sábado, 31 de octubre de 2009

Ronald Reagan: ilusión y optimismo vital


Los expertos y estudiosos de la mente humana, como el psiquiatra Enrique Rojas dicen que lo que caracteriza a una persona deprimida es su constante mirar hacia el pasado, con nostalgia, echándolo de menos. Por contraste, el optimista es aquel que mira siempre hacia el futuro, teniendo en la cabeza y en las manos un proyecto vital. Ahí entra en juego la ilusión que, en opinión del mismo doctor Rojas, es el secreto de la felicidad.

Ronald Reagan es un ejemplo formidable de persona vitalista, con ilusión y enormemente optimista. Más allá de los topicazos, que identifican a Reagan con rasgos de político militarista (“warmonger”, dirían en Norteamérica), “fascista” (como si en América hubiera muchos fascistas) y otras imbecilidades sin fundamento, lo interesante es fijarse en el hombre, y no sólo en el político.


En sus memorias, publicadas en 1989 (“An American Life”) y en sus “Presidencial Diaries”, publicados hace un año, a finales de 2008, podemos descubrir al hombre, más allá del personaje público. Y he de decir que Reagan se revela como un tipo maravillosamente atractivo, en lo personal.

En el primero de los dos libros, vemos a un Reagan joven que nace y crece en el seno de una familia muy pobre. Reagan no se avergüenza de sus orígenes humildes. Cuando llega a ser Presidente de Norteamérica, se lo recuerda a unos y a otros, para dejar claro que el famoso sueño americano (“American Dream”) se basa en el trabajo duro y esforzado, con independencia de los orígenes sociales. Es el mismo Ronald Reagan que confía plenamente en el New Deal de FDR (Roosevelt, Presidente desde 1932 a 1945) y confía en que esas políticas públicas sacarán a América de la Gran Depresión. Reagan fue Demócrata durante tres décadas, hasta que se pasó al bando republicano. Fue Gobernador de California y uno de los Presidentes más y mejor valorados por los norteamericanos en el siglo XX, según TODAS las encuestas.

Todo el libro rezuma optimismo: ilusionado con su carrera de actor; ilusionado con su carrera política; ilusionado con acabar con el comunismo; ilusionado con poner en marcha su Strategic Defence Initiative (SDI o “Guerra de las Galaxias”); ilusionado con negociar con los Secretarios del PCUS acuerdos para reducir los arsenales nucleares; ilusionado con que “el sol vuelva a brillar de nuevo en América” (lema de su primera campaña electoral en 1980); ilusionado con que los americanos vuelvan a sentirse de nuevo orgullosos de su Nación y de ser norteamericanos: ilusión, ilusión e ilusión, como base y fundamento de la felicidad, porque se tiene un proyecto de vida por el que luchar.

En “The Presidencial Diaries”, vemos a un Reagan dedicando todas las noches (de 1980 a 1989) un buen rato a escribir un diario “up-close and personal”, íntimo y personal. Un Reagan que, incluso en los peores momentos de su Presidencia, mantiene el optimismo vital. ¿Por qué? Es fácil de identificar ese porqué en todas las entradas de su diario: su profundo y tierno amor a su esposa, Nancy Reagan, y su enorme fe y confianza en Dios. Esos dos pilares son el fundamento de su optimismo y, en última instancia, los motores de su ilusión y proyecto de vida.

domingo, 18 de octubre de 2009

Anthony Beevor y el Desembarco de Normandía



Anthony Beevor es un historiador británico experto en historia militar y con extraordinarios conocimientos acerca de la Segunda Guerra mundial. Cuando parecía imposible que ningún historiador aportara datos nuevos sobre el mayor conflicto bélico de la Historia, Beevor tiene la capacidad enorme de sorprender al lector, por mucho que éste crea que ya ha leído todo sobre el tema.

Varias características definen a Beevor: por un lado, en su lengua materna, el inglés, escribe maravillosamente bien. Leer sus obras es como leer una buena novela: te entretiene, te distrae, te lo hace pasar bien y no puedes dejar de leer. Además, es un autor “exhaustivo”: coge un tema y lo desgrana todo lo que se puede. Te ofrece la visión general y desciende al más nimio detalle.

Su aportación al conocimiento de la Segunda Guerra mundial es sustancial: gracias a él (y a otros autores, como Robert Service o Andrew Roberts), desde hace quince años, conocemos la perspectiva soviética de la Guerra. Durante la Guerra Fría, nunca supimos qué pasó realmente en el frente ruso. Sólo teníamos la versión de Occidente. Se dice, que durante los primeros años convulsos de la era post-soviétiva, cuando Boris Yeltsin era Presidente de la Federación Rusa, Beevor y Service fueron a los archivos de la antigua KGB “y se pusieron las botas” a fotocopiar archivos secretos. Gracias a estas fuentes de información, por ejemplo, Beevor ha aportado datos novedosos sobre batallas fundamentales de la Guerra que afectaban a los soviéticos: Stanligrado y Berlín (“The Downfall”), dos de sus obras, son buen ejemplo de ello.

A pesar de las negaciones públicas del ex Presidente Vladimir Putin, gracias a Beevor, hoy sabemos que los alemanes no fueron los únicos que se comportaron muy mal en la Segunda Guerra mundial. Según Beevor, el Ejército Rojo violó sistemáticamente a más de dos millones de mujeres alemanas, de todas las edades, durante y después de la batalla por tomar la capital del Reich, Berlín. Los soviéticos tenían ganas de vengarse de las atrocidades cometidas por los nazis en suelo ruso.

