En mis continuos
viajes a Estados Unidos, desde junio de 2009, cuando comenzó la
recuperación económica americana, todos los años he visto crecer la
ansiedad estadounidense respecto al ascenso económico de China (When China rules the world,
Martin Jacques, Allen Lane 2009,). Se refleja en los medios de
comunicación, en los más de trescientos libros que he leído sobre la
materia y en el sentir de la calle, proyectado en las encuestas que
influyen en los políticos norteamericanos.
Según el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) o The
Boston Consulting Group, la economía china será mayor que la
norteamericana en porcentaje de Producto Interior Bruto (PIB) mundial en
2019: China (18% del PIB) será la economía más grande del planeta,
seguida de Estados Unidos (17%). En la primera página de la obra de
Friedman y Mandelbaum (That used to be us, FSG 2011) se cita al
presidente norteamericano Barack Obama: “No tiene sentido que China
tenga mejores trenes que nosotros, o que Singapur tenga mejores
aeropuertos que los nuestros. Sabemos que China tiene el ordenador más
rápido del planeta: that used to be us, eso solíamos ser nosotros” (Obama, 3 de noviembre, 2010).
Desde la muerte de Mao, en 1977 –y el ascenso de Deng Xiaoping–,
China ha creado 400 millones de puestos de trabajo: personas que
salieron de la pobreza, y se incorporaron a la clase media (China goes global,
David Shambaugh, Oxford University Press 2013). Ciertamente, en las
últimas tres décadas, Norteamérica no ha creado tantos empleos. Por
supuesto, puede argumentarse la obvia disparidad demográfica: el censo
oficial del Partido Comunista Chino
–distinto del oficial del Buró de Estadísticas del Gobierno chino– muestra una población de 1.500 millones de chinos (versus 1,3 de la segunda fuente). El censo estadounidense de julio de 2013 habla de 311 millones de norteamericanos. Son realidades muy distintas, por tanto, que favorecen a Estados Unidos.
–distinto del oficial del Buró de Estadísticas del Gobierno chino– muestra una población de 1.500 millones de chinos (versus 1,3 de la segunda fuente). El censo estadounidense de julio de 2013 habla de 311 millones de norteamericanos. Son realidades muy distintas, por tanto, que favorecen a Estados Unidos.
Aun así, la pregunta persiste: ¿alcanzará China a Estados Unidos como
primera economía del planeta? Con Alan Greenspan (ex presidente de la
Reserva Federal estadounidense: The map and the territory. Risk, human nature and the future of forecasting,
Penguin Press 2013), afirmamos que no porque, de nuevo, hablamos de
realidades diferentes. Demos la respuesta final: cuando, en 2019, China
alcance a Estados Unidos en tamaño relativo del PIB mundial, los chinos
seguirán siendo pobres y los norteamericanos seguirán siendo ricos…,
incluso más ricos. Las mismas fuentes antes citadas (FMI, Banco Mundial)
proyectan un PIB per cápita –basado en paridad de poder adquisitivo– de
16.000 dólares anuales para los chinos, versus 66.000 anticipados para
los norteamericanos.
Como suele decir Jim O’Neill, inventor del acrónimo BRIC (Brasil,
Rusia, India, China) en 2001, y más recientemente del acrónimo MINT (The Growth Map. Economic opportunity in the BRICs and beyond,
Portfolio 2011: México, Indonesia, Nigeria, Turquía): “Un mercado de
trabajo en ebullición suele ser síntoma de una economía boyante”, aunque
no siempre. Y de acuerdo con Simon Baptist, economista jefe de The
Economist Intelligence Unit y su director regional en Asia: “El
crecimiento económico que genera empleo a lo largo del ciclo es empujado
por cambios en la demanda (…); a largo plazo, el potencial de
crecimiento económico de un país depende de la oferta: cuántos
trabajadores tiene y cuán productivos son”.
Estados Unidos y China, modelos diferentes
Ambos expertos nos ayudan a entender las diferencias en crecimiento
económico y generación de empleo entre Estados Unidos y China. Con menor
crecimiento económico, Estados Unidos genera más empleo –en términos
relativos– que China, a quien además se le acaba el fuelle económico:
tras tres décadas creciendo a dos dígitos, la segunda década del nuevo
siglo ha visto crecimientos del 7,7-7,5%, crecimiento insuficiente en
PIB para generar empleo en China. Estados Unidos, en cambio, aumenta en
empleo y productividad, mientras China desacelera en lo uno y en lo otro
debido al aumento de los costes laborales y de producción. Este es uno
de los motivos que lleva a gigantes corporativos americanos a volver al made in America
y repatriar producción a Estados Unidos (Apple, GM, HP, Wal-Mart). En
2019, los costes de producción chinos aumentarán el 102%, versus el 96%
estadounidense: los americanos seguirán siendo más productivos que los
chinos, dentro de cinco años.
En los últimos 54 meses, las empresas han generado 10 millones de
empleos en Estados Unidos: el más largo período de creación de empleo en
el sector privado desde 1939 (Departamento de Trabajo estadounidense,
septiembre 2014). Entre marzo de 2010 y agosto de 2014, la economía
americana ha crecido una media del 2,2% en PIB y cada mes se han creado,
también de media, 186.000 empleos netos. Cierto, ambas citas son
medias, porque la economía americana creció en el último trimestre un
4,2% (venía de una contracción del -2,9%) y en agosto solo se crearon
142.000 puestos de trabajo, dejando la tasa de paro en el 6,1%. Nuestras
predicciones son que Norteamérica alcanzará la ansiada tasa de
desempleo del 5,5% (objetivo de la Reserva Federal, con Ben Bernanke y,
ahora, con Janet Yellen) a mediados de 2016, lo que podría facilitar que
otro presidente demócrata sucediera al actual.
