tenemos derecho a votar. Este dato es relevante y hay que tenerlo en cuenta cuando se realizan encuestas políticas en que se pregunta por intención de voto, y se hace estimación del voto.

Los resultados de la encuesta de Ipsos Public Affairs no han sido muy distintos, esencialmente, de los del resto de las encuestas publicadas en las últimas semanas. Si acaso, han sido aún más acertados, por la amplitud de la muestra, enormemente representativa de la población general española, desde el punto de vista estadístico y sociodemográfico. Básicamente, los ciudadanos con derecho a voto expresan que, de celebrarse elecciones generales hoy, le otorgarían la confianza al Partido Popular, frente al Partido Socialista, que perdería las elecciones y –quizá-, el Gobierno de la Nación. Pero todo esto, con matices. La diferencia en estimación de voto entre PP y PSOE es mínima y, casi, podría hablarse de empate técnico entre ambos partidos. Serían necesarios pactos post-electorales para que alguien formara gobierno. Hasta aquí, todo entra dentro de la normalidad de la vida ordinaria democrática.

Pero, al desgranar los datos, observamos hallazgos relevantes, que encierran verdades más profundas y graves. La población española en su conjunto no aprueba la labor que están llevando a cabo los dos grandes partidos. En el caso del PSOE, los ciudadanos son críticos con la que, entienden, es una mala gestión de la crisis económica. Y, por lo que se refiere al PP, no sólo no obtiene rédito electoral de la crisis económica, sino que se ve envuelto por los escándalos de corrupción, las trifulcas entre facciones del partido, luchas por el poder y crisis de liderazgo.

Cuando hablamos de población general, podemos desglosar y distinguir entre votantes del PSOE y votantes del PP. Unos y otros son críticos y negativos con sus partidos y con sus líderes. En el caso del PSOE y su líder, José Luís Rodríguez Zapatero, ambos son penalizados. En el caso de los votantes del PP, éstos son más críticos con su líder, Mariano Rajoy, que con el partido, aunque éste, tampoco salga bien parado. Sin embargo, en el PSOE no hay crisis de liderazgo, porque todos se lo otorgan sin paliativos a Zapatero, mientras que en el caso del PP ese problema sí que existe.

Alberto Ruiz Gallardón y Esperanza Aguirre siguen siendo más populares entre los votantes del PP que el propio Mariano Rajoy. Y, en el caso de celebrarse las elecciones generales ahora, el líder del PP con más posibilidades de derrotar a Zapatero sería Alberto Ruiz Gallardón. Los datos son tozudos y curiosos: Esperanza Aguirre atrae enormemente a los votantes de su propio partido, los aúna en torno a las siglas del PP. Alberto Ruiz Gallardón mantendría los votantes tradicionales del PP (si no tienen otra opción, ¿a quién van a votar, sino a Gallardón?) y, lo que es más importante, no alienaría a los votantes del PSOE. Por un lado, habría votantes del PSOE que estarían dispuestos a votar a un PP liderado por Gallardón. Por otro lado, habría votantes del PSOE que, presentándose Gallardón a las generales, se abstendrían de votar al PSOE y se quedarían en casa: este escenario dañaría mucho electoralmente al PSOE y, eventualmente, podría otorgarle la victoria al PP…, “por los pelos”. Todo ello, en un entorno en el que la participación electoral se reduciría mucho y la abstención se elevaría.

Lo que de verdad preocupa a los españoles

Sin embargo, desde un cierto punto de vista, todo lo anterior es irrelevante, a efectos prácticos: en principio, y si no hay adelanto electoral, no habrá comicios generales, hasta la primavera de 2012. Mucho camino queda por recorrer hasta entonces. Lo más importante, hoy, es saber qué preocupa verdaderamente a los españoles.

Las respuestas son claras y, casi, no haría falta realizar una encuesta para saberlas: a los españoles les preocupa muchísimo el paro y la economía; y el llegar a fin de mes. Dentro de este marco de preocupaciones tan concretas, los ciudadanos esperan y desean soluciones de los partidos y de los políticos. Sin embargo, no las encuentran. Lo que ven, es lo contrario de lo que quieren, y esto genera desconfianza entre los ciudadanos acerca de la política y los políticos.

