lunes, 14 de septiembre de 2009

Obama, Alberto Ruiz Gallardón y la Candidatura Olímpica Madrid 2016


La semana pasada fue especialmente relevante para la Presidencia de Obama y para los Estados Unidos. En muchos aspectos, la segunda semana de septiembre de 2009 pasará a la historia como la más simbólica de todo el año, para Barack Obama.

En el frente doméstico, Obama presentó oficialmente su Plan para la Sanidad en Estados Unidos. Desde un punto de vista comunicativo, eligió la fórmula más solemne a disposición de los presidentes norteamericanos, además del discurso del Estado de la Nación y de los discursos inaugurales: un discurso (de 47 minutos) ante Congreso y Senado juntos. A modo de ejemplo, Roosevelt lo hizo en 1941, cuando declaró la guerra a las potencias de Eje, tras el ataque japonés a Pearl Habour; LBJ se dirigió al poder legislativo tras el asesinato de Kennedy; Ronald Reagan fue recibido por ambas cámaras tras el atentado contra su vida, en 1981. George W Bush fue aclamado por ambas, tras los atentados del 11S.

Obama pudo haber anunciado su Plan para la Sanidad norteamericana de muchas maneras, evitándose incluso la agonía de un verano plagado de tertulias en los medios de comunicación y town halls por todo el país en que expertos, periodistas, políticos y opinión pública/población general han opinado apasionadamente sobre un plan del que apenas sabían nada. La forma en que Obama está haciendo las cosas demuestra su inteligencia política. En serio. Ahora lo veremos.

Por un lado, el Presidente quiere evitar los errores que cometió Bill Clinton. También este Presidente quiso revitalizar y renovar la Sanidad norteamericana. Pero lo hizo de manera inapropiada e ineficaz, generando críticas incluso entre su propio partido y entre sus votantes, “matando” el capital político ganado tras las elecciones en que derrotó a George H. W. Bush, en 1992.

Primero, encargó a su mujer (First Lady, pero sin cargo electo) que, de manera “secretista”, elaborara un plan complejo al margen del proceso legistativo y gubernamental, con expertos no elegidos por los ciudadanos –anatema, en América-. Segundo, se comprometió a presentar un plan y aprobarlo en un tiempo récord: 100 días, en 1993. El Plan con el que apareció Hillary Clinton al cabo del período comprometido era extremada complejo. Y difícil de explicar y “vender” a la sociedad americana. Tercero, Clinton no se aseguró de tener el apoyo de los congresistas y senadores de su propio partido, que se sintieron alienados por su propio Presidente. Cuarto, al hacer las cosas de manera “secretista”, Clinton no tuvo el apoyo de la opinión pública, absolutamente necesario. Aquello de “gobernar para el pueblo pero sin del pueblo”, de antaño, no vale en una América cuya Constitución empieza con un plural “we, the American people...”: los americanos llevan muy mal que no se les consulte y no se cuente con ellos: después de todo, son la primera democracia de la tierra, en todos los órdenes.

Las consecuencias de los errores de Clinton y su mujer son bien conocidos: la reforma sanitaria no fue aprobada ni en el Congreso ni en el Senado; Clinton perdió mucho apoyo popular; tuvo enormes conflictos dentro del partido y, cuando se celebraron –en 1994- las llamadas midterm elections, los demócratas perdieron el control de las dos Cámaras, por vez primera desde finales de la Segunda Guerra mundial. Tanto Hillary, en “Living History” (2003), como Bill Clinton, en “My life” (2004) reconocen sus errores en la forma en que hicieron las cosas, en esta materia.

