Si hoy hubiera elecciones presidenciales en Estados Unidos, Barack
Obama ganaría a Mitt Romney por tres puntos: 48,5% versus 45,5%, en voto
popular. Esa diferencia porcentual está dentro del margen de error de
cualquier buena encuesta preelectoral: sería un empate técnico. Hay
precedentes: en 1960, Nixon versus Kennedy, y en 2000, Kerry y Bush.
Pero el sistema electoral estadounidense es indirecto y, en cada Estado,
se eligen delegados que forman el colegio electoral: ellos eligen al
presidente.
Nuestras estimaciones, basadas en un tracking diario nacional, y otro
en cada uno de los Estados, conforme la información provista por media
docena de encuestas diarias, nos dan un par de intervalos: en el
primero, Obama consigue 237 delegados y Romney, 191; en el segundo, el
presidente gana 332, y Romney, 206. La diferencia entre ambas mediciones
se explica porque, en un caso se tienen en cuenta solo los Estados en
los que sabemos, con certeza, la intención de voto (primer intervalo) y,
en el segundo, están incluidos los 12 Estados en que hay un 10% de
independientes (media aritmética), cuyo voto es difícil predecir. A
finales de septiembre es más fiable el primer intervalo que el segundo.
Nunca la sociedad americana había estado tan polarizada y enfrentada.
Obama, además de ganar por votos y delegados, también cae bien a una
gran mayoría de americanos. En Europa, este factor es menos relevante en
unas elecciones, pero en Estados Unidos es muy importante: tanto que,
sin este parámetro, no se entienden las victorias de Ronald Reagan o
Bill Clinton, los dos presidentes, junto a JFK (Jack Kennedy), más
populares, simpáticos, atractivos y carismáticos según los potenciales
votantes. En el caso de Clinton, este dato alcanza hoy el 66%, porque
incluye un 25% de republicanos, que recuerdan con nostalgia la era
Clinton de bonanza económica: mercados de valores al alza; empresas
tecnológicas disparadas; globalización; desregulación financiera;
Estados Unidos como única superpotencia del mundo, sin la URSS;
crecimientos del PIB del 3,5%, durante ocho años, y 23,1 millones nuevos
empleos.
Obama cae bien al 50,4% y cae mal al 43,4%. Romney, cae bien y mal,
por igual, al 43,8% de votantes registrados. Nuestras encuestas se han
realizado un día antes de que se hiciera público el vídeo en que Romney
dijo que el 47% de los votantes de Obama "no le importan y que no les
convencerá jamás: creen que tienen derecho a trabajo, comida y ropa
gratis, proveída por el Estado. No creen en la responsabilidad
personal"; y "si mi padre tuviera apellidos mexicanos, mis posibilidades
de ser elegido se doblarían". Veremos en breve cómo estas declaraciones
influyen en los votantes de clase media y las minorías: afroamericanos,
asiáticos y, por supuesto, hispanos, todos proclives a votar a Obama.
Durante julio y agosto, la campaña estuvo protagonizada por la
carrera de los candidatos para conseguir dinero, la publicidad positiva y
negativa de ambas partes, las convenciones, y por el debate en torno a
los temas que hoy preocupan a la sociedad americana. Casi todos estos
asuntos eran nacionales (domésticos, dicen en EE UU) y tan solo ha
entrado en liza la política internacional (donde Obama, en todas las
encuestas diarias desde que tomó posesión, ha obtenido calificaciones
positivas superiores al 50%), cuando el mundo musulmán se ha enfadado,
atacando intereses norteamericanos y occidentales (alemanes y
británicos, entre otros), tras la emisión de un vídeo que denigra al
profeta Mahoma.
Por lo demás, el verano político se centró en varios asuntos, tanto
entre la opinión pública como entre la opinión publicada. Lo sé, no solo
porque hago seis encuestas diarias en Estados Unidos y leo muchas
publicaciones americanas, sino porque pasé el mes de agosto recorriendo
los 12 Estados en que se decidirá el resultado final de la elección:
pocas veces la preocupación de las personas normales, de la calle,
coincide con lo que dicen los medios de comunicación, manifiestan las
encuestas y, ya el colmo, es idéntico al discurso de los políticos. Me
pareció un fenómeno digno de estudio y que diferencia esta campaña
presidencial de todas las demás: solo es equiparable a la que, en 1980,
enfrentó a Carter y a Reagan, y en 1960 a Kennedy con Nixon, por
conquistar el alma de Estados Unidos.
¿Qué preocupa hoy a los electores? La supremacía mundial de América;
el tamaño del Estado; la mayor o menor intervención del Gobierno en la
economía; el desempleo (ahora, en el 8,1%, a pesar de la creación de 4,5
millones de empleos netos entre junio de 2009 y agosto de 2012, que se
explica por el aumento de la tasa de actividad y el de la población
activa que busca trabajo); inmigración (América tiene 50 millones de
ciudadanos hispanos y 15 millones de ilegales o aliens latinos); las
reformas sanitaria (Obamacare) y financiera; el recorte del gasto
público y en qué partidas (¿defensa o programas sociales?); impuestos;
el equilibrio presupuestario (sobre lo que Paul Ryan, candidato a
vicepresidente con Romney, tiene un plan muy austero y draconiano) para
volver a crecer en PIB por encima del 3%, con el que Estados Unidos
conseguiría el pleno empleo; en el exterior, lo de siempre: Irán, Corea
del Norte, la esquizofrénica relación de amor y odio con China (la
financiación china mantiene el exiguo consumo americano), y los precios
de la vivienda y de la gasolina, muy relevantes en Estados Unidos. Por
supuesto, las relaciones con Israel, empañadas con los demócratas por el
deseo judío de atacar a Irán antes de que obtenga la bomba atómica, lo
que provocaría consecuencias imprevisibles en Oriente Medio y
torpedearía el proceso de paz palestino-israelí, hoy estancado.
Las elecciones las decidirán 12 Estados y diversos segmentos
sociodemográficos de votantes: jóvenes, mujeres, desempleados, latinos
(los hispanos legales suponen el 17,9% de la población, según el censo
de julio de 2012), veteranos, clase trabajadora y los milmillonarios que
aportan fondos a cada candidato. Versus 2008, los 15 millones de
seguidores de Barack Obama en Twitter, y el millón de Mitt Romney,
tienen poco que decir en las elecciones de 2012. Dinero manda.
Publicado previamente en Cinco Días el 24 de septiembre de 2012
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