A los ciudadanos no les interesa si va a haber elecciones generales hoy, sino mantener su puesto de trabajo, si lo tienen, o encontrar trabajo, si lo han perdido. Sin embargo, según Eurostat, a cierre de octubre, el paro en España superaba el 19%, más que doblando la media europea. 3.000 personas pierden su empleo en España cada día. Con independencia de cuál sea su intención de voto mañana, los ciudadanos observan inermes cómo las medidas del Gobierno para sacar España de la crisis, simplemente, no funcionan, no surten efecto, no son eficaces. Al mismo tiempo, Alemania, Francia y Estados Unidos (al menos, desde el punto de vista macroeconómico, su PIB empieza a crecer) empiezan a salir de la recesión. Quien gobierna tiene la obligación de solucionar los problemas: el PSOE no lo está haciendo y, por ello, lo pagaría (relativamente) caro en unas elecciones generales mañana.

¿Y en el PP? Ni siquiera sus propios militantes están contentos ni están satisfechos con la labor de oposición que hace el Partido Popular. Y la imagen de su líder, Mariano Rajoy (que no levanta cabeza por encima del 33% de buena imagen desde finales del 2004 hasta hoy), sigue por los suelos, alcanzando mínimos históricos. Dicen que Rajoy no quiere ni oír hablar de esto y que, sus “gurús” más cercanos le dicen solamente lo que él desea escuchar. Mientras tanto, a la crisis de liderazgo en la cúspide, se suceden escándalos de corrupción, enfrentamientos internos y liderazgos contrapuestos.

José María Aznar se ofreció amablemente a dar la fórmula mágica del triunfo a Rajoy: una triple receta consistente en “un proyecto, y no varios; un partido, y no varios, y, a ser posible, un líder y no varios; al menos a mí me fue bien de esta manera”, dijo Aznar. Como forma de solucionar los problemas del PP puede que los consejos del ex Presidente Aznar sean eficaces. Sin embargo, los españoles desconfían hoy de las actuales formas de hacer política.

La gran cuestión a dirimir es quién y cómo va a sacar del atolladero económico a los españoles. Si los españoles no confían en los políticos, ¿quién solucionará los problemas? Se imponen nuevos proyectos, partidos renovados y, por qué no, nuevos liderazgos. La ciudadanía se lo merece.

sábado, 31 de octubre de 2009

Ronald Reagan: ilusión y optimismo vital


Los expertos y estudiosos de la mente humana, como el psiquiatra Enrique Rojas dicen que lo que caracteriza a una persona deprimida es su constante mirar hacia el pasado, con nostalgia, echándolo de menos. Por contraste, el optimista es aquel que mira siempre hacia el futuro, teniendo en la cabeza y en las manos un proyecto vital. Ahí entra en juego la ilusión que, en opinión del mismo doctor Rojas, es el secreto de la felicidad.

Ronald Reagan es un ejemplo formidable de persona vitalista, con ilusión y enormemente optimista. Más allá de los topicazos, que identifican a Reagan con rasgos de político militarista (“warmonger”, dirían en Norteamérica), “fascista” (como si en América hubiera muchos fascistas) y otras imbecilidades sin fundamento, lo interesante es fijarse en el hombre, y no sólo en el político.


En sus memorias, publicadas en 1989 (“An American Life”) y en sus “Presidencial Diaries”, publicados hace un año, a finales de 2008, podemos descubrir al hombre, más allá del personaje público. Y he de decir que Reagan se revela como un tipo maravillosamente atractivo, en lo personal.

En el primero de los dos libros, vemos a un Reagan joven que nace y crece en el seno de una familia muy pobre. Reagan no se avergüenza de sus orígenes humildes. Cuando llega a ser Presidente de Norteamérica, se lo recuerda a unos y a otros, para dejar claro que el famoso sueño americano (“American Dream”) se basa en el trabajo duro y esforzado, con independencia de los orígenes sociales. Es el mismo Ronald Reagan que confía plenamente en el New Deal de FDR (Roosevelt, Presidente desde 1932 a 1945) y confía en que esas políticas públicas sacarán a América de la Gran Depresión. Reagan fue Demócrata durante tres décadas, hasta que se pasó al bando republicano. Fue Gobernador de California y uno de los Presidentes más y mejor valorados por los norteamericanos en el siglo XX, según TODAS las encuestas.

Todo el libro rezuma optimismo: ilusionado con su carrera de actor; ilusionado con su carrera política; ilusionado con acabar con el comunismo; ilusionado con poner en marcha su Strategic Defence Initiative (SDI o “Guerra de las Galaxias”); ilusionado con negociar con los Secretarios del PCUS acuerdos para reducir los arsenales nucleares; ilusionado con que “el sol vuelva a brillar de nuevo en América” (lema de su primera campaña electoral en 1980); ilusionado con que los americanos vuelvan a sentirse de nuevo orgullosos de su Nación y de ser norteamericanos: ilusión, ilusión e ilusión, como base y fundamento de la felicidad, porque se tiene un proyecto de vida por el que luchar.

