XiJinping ascendió a la Secretaría General del Comité de Central del
Partido Comunista Chino (marzo 2013) prometiendo un programa de reformas
que permitieran seguir creciendo la economía. No es que su promesa
fuera electoral y tuviera que rendir cuentas a los votantes. Su
compromiso era con los dos pilares que garantizan la estabilidad en un
país de 1.500 millones de personas: el Partido Comunista y el Ejército.
Ahora bien, una excesiva divergencia entre esos dos baluartes en que se
asienta el sistema y la sociedad, podría provocar un cisma con
consecuencias sociales imprevisibles.
De aquí que la economía entre en
la ecuación como un factor esencial de la estabilidad del país. Las
revueltas estudiantiles en Hong Kong son una broma -más bien, un
mosquito- para el Gobierno chino, que podría acabar con ellas con más
rapidez y eficacia que con la Revuelta de la Plaza de Tiannamen.
El capitalismo de estado chino ha generado crecimientos económicos de
dos dígitos durante tres décadas. 400 millones han salido de la
pobreza. Una incipiente clase media -todavía, con ingresos netos anuales
situados en un 25% de los norteamericanos o europeos- que se agrupa en
la costa, y un millón de personas con más de un millón de dólares -por
eso, se les llama millonarios- han cambiado la realidad de China que
conoce el mundo exterior. Shanghai es un "show room" con impresionante
distrito financiero, altísimos rascacielos, escenario de películas de
acción y espionaje occidentales (Skyfall, Misión Imposible...), pero
China no es Shanghai, como tampoco es Pekín. Y tampoco la inmensa China
se identifica con los espectaculares centros de producción de Guangdong o
Chongquing, con fábricas de 800.000 trabajadores...
La primera conclusión del crecimiento económico chino iniciado en
1979 por Deng Xiaoping es los enormes desequilibrios que ha generado
dicho ascenso: la sociedad china no es el paraíso comunista -espejismo
falso de la realidad- en que todos tienen de todo: unos pocos tienen
muchísimo, unos cuantos, tienen algo, una inmensa mayoría apenas tiene.
En esto, China no se diferenciaría en demasía del resto del mundo
desarrollado, a no ser por el tamaño, las dimensiones.
A los desequilibrios sociales se une otra conclusión: la divergencia
entre demanda interna y la externa. Hasta ahora, la gran fábrica del
mundo que es China ha producido muy barato para exportar a bajo coste.
Las exportaciones han expoleado el PIB, hasta ahora, cuando la economía
mundial -lo dijo el 2 de octubre de 2014 el FMI- empieza de nuevo a
ralentizarse, excepto en Estados Unidos. Xi Jinping no prometió un
crecimiento armonioso -"sociedad armoniosa"-, como el de su predecesor,
Hu Jintao. Su gran reto ha sido, desde marzo de 2013, aumentar la
capacidad de consumo de los chinos para incrementar el consumo interno y
compensar la caída de las exportaciones. Para eso, es menester hacer
crecer el poder adquisitivo de los ciudadanos. Lo cual, en China, es
opuesto a una política de altísima productividad basada en mucho factor
trabajo a bajísimo coste salarial. De hecho, en los últimos doce meses,
los costes laborales chinos ha aumentado, por lo que sus fábricas son
menos productivas. Gigantes americanos -Apple, Wall-Mart- han
aprovechado para "volver al cacareado y popular (populista) made in
America" y devolver significativa producción a Estados Unidos, lo que
explica -solo muy parcialmente- la caída del desempleo en Norteamérica.
La realidad es que Xi Jinping está teniendo que elegir, entre seguir
con sus reformas o espolear el crecimiento económico. No puede hacer
ambas al mismo tiempo, por los vicios innatos al sistema chino, que no
es inclusivo en sus instituciones, por no ser democrático ("Why nations
fail", 2012, Harvard). Las medidas de estímulo económico puestas en
marcha por Xi han tenido impacto, solo inmediato, y la segunda economía
del mundo en tamaño, no va a poder evitar una fuerte caída del mercado
inmobiliario, y un mayor descenso de la producción industrial: en agosto
pasado, aquella cayó el 6,9% -año sobre año-, el crecimiento más bajo
desde la Recesión de 2008.
El Gobierno no puede impulsar paquetes de estímulo de estilo de los
de Barack Obama en Estados Unidos (787 billones de dólares en febrero de
2009; 400 billones adicionales en septiembre de 2011): se encuentra con
altísimos niveles de endeudamiento de bancos -entre los mayores del
mundo-, empresas -muchas, estatales- y gobiernos, a todos los niveles de
la administración.
El PMI chino, en septiembre, permaneció en el mismo nivel que el mes
de agosto: el 51,1. ¿Anecdótico? No, sintomático: es ya una tendencia,
en 2014. La cuestión es qué va a hacer Xi Jinping ahora. Tiene dos
opciones: tomar fuertes medidas, como recortar mucho los tipos de
interés, al igual que Estados Unidos y Europa, o aceptar (resignarse) a
la ralentización de la economía, con aumento del desempleo y menor
crecimiento. Esto segundo no es una opción, para un Secretario General
del Comité Central del Partido Comunista Chino. Hoy, las "purgas" no son
como las de Mao, son más amables, sutiles y..., armoniosas..., pero las hay.
Sería la primera vez que China no cumpliera, en un escenario
hipotético, con su objetivo de crecimiento económico, del 7,5%, para
este año. En Europa, acogeríamos ese crecimiento como maná llovido del
cielo, pero para la economía china es un nivel ligeramente por encima
del recesivo: China necesita expandirse dos dígitos, pero crecimientos
de estos, "are long forgotten", han quedado en el olvido. Bloomberg,
Wall Street Journal, Barclays, The Economist Intelligence Unit, HSBC...,
todos coinciden en que, o Xi Jinping, timonel -grande o pequeño, no
sabemos, pero todo indica, que mediano tirando a grande- tendrá que
tomar decisiones pronto, y que serán drásticas, para estimular el
crecimiento.
Los estudiantes de Hong Kong manifestados con teléfonos móviles, no cualifican ni como "china (piedra) en el zapato de China"...
Publicado previamente el 3 de Octubre en mi Blog de Cinco Días EE.UU y mercados emergentes
No hay comentarios:
Publicar un comentario