martes, 21 de julio de 2009

La imagen de Obama, y la reputación de los Estados Unidos, seis meses después de asumir la Presidencia


“Normalmente, un Presidente, tiene dos o tres cosas importantes que manejar a diario: yo, por el contrario, tengo que enfrentarme a siete u ocho cosas importantes y urgentes...; lo que me he encontrado, al llegar a la Presidencia de Estados Unidos, es un completo desastre”. Con estas palabras, explicaba, sin decirlo explícitamente, el porqué de las canas que habían convertido en casi blanco su pelo, a las pocas semanas de lo que en América llaman “The Inauguration”, la toma de posesión del Presidente, en enero de 2009. Me refiero, obviamente, a Barack Obama. Ahora se cumplen seis meses desde el inicio de su mandato.

Junto con JFK (Kennedy), Ronald Reagan y Bill Clinton, Obama es uno de los Presidentes más populares de Estados Unidos. Los dos primeros presidentes mencionados (JFK y Reagan) están fallecidos, pero siguen siendo los dos presidentes con mejor imagen del siglo XX, aún después de muertos. De Bill Clinton se destaca no sólo que fue el Presidente que más y mejor empujó el fenómeno económico de la Globalización, que más impulsó la Sociedad de la Información; el Presidente que consiguió la era económica más próspera para la Norteamérica del siglo XX, sino también que fue, junto con Kennedy, el Presidente más carismático de todos los tiempos. Su preocupación por su imagen y por la imagen percibida por los ciudadanos americanos le llevó a encargar encuestas semanales; a veces, muchas veces, incluso a diario para medir y tomarle el pulso a la opinión pública: sobre su imagen y sobre sus políticas. Es el primer presidente, más que a Kennedy y a Reagan, al que se “acusó” formalmente de gobernar la nación más poderosa de la tierra a base de encuestas.


Los retos de Kennedy, Reagan y Clinton


Al igual que Obama, todos estos presidentes tuvieron que enfrentarse a retos formidables: baste recordar, en el caso de Kennedy, la lucha por los derechos civiles, la lucha contra la extrema pobreza en el sur y centro de los Estados Unidos, el desastre de Bahía de Cochinos, a poco de asumir la presidencia, la construcción del muro de Berlín o la crisis de los misiles de Cuba, en el contexto de la Guerra fría. Si ahora celebramos el cuarenta aniversario de la llegada del hombre a la luna fue gracias a quien en su discurso de enero de 1961 prometió poner pie en tierra lunar antes de que acabara la década de los sesenta: “We choose to go to the moon...; we choose to go to the moon not because it is easy, but because it is hard”. “Elegimos ir a la luna no porque sea fácil sino porque es difícil”. Todo el discurso inaugural de Kennedy está lleno de referencias a los enormes retos que tenía por delante.

Reagan se empeñó en llevar la guerra contra “los soviets”, para acabar con lo que él llamó el “Imperio del Mal” (La extinta Unión Soviética) a todos los lugares del planeta: ayudando a los Contras frente al Gobierno sandinista de inspiración marxista en Nicaragüa, aliándose con los talibanes (Mujahadines) en Afghanistan frente a los soviéticos...; su firmeza frente a los soviéticos y sus iniciativas como la llamada “Guerra de las Galaxias” (un escudo antimisiles que protegería Estados Unidos de los misiles soviéticos en caso de una hecatombe nuclear) y sus continuas reuniones con el líder soviético Gorbachev finiquitaron, dieron la puntilla final al imperio soviético, que desaparició formalmente tres años después de que Reagan dejara la Presidencia.

Reagan sacó a los EEUU de la peor crisis económica desde la Gran Depresión, incurriéndo, eso sí, en los déficit públicos más formidables que América haya tenido que soportar..., hasta los generados por George W. Bush, diciséis años después. Ironías de la política americana: los republicanos generan los déficits, y los demócratas los enjugan: justo lo contrario de lo que derecha e izquierda hacen en España, por ejemplo.

Clinton es el primer presidente americano que tuvo que lidiar formalmente con un mundo sin guerra fría; poniéndo énfasis en el desarrollo económico de su país y, por ende, de todo el mundo, firmando más acuerdos de libre comercio que ningún otro presidente en la Historia de su país. Con razón, Alan Greenspan (Presidente de la Reserva Federal desde 1987 hasta 2006) se refiere a Bill Clinton como el gran paladín de la Globalización económica mundial.

