La historia electoral de Estados Unidos muestra que la teoría
de la inevitabilidad de la victoria no siempre se cumple. Durante 2007 y
hasta mediados de 2008, Hillary Clinton -y, con ella, medio país- creyó
que su victoria era inevitable: sería candidata presidencial demócrata
y, posiblemente, la primera mujer presidenta de Norteamérica. Pero un
factor inesperado en la ecuación -la aparición del desconocido Barack
Obama-, tiró por tierra las expectativas de Clinton.
En el verano de 2014, América vive la precampaña electoral de las
Mid-Term Elections, por las que se renovarán parcialmente las Cámaras de
Representantes, el Senado y bastantes puestos de gobernador.
Actualmente, los demócratas tienen una mayoría simple en el Senado, que
permite gobernar a Obama, versus la Cámara de Representantes, donde la
mayoría republicana hace todo lo posible por bloquear la agenda del
presidente. Tanto es así que éste, recientemente, ha dicho que estaba
dispuesto a gobernar haciendo uso de sus prerrogativas presidenciales y,
ante ese aviso a navegantes, los republicanos han respondido amenazando
con llegar a juicio al presidente. La ironía del anuncio de John
Boehner de proceder a un "impeachment" de Obama es que está consiguiendo
lo que los demócratas no lograban por sí solos: movilizar a su base
electoral a favor del partido: cuanto más atacan al presidente, más
fuerte se hace la alianza electoral demócrata, muy variopinta según
variables sociodemográficas: hispanos y latinos, afroaméricanos, judíos,
clase media, demócratas de toda la vida, católicos, mujeres...
La verdadera campaña electoral se da dentro del bando conservador,
que no republicano. Porque la auténtica guerra es ideológica y se
produce por dirimir quién tiene las credenciales más conservadoras
dentro del bando republicano. Los miembros del Tea Party, pocos pero muy
bien organizados, han iniciado una batalla electoral orientada a buscar
la pureza ideológica republicana, supuestamente acudiendo a principios
constitucionales tan genéricos como la libertad de mercado, las bajadas
de impuestos y la reducción del peso del estado en la vida de los
ciudadanos.
Los miembros del aparato del partido republicano son vistos con
sospecha, por no ser considerados suficientemente "puros"
ideológicamente. Eric Cantor, el ex líder de la mayoría republicana en
la Cámara de Representantes, perdió las elecciones primarias a favor de
un desconocido profesor de economía, David Brat, representante del Tea
Party, el pasado 10 de junio, a pesar de que Cantor tenía un track record
de haber votado en clave muy conservadora en el 95% de las votaciones
en que participó. Hasta la cadena FOX mostró su sorpresa, aunque
contenta con mantener su cuota de audiencia, apoya manifiestamente a los
candidatos más conservadores y representantes de lo que hace más de
medio siglo se llamaba el "establishment WASP". El líder de la minoría
republicana en el Senado, Mitch McConnell -el mismo que dijo tras la
primera victoria de Obama en 2008, que su única misión era impedir la
reelección del presidente en 2012; obviamente no lo consiguió- ha tenido
que invertir 11 millones de dólares en publicidad para defender sus
credenciales conservadoras frente a oponentes mucho más puros
ideológicamente.
Si Ronald Reagan viera el panorama del partido republicano, se
llevaría las manos a la cabeza. Reagan creía en una América en la que
apenas había hispanos y negros y en que los católicos, como el
presidente Kennedy, eran una anomalía. La realidad es que hoy los
hispanos son el 13% del electorado, los afroaméricanos suponen el 12% y
hay 80 millones de católicos. La América uniforme en la que creía
Reagan, ya no existe, y no es que no existiera en los años ochenta del
siglo pasado, sino que Reagan no quería verla porque no le gustaba, de
la misma manera en que en la cadena FOX de representa solo a una muestra
no representativa de la sociedad americana en que todos son guapos,
rubios/rubias, ricos y protestantes: no hay ni latinos, ni negros, ni
judíos ni católicos.
Evidentemente, estoy reduciendo la realidad hasta el absurdo para
ilustrar el siguiente dato: hoy, las encuestas -todas- dan a los
republicanos unas probabilidades del 60% de ganar la mayoría simple en
el Senado, obteniendo posiciones en Michigan, Georgia, Carolina del
Norte, Colorado y Alaska. En la Cámara de Representantes, las encuestas
ni se molestan en elaborar escenarios, sino que directamente otorgan la
victoria a los republicanos, con 230 congresistas conservadores versus
188 demócratas. Los republicanos ganarían 23 puestos de gobernador
versus 17 de los demócratas.
Es cierto que el presidente Obama no pasa por su mejor momento ante
la opinión pública: 41,7% de ciudadanos aprueban su gestión, frente al
54,5% que la rechaza. A estas mismas alturas de su mandato, George Bush
hijo, tras su gestión del Huracán Katrina y el estado de las guerras de
Irak y Afganistán, apenas pasaba del 20% de aprobación, por lo que todo
es relativo en esta vida terrenal. Los ciudadanos, en las mismas
encuestas que estamos citando, rechazan aún más la gestión de senadores y
congresistas, a quienes califican peor que al presidente, y el 43,7%
aprueban a los demócratas versus el 41,2% que lo hacen a los
republicanos, que, por tanto, salen peor parados.
