viernes, 6 de agosto de 2010

Línea directa con la Casa Blanca

Mi mujer y yo no somos el matrimonio Obama», le digo a dos mujeres españolas, andaluzas, que trabajan en el Hotel Villapadierna. Ambas se echan a reir ante la obviedad de lo que acabo de decir y una, más seria, me responde mirándome fijamente a los ojos: «Pero para nosotras, señor Díaz-Cardiel, es como si lo fueran, porque les vamos a tratar igual». Así es la hospitalidad de Málaga, de la Costa del Sur, de Andalucía y, en definitiva de España.

Ayer, como todos los años, llegué al hotel Villapadierna para disfrutar de unos días maravillosos en la Costa del Sol. Alejado de la polémica estéril generada por varios alcaldes de la zona sobre si Michelle Obama está en Benahavís, en Estepona, en Marbella, en Málaga, en España o incluso en la Unión Europea, yo vengo aquí porque, como tantos otros turistas del mundo, adoro la Costa del Sol.

También parece ser éste el caso de la Familia Obama, que ha querido pasar unos días en la Costa del Sol y, curiosamente, en el mismo hotel Villapadierna en el que yo estoy alojado. Muchos amigos y, especialmente periodistas y políticos, me preguntan si es simple casualidad que, habiendo publicado hace escasamente mes y medio mi último libro sobre el presidente Obama, ahora coincida con su mujer en el mismo hotel de la Costa del Sol. Lógicamente, digo la verdad: es mera casualidad y coincidencia. Mi libro, «Obama y el liderazgo pragmático», vio la luz hace dos meses, que es más o menos cuando hice la reserva en este hotel al que vengo desde hace años. Ya me hubiera gustado, pero no recuerdo haber hablado con la familia Obama cuando hice la reserva en el hotel.

En lo que sí hay coincidencia es en el hecho de que a la familia Obama le gustan los hoteles de la cadena Ritz Carlton y el hotel Villapadierna (propiedad de un empresario particular) está gestionado por esta cadena hotelera. Al anterior presidente demócrata de Estados Unidos, Bill Clinton, y a su mujer les gustaban -y les siguen gustando- los hoteles de la cadena Four Seasons. Sobre gustos no hay nada escrito, dice el refrán.

Hace unos días tuve la oportunidad de darle personalmente mi libro al embajador de Estados Unidos en España, empresario de éxito, académico, intelectual y muy amigo de la familia Obama de su época de Chicago, antes de que Barack Obama fuera elegido presidente. Cuando le dije que, según los medios de comunicación, iba a coincidir con la Primera Dama en el mismo hotel, los mismos días, el hombre sonrió y, simplemente, me dijo, en inglés, «estarás en el lugar más seguro del mundo». No le faltaba razón al señor embajador. Desde que dejé la autovía A-7 para tomar la desviación que me lleva al hotel, empecé a ver policías de todo tipo: municipales, nacionales y guardias civiles. Todos muy amables y sonrientes.

Ya, dentro del hotel, los saludos normales a cualquier cliente habitual. Y, más agentes de seguridad, pero éstos últimos norteamericanos y del famoso Servicio Secreto que acompañan siempre a los inquilinos de la Casa Blanca. Unos, de traje oscuro y en cuadrilla; otros, «disfrazados de turistas». Todos, con el «piringanillo» en la oreja que les identifica con el Servicio Secreto. Entre unos y otros, preocupados y ocupados de garantizar la seguridad y la privacidad e intimidad de la Primera Dama y de su hija Sasha.

¿Cómo es Michelle Obama?, me preguntan muchos. En mi libro la denomino «el descanso del guerrero». Ella es una abogada de éxito que comparte con las primeras damas Laura Bush y Hillary Clinton el tener carrera universitaria (ella, por Princeton) y un doctorado (en su caso, en leyes, por la Harvard Law School). Al igual que su marido, es una intelectual y profesora universitaria, con una carrera profesional exitosa que, al llegar a la Casa Blanca, ha decidido aparcar temporalmente para cuidar de su marido y de sus hijas. Tal y como otras primeras damas le han avisado, el peso del Despacho Oval (la famosa habitación de la Casa Blanca donde los presidentes americanos dirimen los destinos del mundo) es muy grande y tiende a hundir los hombros de los presidentes. Es entonces cuando las primeras damas ayudan a sus maridos a poner las cosas en perspectiva: además de presidente, Barack Obama es esposo y padre y, sobre todo, en la Casa Blanca, está de paso: su verdadera casa está en Chicago, de donde ellos provienen.