Si Reagan tuvo que enfrentarse con Hizbullá en el Líbano y con la OLP en Palestina y con la invasión de El Líbano por Israel en 1982, por ejemplo; o solucionar la crisis de los rehenes en Irán; Clinton sufrió los primeros zarpazos de Al Qaeda: en Yemen, en las embajadas de los Estados Unidos en Kenia y en Tanzania; la voladura del HMS y la del World Trade Center...; también el desastre de los 17 marines de las Fuerzas Especiales en Somalia, Bosnia, el genocidio en Ruanda, etc. Fue el primer presidente que intentó poner en marcha una reforma (fallida) del sistema sanitario americano que, todavía hoy, deja sin cobertura médica básica a 44 millones de ciudadanos. Sus intentos fueron fallidos y sus escarceos amorosos extramatrimoniales pasarán a la historia como meras anécdotas frente a su extraordinario carisma como presidente. Como historiador y observador de la Presidencia de los Estados Unidos, querría escribir sin parar sobre estos temas, pero desgraciadamente no son objeto de este artículo.


Los retos del Presidente Obama


Obama ha tenido que enfrentarse con la peor y más grave crisis económica desde la Gran Depresión de 1929; crisis “de las que uno sólo ve una vez en la vida, cada cincuenta años o un siglo entero, según Greenspan”. Desde el primer momento se puso manos a la obra y sacó adelante un primer estímulo fiscal que supone más del doble de lo que Estados Unidos dedicó al Plan Marshall que ayudó a reconstruir Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Aún así, economistas como el Premio Nóbel 2008 Paul Krugman dicen que estas medidas son insuficientes y anima a Obama a multiplicar el deficit público de su país, para salir de la crisis.

En conjunto, es tal la cantidad de medidas que Obama ha puesto en marcha en estos seis meses que, aunque el paro no ha parado de aumentar, el decrecimiento económico en Estados Unidos ha empezado a desacelerarse. Sus ayudas a sectores críticos para la economía americana (el automóvil o la banca de inversión y la banca comercial) y la manga ancha que ha dado al Presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke (quien ha mantenido los tipos de interés en mínimos históricos para reactivar el crédito, la liquidez, la inversión y el consumo), se están demostrando eficaces. Pero no suficientes. ¿Por qué? Porque como indicaba Obama en la rueda de prensa a que hice referencia al principio de este artículo, la cantidad de retos a que ha tenido que enfrentarse ha sido monumental, y un presidente, un ser humano, aún tan carismático como Obama, no deja de tener sus limitaciones.


Un Presidente “revolucionario”, en lo doméstico


En el frente interior, además de poner en forma la economía, su principal reto, Obama quiere cambiar de arriba a abajo el estado del bienestar norteamericano, proporcionando un sistema nacional de salud a todos los ciudadanos. Ya hemos dicho que Bill Clinton lo intentó, poniendo tal iniciativa en manos de su esposa, Hillary, y por razones que sería largo de explicar, fracasó. Para Obama, hoy, esto es una prioridad. Como lo es la reforma de la educación, la investigación con células madre o el avance en los derechos civiles. Aunque no en la forma en que muchos creerían, respecto a este último punto: Obama será Demócrata, pero no es ni socialista ni de izquierdas. Cree tanto en la igualdad de oportunidades como en el sueño americano de que cualquiera, con esfuerzo (=trabajo esforzado) puede llegar a enriquecerse o al menos proporcionarse a sí mismo y a su familia un buen nivel de vida.

Obama cree en la meritocracia. Supongo que tan sólo un presidente de color podría dirigirse al lobby más importante afroamericano y decirle (esta misma semana pasada), a la cara, que él no cree en la discriminación positiva por razones de sexo o color y que, en la América del siglo XXI, como demuestra su llegada a la Casa Blanca (primer hombre de color en hacerlo, arrancando lágrimas al reverendo Jesse Jackson o a Oprah Winfrey en la noche en que fue elegido), todo el mundo puede llegar lejos trabajando duro y honestamente. Sus retos en política doméstica constituyen una lista (casi) interminable.