Obama, en cuanto a la reforma sanitaria, no ha querido cometer los mismos errores. Más aún, creo que ha querido imitar a dos Presidentes expertos en ganarse el favor de congresistas y senadores, de ambos partidos: LBJ (Johnson) y Ronald Reagan (ver “The Presidents: the transformation of the American Presidency from Theodore Roosevelt to George W. Bush”, de Stephen Graubard, 2004). Obama lleva todo el verano llamando a unos y otros, entrevistándose con ellos y tratando de conseguir su apoyo. Y sus continuas explicaciones y apelaciones (aún siendo todavía genéricas) a la población general están dando sus frutos: todas las encuestas publicadas tras su discurso del miércoles 9 de septiembre por la noche, le dan ratios de aprobación superiores al 60%. Esto no significa que aún no le quede mucho terreno que recorrer, pero al menos, ha cerrado un ciclo favorable en favor de su reforma. El propio Clinton dice, en su biografía, que tras su debacle con la sanidad, fue acusado de gobernar a base de encuestas, de lo mucho que se apoyaba en ellas.

Sin llegar a tanto, claramente Obama está teniendo en cuenta lo que piensa la gente. Especialmente, porque Obama sabe que el individualismo corre por las venas de los norteamericanos y que la intervención del Estado en sus vidas, a demócratas y republicanos, provoca sarpullidos innecesarios y no buscados. Por eso, Obama camina con mucho cuidado en este camino de la reforma sanitaria. Y, al final, con su pragmatismo habitual, sacará adelante una reforma de compromiso que contente a todos.

Aunque este fin de semana haya habido manifestaciones de gentes contrarias a su plan en Washington (también las tuvo Bush en contra de la guerra de Irak o Nixon contra la de Vietnam o Clinton por su reforma de la Administración que enervó a los funcionarios americanos), creo que el Presidente busca una comunicación eficaz: mejor aún, ha supeditado la comunicación al servicio de su fin último, que es sacar adelante la reforma sanitaria y que sus senadores y congresistas mantengan sus escaños, en las elecciones del año que viene: sin ellos, la reforma no saldrá adelante y su capacidad de gobernar se verá seriamente comprometida. En ese sentido, Obama demuestra que, más que gestionar intangibles, la comunicación debe estar al servicio de algo superior que contribuya al bienestar de la gente, de la sociedad, de las empresas y los individuos.

A nadie se le oculta que su reforma sanitaria tiene un enorme coste económico, además de político: muchos billones de dólares. Sin entrar en el detalle, -para nada- de las mil páginas que Obama ha presentado al Congreso, sí diré, que lo que se gasta o pretende gastar Obama en sanidad es mucho menos de lo que la Reserva Federal (FED) se ha gastado desde marzo de 2008 (Bearn Stearns, ¿recuerdan?) en rescatar bancos y estabilizar el sistema financiero. Y todo experto en economía, de derechas y de izquierdas, está de acuerdo en que esta intervención del estado en la economía financiera, era necesaria para que el dinero fluyera a familias y empresas (“la financiación es la sangre de la economía", afirma Alan Greenspan, en “The age of Turbulence”, 2007). Lo que se gastaría Obama en sanidad, de sacar adelante su plan, es mucho menos de lo gastado en la guerra de Irak, como demuestra en su obra maestra el premio Nóbel de Economía Joseph Stiglitz “The Three Trillion Dollar War: the true cost of the Iraq conflict” (2008).

Y, además, hay muchos americanos que sí están de acuerdo en reformar la sanidad americana, con ciertas condiciones: dando más cobertura, ofreciendo una alternativa pública a las de las aseguradoras privadas, haciendo la Sanidad más eficiente y reduciendo sus costes (América gasta 1,5 más en Sanidad que la Unión Europea, por ejemplo, y, sin embargo, tiene 47 millones de personas fuera del sistema sanitario, frente a nuestro sistema de cobertura universal), al tiempo que la convierte en fuente de revitalización de la economía y generación de empleo. Porque estos parámetros –y no otros- son los que definen, a grandes rasgos, los objetivos de la reforma sanitaria de Obama. Las soflamas -no ciertas- de que Obama es socialista y quiere introducir el comunismo en los Estados Unidos son absolutamente fuera de lugar y sin sentido, por mucho que tantos, de izquierda (en Europa) y de derecha (en América), se empeñen en repetirlo.

