Detroit
se ha acogido al llamado Capítulo 9, por el cual sus acreedores no podrán
hacerse con el billón de dólares –en activos inmobiliarios y obras de arte- que
todavía posee la ciudad, que acaba de declararse en bancarrota, el pasado 18 de
julio. Las ciudades en Estados Unidos se gestionan de una manera, un tanto
similar, a como se hace con las empresas privadas. El equivalente al Capítulo
9, en el mercado, es el Capítulo 11, por el que las empresas se declaran en
suspensión de pagos y ganan tiempo para reestructurar su deuda, y llegar a
acuerdos con sus deudores, al igual que Detroit va a hacer ahora.
Las
cifras que conocemos de Detroit son tan grandes como su decadencia. En su momento
más álgido, cuando Detroit era sinónimo de innovación y manufactura, en los
años 50, llegó a tener más de dos millones de habitantes y fue la primera
ciudad norteamericana por su aportación al PIB y en renta per cápita. Hoy,
apenas está entre las 20 primeras ciudades de América: su población, desde
aquellos momentos de gloria, se ha reducido en un 63% (tan solo el 25% desde el
año 2000 al 2011), con la consiguiente disminución en la fuerza laboral y, por
tanto, menor recaudación de impuestos, que ha caído un 40%.
Detroit,
hoy, tiene 700.000 habitantes. Los ingresos medios por hogar son de 25.193
dólares al año, la más baja entre las treinta principales ciudades americanas.
La media nacional está en el intervalo 32.000-36.000 dólares anuales. El 40% de
las farolas de Detroit no funcionan. 78.000 edificios del centro de la ciudad
están abandonados. La tasa de paro más que dobla la media nacional, situada en
el 7,6%, mientras que en Detroit es del 18,6%. El 80% de su población es afro
americana, de los cuales, el 36% tiene niveles de calidad de vida, casi por
debajo del umbral de la pobreza. El 40% de los que trabajan, lo hacen en la
función pública, y verán reducidos sus salarios y pensiones. La ciudad está
desierta, pero las ambulancias tardan 58 minutos en atender a un herido en la
calle (tiempo de respuesta a una llamada de socorro): la realidad es que, el
70% de las ambulancias, están aparcadas y no pueden funcionar, porque no hay
dinero para gasolina, al igual que le sucede al parque de bomberos. Dos tercios
de los autobuses nunca llegan a tiempo.
La
deuda de la ciudad de Detroit asciende a 18,5 billones de dólares. Sus
deudores, inversores institucionales –fondos de inversión, planes de pensiones-,
en junio de 2013, llegaron a aceptar hasta una quita del 75%, pero ni siquiera
eso pudo conseguir sacar adelante el ayuntamiento, sin perder los pocos activos
que le quedaban.
Algunos han puesto a Detroit como ejemplo de la supuesta decadencia
de América. Esta analogía es una frivolidad, cuando menos. Ni siquiera todas las
cosas en Detroit son negativas. Una cosa son las finanzas públicas y otra la
vida empresarial. En Detroit siguen teniendo sede las tres grandes empresas
fabricantes de automóviles, en Estados Unidos: Ford, Chrysler (hoy, en manos de
Fiat) y General Motors. Las tres compañías han obtenido resultados económicos
record (positivos) en la primera mitad del año. Cierto, la Administración Obama
sacó a dos de ellas del atolladero, en febrero de 2009, cuando destinó el 10%
del paquete de estímulo (“Recovery Act”) de 787 billones de dólares, a
resucitar a un sector que, directa o indirectamente, sostiene casi tres
millones de empleos en Estados Unidos. Los tres grandes fabricantes de
automóviles no son sinónimos de Detroit: pero, tampoco su quebrado ayuntamiento
es equivalente a la ciudad, en su totalidad.
Es
necesario entender cómo se organiza y distribuye geográficamente la economía en
Estados Unidos. Los sectores de actividad se agrupan en ciudades, como si de
parques temáticos se tratara. En torno a la ciudad de San Francisco florecen las
tecnologías de la información e Internet. En Dallas hay petróleo, energía. En
Miami, turismo y mercado inmobiliario. En Los Ángeles, hay ocio y
entretenimiento (cine y música). En Nueva York, hay finanzas, como en Boston.
En Washington hay poder, hay políticos y miles de expertos en “lobby” que
defienden los intereses de esos sectores económicos de actividad, agrupados en
ciudades (“clusters empresariales”): las finanzas de los ayuntamientos de esas
ciudades, puede que estén un tanto mejor que en el caso de Detroit, y que su
deuda sea menor, lo cual no quiere decir que no estén endeudados. Es el caso de
Chicago, Filadelfia, New Orleans, Portland y muchas más: sus “sectores
privados”, en cambio, protagonizan la recuperación económica y generan riqueza
y empleo, versus un sector público que pierde peso en la economía, puesto que
la arrastra para abajo. Estados Unidos crece a una media del 2%: si no fuera
por el lastre del sector público, en realidad crecería al 3%, crecimiento que
garantizaría el pleno empleo.
El
decaimiento de Detroit no es sinónimo de la presunta –falsa- decadencia económica
de Estados Unidos, sino del mal estado de sus finanzas públicas, sea en
ayuntamientos, estados o en el gobierno federal. En marzo de 2013 se pusieron
en marcha los mecanismos de reducción del gasto público no solo para este año,
sino para la próxima década, por un importe de 1,3 trillones de dólares,
fundamentalmente en programas sociales (Medicaid, Medicare, Seguridad Social) y
gastos en defensa. El sector privado no ha dejado de crecer desde junio de 2009
hasta julio de 2013, período en el que ha generado 7,2 millones de empleos. No
es en el ámbito privado, sino en el público, donde hay problemas, de la misma
manera en que el sector privado de Detroit (las empresas automovilísticas) está
saliendo adelante, de manera rentable, versus un sistema público anticuado, que
no ha adaptado sus estructuras a las realidades del siglo XXI.
Publicado previamente el 29 de julio de 2013 en mi blog en Cinco Días EE.UU y mercados emergentes
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