Ahora sabemos, gracias a la última obra de Beevor, que el desembarco de Normandía no fue el canto heroico y ridículamente pintado de rosa que muestran películas propagandísticas americanas como “El día más largo” (1962, John Wayne, Henry Fonda, Robert Mitchum, etc). Sino algo más parecido al drama dirigido en 1998 por Spielberg y protagonizado por Tom Hanks y Matt Damon, “Saving private Ryan”.

Según Beevor, la Batalla por Normandía llegó a ser tan barbaric como fue la guerra en el frente ruso: sangrienta, inhumana, despiadada, cruel, horrorosa. Para los alemanes, defender Normandía significaba evitar el desembarco de los aliados en el continente europeo, tras cuatro años de ocupación. Para los Aliados, ocupar el norte de Francia suponía abrir una autopista directa a la liberación de París y, de ahí, a la ocupación de Berlín y la finalización de la Guerra. Por los dos motivos opuestos, ambos bandos lucharon tan encarnizadamente en la Batalla de Normandía.

Beevor no se olvida de nuestra condición humana. Pone ejemplos que dan lugar a la esperanza: civiles franceses que, a pesar de haberlo perdido casi todo en los bombardeos, comparten lo poco que tienen, con infinita generosidad, con aquellos que no tienen nada. Médicos alemanes que atienden a soldados enemigos aliados. Norteamericanos que dan a los alemanes las garantías de la misma Convención de Ginebra, que los nazis no habían reconocido ni respetado.

Historia de dolor y heroismo, que recomiendo leer a cualquier persona interesada en el tema. Estoy seguro de que su lectura, no defraudará a nadie.

domingo, 4 de octubre de 2009

Sesenta años de la República Popular China: una visión personal desde Toledo


“Para nosotros, Mao Zedong es como un abuelo de la patria, además de Fundador de la República Popular China”, nos dijo una historiadora china, mientras comíamos con una familia de Beijing, en uno de los pocos “hutong” que aún quedaban en pie, en Peking, antes de la celebración de las Olimpíadas de agosto de 2008.

En agosto de 2007, mi mujer y yo pasamos varias semanas recorriendo ciertas regiones de China. Reconozco que vi poca pobreza. Pero también es verdad, que sólo visitamos aquellas ciudades en que, oficialmente, viven 400 millones de chinos que, gracias a la convivencia (¿o coexistencia pacífica?) de economía de mercado y socialismo de partido único, salieron de la pobreza en las últimas décadas, y viven con estándares parecidos a los de la clase media europea o norteamericana. Parecidos estándares es sólo un forma de hablar.

Antes de ir a China, mi visión del país estaba fuertemente influenciada por muchas lecturas acerca de Mao. La última, de 2005, titulada “The unknown story, Mao”, de Jung Chang, autora de “Wild swans”, cisnes salvajes, o lo que es lo mismo, la historia de un siglo reciente de China, vista a través de tres generaciones de mujeres (abuela, hija y nieta). La despiadada, cruel e inhumana política de Mao, contada por Jung Chang me dejó fuertemente influenciado. Acaba su biografía del Gran Timonel afirmando que “un gran retrato de Mao sigue presidiendo la Plaza de Tiannamen”, dando a entender que los actuales gobernantes de China siguen al dedillo los dictados del Fundador del Estado Chino. Mala influencia, según Chang, cuya madre y abuela fueron literalmente destrozadas por la Revolución de 1949 y la Revolución Cultural de los años sesenta, respectivamente.

Dos años más tarde, en agosto de 2007, lo que sabía de China estaba impregnado de lecturas económicas y financieras, acerca del país asiático: “China shakes the world, the rise of a hungry nation”, de James Kynge, periodista de Finantial Times. Este fue mi libro de cabecera, antes de ir a China: Capitalismo; economía de mercado. Fondos soberanos chinos invirtiendo en el exterior y financiando la deuda, pública y privada, americana; grandes malls comerciales; marcas de lujo en coches, joyería y ropa. Cierto que, cuando visité China aquel verano, no visitamos las paupérrimas provincias del interior, pero sí pudimos cenar en los restaurantes de moda de Shanghai y ver desde ellos el skyline del distrito financiero, con algunos de los edificios más altos del mundo. Me impresionó.

Vi tal poderío económico y tantas ganas de comerse el mundo (“the rise of a hungry nation...!”) que compré media docena de cursos para aprender a hablar chino mandarín desde el inglés. Al volver a España supe que media docena de amigos tenían a sus hijos estudiando mandarín, “pensando en el futuro”. ¿En qué futuro?

En el futuro que describe el autor económico británico Martin Jacques en su muy recientemente publicado, “When China rules the world: the rise of the Middle Kingdom and the end of the western world”. Pensé que Martin Jacques exageraba, pero su colega británico de Harvard, Niall Fergusson, autor de la mejor (en mi subjetiva opinión) historia del capitalismo, “The ascent of money”, afirma que “the rise of China may well prove to be the defining economic and geopolitical change of our time”.

Sesenta años se cumplen ahora del nacimiento de la República Popular China. No voy a juzgar si, como sostiene Jung Chang, Mao sigue inspirando las políticas del actual presidente Chino, Hu Jintao. Pero sí sé que, muchos otros y yo, estamos estudiando chino. Y mi familia no proviene de la Ciudad Imperial de Pekin, sino de otra Ciudad Imperial, Toledo, sita en Castilla, centro geográfico de España.