Además de la reforma sanitaria, Obama honró a los asesinados por Al Qaeda en el 11 de septiembre de hace ocho años. Y, con su retórica, que no es la de su predecesor, reafirmó su intención y determinación de acabar con el terrorismo islamista y que no le temblará la mano a la hora de luchar contra Bin Laden y sus secuaces. Obama será demócrata, pero no de izquieras: antes que nada es norteamericano y, por tanto, patriota. Si Bill Clinton bombardeó los campamentos de Bin Laden en el desierto, Obama perseguirá al saudí hasta los confines de la tierra, aunque respetando la ley y sin torturas.

También en el ámbito económico, la semana pasada ha sido importante para Obama y para América. El secretario del Tesoro Timothy Geirthner, afirmó que la economía americana empezaba a ver la luz al final del túnel. Por contraste con algunos comentarios que vemos y escuchamos en otras latitudes más cercanas, Geirthner fundamentó sus afirmaciones en datos, estadísticas y estudios. El estímulo económico del Presidente, por ejemplo generó más de 1,5 millones de empleos, en lo que llevamos de año. Desgraciamente en España, este mes pasado ha generado más desempleo y, según nuestro ministro de Trabajo, Corbacho, la tasa de paro podría alcanzar el 20% de la población activa. En marzo de 2008, Zapatero hablaba de pleno empleo, para esta legislatura, en víspera de elecciones.

En Comercio Exterior Obama tomó una decisión histórica: subir los aranceles a la importación de neumáticos chinos. Desde que Nixon y Kissinger iniciaran la política del deshielo con Mao y la China comunista, los gobiernos americanos habían tenido una relación cordial con los chinos: con la excepción del conflicto por Taiwan, americanos y chinos se llevan bien en lo económico; ya se habla del G-2, frente al G-20. No hay que olvidar que China financia buena parte de la deuda estadounidense (deuda pública, deuda de los bancos, deuda del consumo, deuda de la inversión, deuda de las familias, etc). Por ese motivo, la reacción airada de las autoridades chinas, que no se ha hecho esperar, tiene especial relevancia: la decisión de Obama, en defensa de los intereses económicos americanos (los sindicatos de los sectores afectados ya han mostrado su alegría por la medida, porque se salvarán muchos puestos de trabajo en América, al tiempo que se perderán en China: así es el juego de las redes y de la globalización) podría interpretarse como proteccionista y despertar una guerra comercial que no sería buena para nadie. Sin embargo sospecho que la sangre no llegará al río y que Obama se sentará a hablar con los chinos, antes de que comiencen los problemas.

Al igual que ha dicho que está dispuesto a sentarse a hablar con norcoreanos y con iraníes para parar sus programas nucleares. El diálogo ya empezó con su predecesor, pero a Bush, su retórica del “eje del mal” no le ayudó a la hora de establecer ciertas relaciones diplomáticas. La visión multilateral de Obama será de gran utilidad para resolver conflictos internacionales.

Por último, una decisión curiosa y de índole interna podría afectarnos mucho a los españoles. Obama anunció esta semana que su mujer, Michelle, y no él, acudiría a Copenhage a defender la Candidatura de Chicago para los Juegos Olímpicos de 2016. Esta decisión podría tener muchas repercusiones: a los miembros del COI, que se reúnen el próximo 2 de octubre en Copenhage, les gustan las representaciones de muy alto nivel, a la hora de defender candidaturas olímpicas.

En el caso de Madrid, nuestra candidatura, que presentará el Alcalde Alberto Ruiz Gallardón, irá encabezada por la Familia Real al pleno (la única enteramente olímpica, por cierto: todos sus Miembros han participado en alguna Olimpiada). La Candidatura Olímpica Madrid 2016, con su lema “tengo una corazonada o I feel it in my bones” es la que más apoyo popular tiene de las cuatro opciones, con más del 90% de la población española a favor, según las encuestas.

Sin Obama, nuestra Candidatura, ya de por sí sólida y fuerte, podría verse seriamente reforzada a los ojos del COI. Ojalá sea así y, ganando por sus propios méritos, Madrid se convierta en la sede de los Juegos Olímpicos de 2016.

Fotografía  EFE

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