La FED (Reserva Federal norteamericana) ha decidido finalizar
su programa de "quantitative easing" (compra de deuda pública e
hipotecaria) en octubre de 2014. La Reserva Federal empezó a apoyar a
los mercados en 2008, cuando parecía que -especialmente, tras la quiebra
de Lehman Brothers el 15 de septiembre de aquel año- Wall Street se
venía abajo. El banco central estadounidense ha estado reduciendo
paulatinamente la compra de bonos desde septiembre del año pasado -10
billones de dólares menos cada mes- y realizará la última compra en
octubre de 2014, por importe de 15.000 millones de dólares. Desde que se
inició el programa, hasta su finalización, las tres rondas de QE
(quantitative easing) habrán supuesto un balance de 4,4 trillones de
dólares o, lo que es lo mismo, cuatro veces más que el coste económico
de la guerra de Iraq entre 2003 y 2013, por utilizar una comparación
("The 1 trillion dolar war", del premio Nobel de Economía, Joseph
Stiglitz).
La FED ha tomado estas decisiones porque entiende que se están
cumpliendo los objetivos para los que dichos programas fueron diseñados:
primero, la tasa de desempleo se acerca ya al 6%. Segundo, el
crecimiento económico, a final de año, alcanzará el 3%, en términos PIB.
Tercero, la inflación ronda el objetivo del 2%; es decir, la Reserva
Federal ha impulsado el aumento de los precios, en un esfuerzo por
estimular el crecimiento económico. Y, fruto de este mayor crecimiento,
la FED espera que aumenten los salarios de manera que aumente la
capacidad de adquisitiva de los hogares norteamericanos y, en
consecuencia, se estimule el consumo. La creación de 272.000 empleos
nuevos al mes en el último trimestre va en esta línea, aunque los
salarios todavía no han respondido en la misma medida que la creación de
empleo.
La inflación aumentó en mayo el 1,8%, comparado con el mismo mes del
año anterior, el mejor dato desde octubre de 2012, y el que más se
acerca al objetivo de la FED de un aumento de los precios del 2%.
"Adjusted for inflation", que se dice en inglés, el consumo cayó por
segundo mes consecutivo. Tras seis años de lenta recuperación económica
(2% de crecimiento medio del PIB entre 2009 y 2013, versus el 3% de
recuperaciones previas), los norteamericanos se han vuelto más cautos en
sus gastos.
El aumento de los precios en mayo se ha traducido en que se ha
encarecido el carrito de la compra y, sobre todo, la gasolina, que en
Norteamérica es un artículo de primera necesidad. Según el CPI (Consumer
Price Index) del Departamento de Trabajo, el precio de los alimentos
aumentó el 0,5% en mayo respecto a abril. Y los precios de la gasolina
están en su máximo histórico en seis años, teniendo en cuenta que ya
estamos en verano, cuando el consumo de gasolina aumenta.
El Departamento de Comercio hizo público su informe sobre el consumo
interno el pasado 26 de junio: en mayo, la compra de ropa decreció el
0,9% respecto a abril (ya ajustados los precios a la inflación); las
comidas fuera del hogar se redujeron en un 0,4% y la asistencia a las
salas de cine se derrumó el 10,3%. Hay que tener en mente que el consumo
en Norteamérica supone el 70% del PIB, y que su crecimiento medio en
los últimos seis años ha sido análogo al del Producto Interior Bruto:
2,2% cada trimestre, versus el 3% de la recuperación de 1993-2000. Los
salarios han aumentado el 2,5% cada año desde 2009, comparado con el
4,3% de los años del boom inmobiliario (2001-2007).
Si hubiera que seguir al pie de la letra la famosa obra de Piketty
("El Capital en el siglo XXI"), estaríamos verdaderamente observando esa
fuerte divergencia en la evolución de ingresos de que habla el
economista francés. Las rentas más altas se han visto beneficiadas por
la subida de la bolsa y los precios de las casas. Son los menos. En el
extremo opuesto, una inmensa mayoría de la fuerza laboral no ha visto un
aumento significativo de sus salarios. Según el último estudio de
ADVICE Strategic Consultants, "el 49% de los consumidores
estadounidenses necesitaría un aumento del salario antes de decidir
salir de compras", lo que se traduciría en que, primero, muchos viven
con lo justo para pagar los gastos familiares y no les queda mucho
excedente para consumir más allá de lo necesario e imprescindible, y,
segundo, que ha aumentado el ahorro familiar en un entorno de
incertidumbre. Otro estudio de RCB Cappital Markets llega a las mismas
conclusiones: "el consumidor tiene el dinero en el bolsillo, pero no la
confianza de salir a la calle y comprar".
El índice de confianza económica de Gallup del 8 de julio se mantenía
en el -16, inalterable desde principios de junio. De hecho, el índice
de gasto del consumidor de la propia Gallup indicaba que los
norteamericanos gastaron de media 91 dólares en junio, versus 98 dólares
del mes anterior. Y esto en un contexto de fuerte creación de empleo.
Hay una conclusión clara: esta es una recuperación económica con
fuerte creación de puestos de trabajo, pero no de aumento del poder
adquisitivo de la fuerza laboral, puesto que las empresas optan por
aumentos de productividad vía contención salarial, al tiempo que el
consumidor se ha vuelto más cauto, tras haber aprendido las lecciones
del pasado.
Publicado previamente el 14 de julio en el blog en Cinco Días EE.UU y mercados emergentes
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