«El estar de paso» es algo que se nos puede aplicar a todos, en todos los sentidos. Pero eso no evita que dejemos nuestra huella allá por donde pasamos. De la misma manera en que el presidente americano Bill Clinton dejó huella en Granada, al divisar desde el Balcón de San Nicolás la puesta de sol sobre La Alhambra (algo que ayer, 5 de agosto de 2010, también pudo disfrutar Michelle Obama), el apellido Obama ya ha dejado huella indeleble en la Costa del Sol, en Andalucía, en España y, por supuesto, en Málaga.

Durante años, en mis muchos viajes a Estados Unidos, he tenido que explicar que vengo de Toledo, España, no de Toledo, Ohio. Los famosos conquistadores que, como Hernán Cortés o Pizarro hicieron las Américas, bautizaron ciudades en Estados Unidos que llevaban los mismos nombres que nuestras ciudades en Castilla y en Andalucía. Seguro que, en Estados Unidos, hay alguna ciudad o provincia llamada Málaga. Estoy seguro de que, desde que la familia del primer presidente afroamericano de Estados Unidos (Barack Obama), ha puesto pie en Andalucía, son muchos millones de personas en todo el mundo los que ya conocen el nombre de Málaga (España), y que lo asocian con el buen gusto, el refinamiento, la exquisita educación, la extrema calidad y la maravillosa hospitalidad que caracterizan a Málaga y a la Costa del Sol.

Confieso que no me hacía falta la primera dama de Estados Unidos para recordarme todo eso. Pero sí es verdad que, ahora y gracias ella, no sólo yo, sino todo el planeta, sabemos de las maravillas de la provincia de Málaga y la Costa del Sol. Desde mi habitación y en el mismo hotel, comparto con Michelle Obama una Casa Blanca distinta que no tiene sede en Washington D.C., sino en Benahavís.

Tribuna publicada en La Nueva España, el 6 de Agosto de 2010

Un nuevo orden internacional

El Diálogo Estratégico y Económico es el marco de trabajo en que se desarrollan las relaciones entre las dos grandes potencias del siglo XXI, y nació el 1 de abril de 2009, en el seno del G-20, en Londres. En aquel momento, los presidentes Obama y Hu Jintao hicieron una declaración conjunta en que pusieron de manifiesto su deseo de caminar hacia la mejora de las relaciones entre China y EE UU, en el nuevo siglo. Realmente, y al margen de eufemismos, se trataba del reconocimiento de una nueva realidad: el peso enorme (económico, político, geoestratégico) de las naciones emergentes y el hecho de que América no puede hacer las cosas por sí sola, ni puede continuar siendo el único motor económico del mundo. Como dijo la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, en su visita al Pabellón de Estados Unidos en la Expo de Shanghai, en mayo de 2010: "no hay prácticamente cuestiones que no puedan resolverse sin el concurso de China y EE UU". América, con Obama, ya no anda sola por el mundo: desea -y necesita- tener un compañero de viaje con quien compartir las arduas tareas del liderazgo mundial, aunque lo haga a regañadientes.

El llamado Diálogo abarca muchas cuestiones que afectan a los dos países. Para evitar conflictos, el marco de trabajo se divide en dos ámbitos: una parte del Diálogo, denominado Estratégico, depende de la secretaria de Estado, Hillary Clinton y su homólogo chino Dai Bingguo; la otra parte del Diálogo, la económica, depende del secretario del Tesoro Timothy Geithner y el vicepremier chino Wang Qishan. El Diálogo Estratégico trata la cooperación mutua en materias como economía y comercio, contraterrorismo, imperio de la ley, ciencia y tecnología, educación, cultura, salud, y no proliferación nuclear.