Ponerse el mundo por montera, en lo exterior..., tras la pesada herencia Bush


En política exterior, Obama tiene que restaurar la reputación de Estados Unidos en el mundo, tras ocho años de unilateralismo de la era Bush. Frente al “conmigo o contra mí”, Obama ha ofrecido multilateralismo, lo cual significa escuchar a los otros, incorporar al juego de la globalización a los países emergentes BRIC (Brasil, Rusia, India y China) y dotar de contenido real a Naciones Unidas; pero sin dejar de tener claro que los Estados Unidos, como lo fue España en el siglo XVI o Inglaterra en el siglo XIX, es la nación más poderosa de la tierra (en términos económicos y militares, que lo uno sin lo otro no vale para nada, en términos de ejercer influencia en política internacional) y que, en ese sentido, tiene sus obligaciones, como primera potencia mundial.

En Irak sigue habiendo atentados, pero Obama ha dado un giro de 180 grados a la política de Bush en ese país y ha dado más libertad de actuación a los comandantes militares sobre el terreno: esto ha supuesto una mayor eficacia de las operaciones militares, en Irak. Además, cumpliendo su promesa electoral, las tropas americanas, dejando primero las grandes ciudades en manos del ejército irakí, están iniciando poco a poco su repliegue y, en el plazo de dos a tres años, abandonarán Irak. Obama está poniendo su atención, sobre todo en Afghanistán, donde los talibanes amenazan el gobierno de Kabul impuesto por Washington (este mes de agosto habrá elecciones en el país) y, sobre todo amenazan al Gobierno de Pakistán, queriendo evitar a toda costa que sus armas nucleares caigan en manos de los extremistas islámicos. Obama ha sido más consciente que su predecesor de que, tras el 11S, la lucha contra el Terror no se circunscribe a la búsqueda de Osama Bin Laden y los líderes de Al Qaeda, sino que es necesario luchar en muchos más frentes al mismo tiempo: con la CIA..., y con la Diplomacia..., buscando aliados.

Corea del Norte ha cumplido sus amenazas y ha seguido adelante con sus pruebas nucleares, lanzando misiles al mar del Japón (a Dios gracias, no se trataba de misiles nucleares). A Obama no le ha temblado el pulso y, si bien fue Bush quien metió a los norcoreanos en el Eje del Mal, ha amenazado con actuar seriamente si Corea del Norte no da marcha atrás en sus agresiones a sus vecinos (sobre todo Corea del Sur y Japón, aliados de Estados Unidos). El mismo Obama que ha ordenado la mayor ofensiva contra los talibanes en Afghanistan hace dos semanas, tendrá la misma firmeza en actuar contra Corea del Norte, aun cuando “el actuar”, en su caso, siempre lleve consigo primero: diplomacia, sanciones y alianzas con los antiguos “amigos” de Corea del Norte: China y Rusia.

Irán sigue siendo un problema (lo ha sido para Norteamérica desde 1979, cuando estalló la revolución islámica) y, aunque Obama ha manifestado su deseo de sentarse a hablar, --sin condiciones, aunque pidiendo al régimen de los Ayatolás que dejen de lado su deseo de armarse nuclearmente-, ha tenido la enorme suerte de que el resultado de las recientes elecciones legislativas en Irán han dado un gran respiro al presidente americano. Irán podría ser un polvorín a punto de explotar debido a una sociedad no dividida, sino enfrentada: entre los que quieren reformas básicas y más libertades, y los que (gobernando ahora, con un impulsivo presidente a la cabeza) quieren que nada cambie en el régimen teocrático. Obama ha demostrado ser pragmático, en este caso, y dejar que las cosas en Irán, por ahora, se resuelvan por sí solas, antes de actuar: pero tarde o temprano, tendrá que hacer algo: porque Irán, o la antigua Persia, no quiere dejar de ser una gran potencia en Oriente Medio, utilizando su enorme influencia en el Islám “shiia”, cosa que molesta enormemente a las Monarquías y regímenes autoritarios Sunnies, aliados, por cierto, de Estados Unidos, como sucede con la Casa Real Al Saud, de Arabia Saudí.

