miércoles, 18 de septiembre de 2013

Enseñanzas económicas de Detroit

Detroit se ha acogido al llamado Capítulo 9, por el cual sus acreedores no podrán hacerse con el billón de dólares –en activos inmobiliarios y obras de arte- que todavía posee la ciudad, que acaba de declararse en bancarrota, el pasado 18 de julio. Las ciudades en Estados Unidos se gestionan de una manera, un tanto similar, a como se hace con las empresas privadas. El equivalente al Capítulo 9, en el mercado, es el Capítulo 11, por el que las empresas se declaran en suspensión de pagos y ganan tiempo para reestructurar su deuda, y llegar a acuerdos con sus deudores, al igual que Detroit va a hacer ahora.

Las cifras que conocemos de Detroit son tan grandes como su decadencia. En su momento más álgido, cuando Detroit era sinónimo de innovación y manufactura, en los años 50, llegó a tener más de dos millones de habitantes y fue la primera ciudad norteamericana por su aportación al PIB y en renta per cápita. Hoy, apenas está entre las 20 primeras ciudades de América: su población, desde aquellos momentos de gloria, se ha reducido en un 63% (tan solo el 25% desde el año 2000 al 2011), con la consiguiente disminución en la fuerza laboral y, por tanto, menor recaudación de impuestos, que ha caído un 40%. 

Detroit, hoy, tiene 700.000 habitantes. Los ingresos medios por hogar son de 25.193 dólares al año, la más baja entre las treinta principales ciudades americanas. La media nacional está en el intervalo 32.000-36.000 dólares anuales. El 40% de las farolas de Detroit no funcionan. 78.000 edificios del centro de la ciudad están abandonados. La tasa de paro más que dobla la media nacional, situada en el 7,6%, mientras que en Detroit es del 18,6%. El 80% de su población es afro americana, de los cuales, el 36% tiene niveles de calidad de vida, casi por debajo del umbral de la pobreza. El 40% de los que trabajan, lo hacen en la función pública, y verán reducidos sus salarios y pensiones. La ciudad está desierta, pero las ambulancias tardan 58 minutos en atender a un herido en la calle (tiempo de respuesta a una llamada de socorro): la realidad es que, el 70% de las ambulancias, están aparcadas y no pueden funcionar, porque no hay dinero para gasolina, al igual que le sucede al parque de bomberos. Dos tercios de los autobuses nunca llegan a tiempo.

La deuda de la ciudad de Detroit asciende a 18,5 billones de dólares. Sus deudores, inversores institucionales –fondos de inversión, planes de pensiones-, en junio de 2013, llegaron a aceptar hasta una quita del 75%, pero ni siquiera eso pudo conseguir sacar adelante el ayuntamiento, sin perder los pocos activos que le quedaban. 

Algunos han puesto a Detroit como ejemplo de la supuesta decadencia de América. Esta analogía es una frivolidad, cuando menos. Ni siquiera todas las cosas en Detroit son negativas. Una cosa son las finanzas públicas y otra la vida empresarial. En Detroit siguen teniendo sede las tres grandes empresas fabricantes de automóviles, en Estados Unidos: Ford, Chrysler (hoy, en manos de Fiat) y General Motors. Las tres compañías han obtenido resultados económicos record (positivos) en la primera mitad del año. Cierto, la Administración Obama sacó a dos de ellas del atolladero, en febrero de 2009, cuando destinó el 10% del paquete de estímulo (“Recovery Act”) de 787 billones de dólares, a resucitar a un sector que, directa o indirectamente, sostiene casi tres millones de empleos en Estados Unidos. Los tres grandes fabricantes de automóviles no son sinónimos de Detroit: pero, tampoco su quebrado ayuntamiento es equivalente a la ciudad, en su totalidad.

Es necesario entender cómo se organiza y distribuye geográficamente la economía en Estados Unidos. Los sectores de actividad se agrupan en ciudades, como si de parques temáticos se tratara. En torno a la ciudad de San Francisco florecen las tecnologías de la información e Internet. En Dallas hay petróleo, energía. En Miami, turismo y mercado inmobiliario. En Los Ángeles, hay ocio y entretenimiento (cine y música). En Nueva York, hay finanzas, como en Boston. En Washington hay poder, hay políticos y miles de expertos en “lobby” que defienden los intereses de esos sectores económicos de actividad, agrupados en ciudades (“clusters empresariales”): las finanzas de los ayuntamientos de esas ciudades, puede que estén un tanto mejor que en el caso de Detroit, y que su deuda sea menor, lo cual no quiere decir que no estén endeudados. Es el caso de Chicago, Filadelfia, New Orleans, Portland y muchas más: sus “sectores privados”, en cambio, protagonizan la recuperación económica y generan riqueza y empleo, versus un sector público que pierde peso en la economía, puesto que la arrastra para abajo. Estados Unidos crece a una media del 2%: si no fuera por el lastre del sector público, en realidad crecería al 3%, crecimiento que garantizaría el pleno empleo.

El decaimiento de Detroit no es sinónimo de la presunta –falsa- decadencia económica de Estados Unidos, sino del mal estado de sus finanzas públicas, sea en ayuntamientos, estados o en el gobierno federal. En marzo de 2013 se pusieron en marcha los mecanismos de reducción del gasto público no solo para este año, sino para la próxima década, por un importe de 1,3 trillones de dólares, fundamentalmente en programas sociales (Medicaid, Medicare, Seguridad Social) y gastos en defensa. El sector privado no ha dejado de crecer desde junio de 2009 hasta julio de 2013, período en el que ha generado 7,2 millones de empleos. No es en el ámbito privado, sino en el público, donde hay problemas, de la misma manera en que el sector privado de Detroit (las empresas automovilísticas) está saliendo adelante, de manera rentable, versus un sistema público anticuado, que no ha adaptado sus estructuras a las realidades del siglo XXI.

Publicado previamente el 29 de julio de 2013 en mi blog en Cinco Días EE.UU y mercados emergentes

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