En “The Presidencial Diaries”, vemos a un Reagan dedicando todas las noches (de 1980 a 1989) un buen rato a escribir un diario “up-close and personal”, íntimo y personal. Un Reagan que, incluso en los peores momentos de su Presidencia, mantiene el optimismo vital. ¿Por qué? Es fácil de identificar ese porqué en todas las entradas de su diario: su profundo y tierno amor a su esposa, Nancy Reagan, y su enorme fe y confianza en Dios. Esos dos pilares son el fundamento de su optimismo y, en última instancia, los motores de su ilusión y proyecto de vida.

domingo, 18 de octubre de 2009

Anthony Beevor y el Desembarco de Normandía



Anthony Beevor es un historiador británico experto en historia militar y con extraordinarios conocimientos acerca de la Segunda Guerra mundial. Cuando parecía imposible que ningún historiador aportara datos nuevos sobre el mayor conflicto bélico de la Historia, Beevor tiene la capacidad enorme de sorprender al lector, por mucho que éste crea que ya ha leído todo sobre el tema.

Varias características definen a Beevor: por un lado, en su lengua materna, el inglés, escribe maravillosamente bien. Leer sus obras es como leer una buena novela: te entretiene, te distrae, te lo hace pasar bien y no puedes dejar de leer. Además, es un autor “exhaustivo”: coge un tema y lo desgrana todo lo que se puede. Te ofrece la visión general y desciende al más nimio detalle.

Su aportación al conocimiento de la Segunda Guerra mundial es sustancial: gracias a él (y a otros autores, como Robert Service o Andrew Roberts), desde hace quince años, conocemos la perspectiva soviética de la Guerra. Durante la Guerra Fría, nunca supimos qué pasó realmente en el frente ruso. Sólo teníamos la versión de Occidente. Se dice, que durante los primeros años convulsos de la era post-soviétiva, cuando Boris Yeltsin era Presidente de la Federación Rusa, Beevor y Service fueron a los archivos de la antigua KGB “y se pusieron las botas” a fotocopiar archivos secretos. Gracias a estas fuentes de información, por ejemplo, Beevor ha aportado datos novedosos sobre batallas fundamentales de la Guerra que afectaban a los soviéticos: Stanligrado y Berlín (“The Downfall”), dos de sus obras, son buen ejemplo de ello.

A pesar de las negaciones públicas del ex Presidente Vladimir Putin, gracias a Beevor, hoy sabemos que los alemanes no fueron los únicos que se comportaron muy mal en la Segunda Guerra mundial. Según Beevor, el Ejército Rojo violó sistemáticamente a más de dos millones de mujeres alemanas, de todas las edades, durante y después de la batalla por tomar la capital del Reich, Berlín. Los soviéticos tenían ganas de vengarse de las atrocidades cometidas por los nazis en suelo ruso.

Ahora sabemos, gracias a la última obra de Beevor, que el desembarco de Normandía no fue el canto heroico y ridículamente pintado de rosa que muestran películas propagandísticas americanas como “El día más largo” (1962, John Wayne, Henry Fonda, Robert Mitchum, etc). Sino algo más parecido al drama dirigido en 1998 por Spielberg y protagonizado por Tom Hanks y Matt Damon, “Saving private Ryan”.

Según Beevor, la Batalla por Normandía llegó a ser tan barbaric como fue la guerra en el frente ruso: sangrienta, inhumana, despiadada, cruel, horrorosa. Para los alemanes, defender Normandía significaba evitar el desembarco de los aliados en el continente europeo, tras cuatro años de ocupación. Para los Aliados, ocupar el norte de Francia suponía abrir una autopista directa a la liberación de París y, de ahí, a la ocupación de Berlín y la finalización de la Guerra. Por los dos motivos opuestos, ambos bandos lucharon tan encarnizadamente en la Batalla de Normandía.

Beevor no se olvida de nuestra condición humana. Pone ejemplos que dan lugar a la esperanza: civiles franceses que, a pesar de haberlo perdido casi todo en los bombardeos, comparten lo poco que tienen, con infinita generosidad, con aquellos que no tienen nada. Médicos alemanes que atienden a soldados enemigos aliados. Norteamericanos que dan a los alemanes las garantías de la misma Convención de Ginebra, que los nazis no habían reconocido ni respetado.

Historia de dolor y heroismo, que recomiendo leer a cualquier persona interesada en el tema. Estoy seguro de que su lectura, no defraudará a nadie.