El Conflicto en Oriente Medio continúa siendo una herida abierta y Obama no ha contentado a nadie al decir que desea tanto la seguridad de (su aliado) el Estado de Israel como que los palestinos tengan su propio Estado. Aunque nadie, claro está, espera que el actual presidente resuelva un conflicto en seis meses, que nadie ha podido solucionar desde 1948. Pero sus acercamientos al mundo islámico (como su discurso en El Cairo, dirigido a todos los musulmanes, chiies y sunnies, en que habla de una América que también tiene –integrados plenamente- ciudadanos musulmanes y que quiere llevarse bien con el mundo islámico) han hecho de él, también en los países árabes, el líder político mejor valorado a nivel mundial, como ya lo es en el mundo occidental. Estudios de Gallup, Pew e Ipsos, así lo demuestran.

El expansionismo chino en busca de materias primas con que nutrir su enorme producción industrial (única manera de mantener el crecimiento económico, sacar a cientos de millones de ciudadanos de la pobreza y, sobre todo, mantener la estabilidad social en el país) es otro quebradero de cabeza para Obama. China es ya una enorme potencia económica, con crecimientos del PIB superiores al 8%, incluso durante la crisis. China quiere el reconocimiento en la escena internacional que le otorga su economía boyante. Y, junto a ello, un mayor peso en los organismos internacionales (G-8, G-20, ONU, etc) y también mayor alcance militar para defender sus intereses, tal y como hacen los americanos (y los rusos). China es, junto con la Unión Europea, el partner económico más importante de los Estados Unidos. Con el añadido de que China financia la deuda y el déficit público americanos, gracias a sus bancos estatales y los fondos de inversión soberanos. Para Obama, los chinos son tanto aliados como son un problema en términos geopolíticos. Y necesitará de su enorme pragmatismo para sacar lo mejor para América de dicha relación dual y ambivalente.

Rusia también quiere su imperio. Imperio cercano a sus fronteras (en Asia Central y en el Cáucaso), pero Imperio. Rusia hoy cuenta en el mundo tanto porque sigue teniendo cabezas nucleares, como porque continúa siendo una potencia energética (gas y petróleo) de primer orden: que nos pone en vilo a todos, cuando llega el invierno... Putin sigue siendo el poder en la sombra y el presidente Medvedev, con quien se entrevistó Obama esta misma semana, es todavía una incógnita.


Un Presidente con mil frentes abiertos..., y una excelente imagen


Lo más destacado de todo lo que ha hecho Obama en estos seis meses no ha sido sólo su activismo imparable, sino su capacidad de atender a tantos frentes al mismo tiempo. Y, todo ello, con una filosofía sólida de fondo: la de intentar integrar a todos en el sistema multipolar de relaciones internacionales, en vez de dejar fuera a nadie que, como bien ha demostrado la era Bush, sólo consigue que el animal herido (=miembro del Eje del Mal, por ejemplo), sea capaz de dar zarpazos cuando se siente agredido y acorralado. Si Obama, en los tres años y medio de presidencia que le quedan, va a ser capaz de conseguir todos sus objetivos, en materia interior y exterior, es hoy imposible de saber.

Lo que sí sabemos es la forma en que los ciudadanos perciben sus políticas y su forma de llevarlas a cabo y comunicarlas. Obama sigue gozando de una enorme popularidad, parecida a la que tenía a principios de su mandato, hace seis meses: similar a las de Reagan, Kennedy o Clinton al inicio de sus presidencias. Pero, al igual que ellos, Obama es un presidente que ha sido elegido en el marco de una sociedad dividida: demócratas y republicanos están, continúan, francamente enfrentados. Y a Obama no le votó el 90% de todo el electorado, como de todos es sabido. Su buena imagen sigue incólume entre el electorado demócrata, que le volvería a votar muy mayoritariamente; mientras que los republicanos, que le otorgaron un voto de confianza nada más después de celebradas las elecciones, hoy se lo retiran, volviendo a la polarización de años previos. Encuestas distintas, tanto del Washington Post como del USA Today, publicadas hoy mismo en los Estados Unidos, muestran división entre los ciudadanos a la hora de apoyar las iniciativas de Obama en materia económica o su deseo de renovar el sistema sanitario.

Ya veremos cómo acaba todo. Gracias a que vivimos en un mundo interconectado, y existen internet, la telefonía móvil, las redes sociales, etc, y tenemos acceso a toda la información casi en tiempo real, seremos testigos, en vivo y en directo, de los éxitos y fracasos de Obama, que nos afectan a todos.

Además, con toda certeza, asistiremos a una de las presidencias más apasionantes de toda la historia de los Estados Unidos de América.



Fotografía Reuters

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