Esto abundaría en las tesis de los economistas de Princeton, Alan
Blinder y Mark Watson, que sostienen que la economía americana crece más
y genera más empleo con presidentes demócratas que con republicanos,
habiendo estudiado la evolución del PIB anualizado y la generación de
empleo desde Truman a Obama: “Desde 1961…, los republicanos han dirigido
la Casa Blanca 28 años; los demócratas, 24 –dijo Bill Clinton, en 2012.
En estos 52 años, el sector privado ha generado 66 millones de empleos.
¿Cuál es el saldo? Los republicanos, 24 millones; los demócratas, 42
millones”. Concluye Blinder: “Y Obama ha añadido (2012-2014) otros cinco
millones al saldo”.
Blinder (After the music stopped: The Financial Crisis, the Response, and the Work Ahead, Penguin 2013) y Michael Grunwald (The New, New Deal,
Simon & Schuster 2012) atribuyen a motivos distintos la creación de
10 millones de puestos de trabajo en Norteamérica con Obama. Blinder,
que trabajó con Clinton y con Greenspan, compara la era Obama con la de
Clinton y concluye que son los incrementos de productividad, gracias a
las tecnologías de la información (TIC), los que más aportan al empleo.
Grunwald defiende la tesis de que el paquete de estímulo a la economía
(787 billones de dólares) de febrero de 2009, que salvó el automóvil,
los bancos, las aseguradoras, la construcción e invirtió en
infraestructuras, TIC y energías verdes –por simplificar–, es el motivo
de la generación de empleo de Obama.
TIC y empleo en Estados Unidos
Para Bernanke, ex presidente de la Reserva Federal (The FED and the financial crisis, Princeton 2013) y Timothy Geithner, ex secretario del Tesoro (Stress Test,
Crown 2014), la respuesta adecuada sería una mezcla de ambas tesis: el
crecimiento con empleo de los últimos cinco años ha sido resultado de la
inversión pública y privada, el moderado incremento del consumo (70%
del PIB americano), bajos precios del petróleo y fuertes aumentos de
productividad. En este último punto, ponen énfasis tanto Blinder
(demócrata), como Bernanke (libertario, versión más extrema del
republicanismo).
Según Blinder, en los años noventa, América se benefició de uno de
los crecimientos económicos más fuertes, superior al 3%, gracias a una
fuerza laboral que se expandía a más del 1% anual, debido a incrementos
de productividad anual del 3%, fruto de la implementación de las TIC en
las empresas e Internet. Entre febrero de 1996 y abril de 2000 (segundo
mandato del presidente Clinton), la creación de trabajo fue de 240.000
empleos mensuales (como en la primera mitad de 2014). Para ver una
recuperación mayor, hay que remontarse a principios de los años
cincuenta, cuando hubo un período de 13 meses en que se generaron
315.000 empleos cada mes, con bajo crecimiento económico.
En Estados Unidos, en los años cincuenta y noventa del siglo XX y
entre 2009 y 2014 se han producido aumentos de productividad gracias a
las tecnologías de la información, que han facilitado el crecimiento
económico y la generación de empleo. Por supuesto, la inversión pública y
privada, el desarrollo de las infraestructuras y, en última instancia,
la capacidad de consumo de los norteamericanos han hecho el resto, pero
las TIC son el común denominador que une los tres períodos de expansión.
Y es el parámetro que se echa en falta en la economía china –que apostó
muy fuerte por el factor trabajo a muy bajo precio, durante tres
décadas- y en las BRIC y MINT– de Jim O’Neill, antes mencionadas.
En Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity, and Poverty
(Crown 2013), dos economistas de Harvard, Daron Acemoglu y James
Robinson, aseveran que las nuevas tecnologías explican el triunfo del
Imperio Romano sobre sus contemporáneos, o la primacía de Estados Unidos
sobre la Unión Soviética en la Guerra Fría, entre otros ejemplos.
El capitalismo de estado chino, con instituciones políticas que no
son inclusivas de la ciudadanía –a pesar de ser el segundo país del
mundo con millonarios, 1,5 millones versus los 7,3 millones de Estados
Unidos, según The Boston Consulting Group, en junio de 2014–, tiene el
germen de la desaceleración de su crecimiento económico, sin el cual
China es incapaz de generar empleo (ya vimos que Norteamérica era capaz
de crear puestos de trabajo con poco crecimiento). La expansión de China
por toda Asia, sus inversiones en América Latina, la compra de materias
primas en África hacen que su alcance sea global (As China goes, so goes the world,
Karl Gerth, Hill & Wang 2010) y que, por tanto, su potencial
ralentización económica pudiere afectar al resto de países BRIC y MINT.
En cambio, la influencia de Estados Unidos –por ejemplo, a través del
Acuerdo de Libre Comercio o TTIP con la Unión Europea– en Europa podría
ser beneficiosa en términos de PIB y empleo para ambas partes, aunque
esta temática se saldría del ámbito de nuestro artículo.
Nota: Este artículo fue escrito durante la primera semana de septiembre.
Publicado previamente en Catalunya Económica
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