Muy importante es la solución de conflictos, como la desnuclearización de la península de Corea, el enriquecimiento nuclear iraní, la crisis humanitaria en Sudán y la inestabilidad en Asia. Todos estos temas han sido, desde hace mucho tiempo, prioridades para el presidente Obama y sus antecesores, Bush y Clinton. Durante la celebración de las reuniones del Diálogo en Pekín, en mayo de 2010, la crisis entre las dos Coreas y la consiguiente inestabilidad en Asia alcanzó su máximo apogeo: una investigación internacional sentenció que Corea del Norte era el origen del torpedo que hundió el buque de guerra Surcoreano Cheonan, en marzo de este año. Con ambas Coreas al borde de la Guerra, Estados Unidos se empeñó en imponer más sanciones a Corea del Norte a través del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. China, miembro permanente de dicho Consejo y el único país con ascendiente sobre Corea del Norte, tras mucho nadar y guardar la ropa, pareció dispuesta a adoptar una postura más objetiva sobre la disputa. Algo parecido está sucediendo ahora, con Irán.

En Japón -aliado de Estados Unidos, que se protege de Corea del Norte gracias a las bases americanas en suelo japonés-, se produjo un cambio inesperado en el Gobierno: el primer ministro, Yukio Hatoyama, dimitía a finales de mayo de 2010 por no haber cumplido con la promesa electoral que le aupó al poder: cerrar la base militar americana de Okinawa. La gran cuestión es qué hubiera hecho cualquier primer ministro japonés de haber estado en los zapatos de Hatoyama: ¿echar a los norteamericanos de Japón, dejando indefenso el suelo patrio, en el mismo momento en que Corea del Norte amenazaba la estabilidad de toda la región?

Cuando Estados Unidos envía a China, en el marco del Diálogo Estratégico y Económico a su secretaria de Estado, Hillary Clinton, y a su secretario del Tesoro, Timothy Geithner, junto a los que fueron doscientos altos funcionarios del Gobierno americano, en la más grande y alta representación norteamericana en un viaje oficial a un país extranjero, Obama está reconociendo el enorme peso de China y el inmenso respeto que China le impone. Por supuesto que las armas son importantes, pero en el siglo XXI, cuando el mundo aún no ha salido de la mayor recesión económica desde 1929, la primacía la imponen el producto interior bruto, la generación de riqueza y empleos, la innovación tecnológica y la calidad de vida. Por un momento, Estados Unidos, en sus relaciones con China, está dispuesto a dejar de lado -temporalmente- Taiwán, internet, los derechos humanos, Tíbet y el Dalai Lama. Estados Unidos ve cómo China, con un quinto de la población mundial y crecimientos del PIB, desde principios de los años ochenta, superiores a dos dígitos porcentuales, está forjando el mundo del siglo XXI.
Al mismo tiempo, Estados Unidos reconoce que las reglas del juego en política internacional han cambiado: a las viejas potencias, surgidas de la II Guerra Mundial, han sustituido otras, a las que Estados Unidos debe otorgar importancia: Eso exige, en opinión de Obama, la apertura de Estados Unidos al mundo con una voluntad de cooperación, no de imposición. "Seremos firmes en la consolidación de las viejas alianzas que nos han servido tanto, pero en la medida en que otros países empiezan a ser influyentes, tenemos que construir nuevas alianzas y diseñar instituciones internacionales más robustas".
El 22 de mayo de 2010, la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, quien encabezaba "la pata" Estratégica del Diálogo entre Estados Unidos y China, hablaba sobre la naturaleza de las relaciones entre ambos países. Aprovechando su visita al Pabellón de Estados Unidos en la Expo de Shanghai, Hillary Clinton afirmaba: "La forma del futuro del mundo depende en un grado muy alto, de la relación evolutiva entre EE UU y China: si nuestras relaciones son definidas por soluciones en que ambos ganamos, en vez de juegos de suma cero basadas en rivalidades, todos triunfaremos y prosperaremos juntos. No siempre estaremos de acuerdo en todo, pero deberíamos buscar y coger las oportunidades -como esta Expo- para construir un mayor entendimiento entre nuestros pueblos".

Clinton no perdió oportunidad de decir por qué Estados Unidos es la primera nación de la tierra, todavía: "Este pabellón de Estados Unidos en Shanghai encarna muchas de las cualidades que hacen de mi país una nación próspera y vibrante: innovación, sostenibilidad, diversidad y el libre intercambio de ideas".

Tribuna publicada en Cinco Días el 5 de Agosto de 2010