lunes, 16 de noviembre de 2009

Scott McClellan, White House Press Secretary (2003-2006) o la incauta fascinación del Poder


“What happened: Inside the Bush White House and Washington’s Culture of Deception” (Public Affairs Books, 2008) son las memorias del que durante tres años fue Jefe de Prensa de la Casa Blanca (2003 a 2006). Bien es verdad que Scott McClellan era un hombre que trabajaba para Bush desde los años noventa, cuando éste era Gobernador de Texas.

Su nombre se puede asociar al del grupo de personas más cercano al Presidente: el gran experto electoral Karl Rove (artífice de las victorias de Bush en Texas y en las Presidenciales de 2000 y 2004), Condoleezza Rice, Karen Hughes (Dircom o Directora de Comunicación de Bush, muchos años), Andy Card (White House Chief of Staff), Dick Cheney (Vicepresidente) y Donald Rumsfeld (Secretario de Defensa).

Leí las memorias de Scout McClellan nada más publicadas en Estados Unidos, a mediados del año pasado, 2008, durante una estancia de mi mujer y yo en Londres. Su libro causó tanta polémica en los Estados Unidos que McClellan tuvo que testificar varias veces ante Congreso y Senado. ¿Por qué? La respuesta es un drama al estilo Shakespeare.

La historia viene de muy atrás, de cuando este experto en comunicación y relación con medios se embarca en una aventura profesional vinculada al entonces Gobernador de Texas, George W. Bush. McClellan se deja atraer, fascinar, por un político que, en Norteamérica se denomina como “bipartisan”, es decir, que pone los intereses de los ciudadanos, de su Estado o de la Nación, por encima de los de su Partido, en este caso, el Republicano. Además, Bush acuña un concepto muy poderoso y atractivo, que le hace ganar elecciones: es el “Compassionate Conservatism”. En una sociedad liberal en extremo, dividida entre “winners y losers”, entre los que tienen –gracias a la economía de libre mercado, máximo exponente del capitalismo- y los que están excluidos del sistema, Bush dice que sus políticas son inclusivas: “nobody will be left behind”. McClellan se siente muy atraído por ese político que no polariza opiniones y muestra misericordia con los pobres. Así lo demuestran las encuestas. Para McClellan, Bush personifica (“embodies”) el buen samaritano, las bienaventuranzas del Evangelio…

Sin pensárselo dos veces, McClellan, trabaja día y noche para Bush, primero en Texas y luego en la Casa Blanca. Siempre, en el Equipo de Comunicación del Gobernador & luego Presidente. Sin embargo, comete un error garrafal, de los que uno acaba pagando “dearly”, muy caramente: McClellan, como profesional de la comunicación, como Jefe de Prensa de Bush, piensa -está convencido-, de que forma parte del “inner circle of the President”. Cegado por la luz que emana del Poder, es incapaz de darse cuenta de que, realmente, él no forma parte de ese “sancta sanctorum” de verdaderos elegidos que sí son realmente los más cercanos al Presidente Bush. El gran error de McClellan es el de “creérselo”, como comúnmente se dice.

McClellan es un simple Portavoz de la Casa Blanca. Dicho así, suena aparentemente contradictorio: muchos Jefes de Prensa y Portavoces de la Casa Blanca han tenido y tienen mucho poder. Porque, como en su momento Pierre Salinger con JFK (Kennedy), eran, y son, “The President’s ear”: estaban/están presentes en el momento en que se tomaban/toman las decisiones políticas más importantes, y participaban/participan de ellas. Como consecuencia, llegado el momento, transmitían/transmiten a los medios de comunicación (en Estados Unidos, “The Fourth Power”) y a la Opinión Pública, dichas decisiones con conocimiento de causa, y con toda la información, y todos los ases en la manga.

McClellan debió pensar que él era para Bush lo que Salinger fue para Kennedy. Y se equivocó de la A a la Z. McClellan es una mera correa de transmisión (más bien el último eslabón de la cadena) de decisiones que han tomado otros. El, lleno de vanidad, porque está cerca del Poder, transmite desde el Podio de la White House a los medios de comunicación, pensando inconscientemente dos cosas: primero, que él tiene toda la información; segundo, que lo que está comunicando a los periodistas acreditados en la Casa Blanca es, radical y simplemente, “la verdad” (con minúsculas).

Tarde y amargamente se da cuenta McClellan, de “La Verdad” (con mayúsculas). Un buen día se cae del guindo y empieza a darse cuenta de cosas: bien se trate del Huracán Katrina o de la Guerra de Irak, curiosamente, los periodistas más avezados acreditados en la Casa Blanca, saben más que él sobre esos temas. Caso inédito en la Historia de la Comunicación de la Presidencia de Norteamérica. Eso significa dos cosas, primero, concluye McClellan: los periodistas tienen “otras” fuentes de información, distintas y más fiables que él, dentro de la Casa Blanca, que están filtrando información: sin que él se entere. En otras palabras, el Jefe de Prensa de Bush está siendo “puenteado” en el desempeño de su trabajo de comunicador. Y, en segundo lugar, McClellan, empieza a entender que esas mismas fuentes (“gargantas profundas”, podríamos decir, como en el Caso Watergate de Nixon) a él le están engañando y, como consecuencia, él está (inconscientemente, involuntariamente) engañando a Medios de Comunicación y Opinión Pública.

Los Medios de Comunicación le ponen en evidencia, primero privadamente, y después en público, varias veces. McClellan aparece ante los periodistas como un hombre desinformado. Su prestigio ante los medios, dice él, no se vio empañado, “porque ellos sabían que yo no les mentía a propósito, sino que yo mismo era objeto de engaño”. La cuestión es que, engañar a los Medios y la Opinión Pública Americana en temas como la Guerra de Irak (¿de verdad que, “sí había & no había”, armas de destrucción masiva que justificaran la invasión de Irak?) es una cuestión muy grave. Y, por eso, en el verano de 2008, Congreso y Senado exigen a McClellan que testifique ante Comisiones Especiales (Special Hearings) para explicar realmente qué pasó y si, de verdad, el Pueblo Americano fue engañado.

McClellan nunca llegó a saber a ciencia cierta quién le mintió. Al menos eso dice en su libro. Exonera de culpa al Presidente Bush directamente, pero no a su entorno más cercano. Indirectamente apunta hacia dos de los consejeros más cercanos al Presidente: al consultor y experto electoral Karl Rove (cuyas memorias espero como agua de mayo, en breve) y al Jefe de Gabinete, Andy Card. McClellan, de manera muy naive, les pregunta varias veces a ambos dos “si ellos le han mentido, cuando le han hecho comunicar ciertas cosas al Pueblo Americano, que luego se han demostrado falsas”. Lógicamente ellos siempre (se) lo niegan y McClellan queda en la eterna duda: “To be or not to be”… (Hamlet, Shakespeare).

“What happened: Inside the Bush White House and Washington’s Culture of Deception” es un libro de memorias indispensable para todo Jefe de Prensa y/o Director de Comunicación (Dircom) que quiera evitar la terrible situación en que se encontró el autor del libro: engañado por sus Jefes, comunicó mal y pagó por ello (tuvo que dimitir, por “vergüenza torera”); y, sobre todo, enseña a ser humilde y no creérselo: estar cerca del Poder no significa ser o tener poder.

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