El 64,3% de los americanos creen que el país va en la dirección
equivocada. A muchos da miedo los atrevimientos del presidente Putin,
con una Rusia que quiere pisar fuerte en la escena internacional: en
agosto de 2008 fue Georgia, y en agosto de 2014 le ha tocado el turno a
Ucrania. Pero los americanos no quieren ir a la guerra con Rusia. Los
acontecimientos en Oriente Medio tampoco animan: ni el enfrentamiento en
Gaza entre Hamás e Israel, ni la potencial amenaza nuclear de Irán, a
quien el presidente ha ofrecido una moratoria de seis meses en las
sanciones económicas, para volver a la mesa de negociación. Muchos
republicanos ven débil al presidente y, como ha hecho recientemente el
ex presidente Dick Chenney, avisan de la amenaza de un atentado
terrorista, mucho peor que el del 11 de Septiembre de 2001, si Obama no
actúa con más fuerza.
La posible implicación de Estados Unidos en los conflictos de Libia y
en la guerra civil en Siria, no anima en demasía a la mayoría de la
ciudadanía que, como hasta ahora, preferían mayoritariamente la actitud
distante, y comportamiento aún más distanciado del presidente Obama: dos
guerras en Oriente Medio ya fueron más que suficiente para la opinión
pública.
Hay elementos esenciales de la agenda doméstica de Obama que tienen
problemas para salir adelante apropiadamente: la reforma de la
inmigración del presidente está parada en la Cámara de Representantes
-aunque aprobada en el Senado-, mientras miles de niños inmigrantes se
agolpan en la frontera con México y el gobernador Perry manda a la
Guardia Nacional para restablecer el orden -se me escapa la relación
causa efecto o simple correlación entre 1.000 militares armados y miles
de niños hispanos necesitados de atención médica-. La reforma de la
Sanidad ha tenido fuerte rechazo en los tribunales, al menos en lo que
se refiere a la objeción de conciencia por motivos religiosos: las
empresas no tendrán porqué financiar abortos o contracepción a sus
empleados a través de "Obamacare", si el hacerlo va contra sus
principios éticos y/o religiosos. Los casos de espionaje vuelven a estar
de moda: la CIA pide perdón (su Director, Brennan) porque han espiado a
miembros del Senado que a su vez investigaban en comités las técnicas
de interrogación de la CIA durante la Guerra contra el Terror. Y el
director de la Hacienda Pública (IRS) probablemente tendrá que dimitir
"bien por malo, bien por tonto, o por ambas cosas a la vez", al afirmar
que ha perdido correos electrónicos que demuestran que sus subordinados
discriminaron fiscalmente a organizaciones y asociaciones del Tea Party.
Todas estas cosas son importantes, especialmente para la opinión
publicada. Pero no lo son tanto para la opinión pública: a ésta le
sigue, como siempre, interesando sobremanera la economía y el empleo; la
primera crece al 4% en PIB trimestral y el segundo se traduce en
creación de 278.000 puestos de trabajo cada mes, desde que comenzó el
año, descendiendo la tasa de paro al 6,1%.
El estado positivo de la economía y los ataques republicanos al
presidente Obama están haciendo confluir a las familias demócratas a
favor del partido del presidente. En cambio,la lucha ideológica está
desangrando al partido republicano. Ronald Reagan pensaba que su partido
-hay que recordar que él fue demócrata antes que republicano y
representante de actores en su sindicato en Hollywood- solo podía ganar
elecciones si mantenía unidos tres grupos: los conservadores sociales
y/o religiosos, los que apoyan fervientemente el mundo de los negocios y
los muy agresivos en defensa y política internacional. Estos tres
grupos, por variables sociodemográficas, tienen poco que ver entre sí,
es muy poco lo que les une hoy más allá del partido republicano. Pero si
no confluyen electoralmente -versus la unión de clase media, negros,
hispanos, judíos y católicos en torno a los demócratas- estos tres
grupos, muy bien podría suceder lo que tanto temía Ronald Reagan: que, a
pesar de tener unas expectativas electorales del 60%, los republicanos
se queden en un partido de estimación de voto del 30%, con lo que nunca
podrían gobernar.
Como le gustaba citar a Ronald Reagan, "ya decía
Nuestro Señor que una casa dividida contra sí misma no podrá
prevalecer". Y los republicanos viven en una jaula de grillos donde unos
están enfrentados contra otros. No les arriendo la ganancia y, si
volviera Reagan, se llevaría las manos a la cabeza, de nuevo: de él es
la frase de "el undécimo mandamiento consiste en no atacar nunca a un
compañero de partido republicano".
Publicado previamente el 1 de agosto en mi blog de Cinco Días EE.UU y Mercados Emergentes
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