Obama ha entrado en la historia. La sociología del siglo XX dice que
las comunidades se transforman según ciclos de 8-10 años. Con su
reelección, Obama tiene cuatro años más para cumplir su promesa (20 de
enero de 2009: tomó posesión como presidente), para transformar
Norteamérica. Con sus propias palabras, dichas con la alegría del que ya
se sabe vencedor de una dura, cara y disputada campaña electoral, "lo
mejor está por venir". Lo cual no quiere decir que su segundo mandato
vaya a ser un camino de rosas: los retos y problemas de ayer siguen
necesitando ser acometidos y solucionados. Y con urgencia, dada la
envergadura de las cuitas estadounidenses. Romney, reconociendo la
victoria de su oponente, dijo -entre aplausos y abucheos- que vienen
tiempos duros en que los conservadores y los demócratas habrán de
negociar para sacar adelante el país. Y, hasta en cuatro ocasiones,
afirmó que rezaría por Obama y pidió oraciones para el presidente.
Obama, por teléfono, y también públicamente, agradeció a Romney su
magnanimidad.
No es menester explicar cómo y por qué Obama ganó las elecciones.
Este diario, en las mismas páginas de su sección de Opinión, anticipó el
resultado electoral, hace tres días: estimación de voto, delegados,
estados bisagra, intención de voto de los diversos colectivos y
segmentos de población según variables sociodemográficas, participación y
otros datos que, hoy, publicarán el resto de medios de comunicación. La
capacidad de predicción de este periódico permite que nos centremos en
lo esencial: lo que aun está por venir.
La Constitución norteamericana establece un equilibrio entre poderes
por el que, aun siendo Estados Unidos una nación presidencialista, la
Cámara de Representantes y el Senado, y el Poder Judicial, impiden que
el presidente pueda hacer enteramente lo que quiera. La negociación es
consustancial a la organización del Estado y su estructura de poder.
Obama deberá negociar con la Cámara de Representantes, en manos
republicanas, y con el Senado, donde los demócratas retienen una mayoría
simple. La cuestión más urgente, que requiere de negociación y acuerdo,
es evitar que Estados Unidos caiga por el precipicio fiscal, el 1 de
enero de 2013: hay que impedir que se pongan en marcha los aumentos de
impuestos y reducción del gasto, acordados por la Comisión
Simpson-Bowles, que, en colaboración con la Cámara de Representantes y
Senado, Obama nombró tras la debacle de los demócratas en las elecciones
de mitad de mandato de noviembre de 2010. Es inconcebible que alguien
en Estados Unidos desee un mal cierto para la economía, si no hay
acuerdo antes de que finalice 2012: Estados Unidos decrecería en la
próxima década un 5% anualizado en PIB; se volvería a la recesión.
Esta será la primera labor de Obama, con la colaboración de los dos
partidos, a quienes ya ha tendido la mano. El presidente quiere una
reducción "equilibrada" del déficit público (hoy supone un 7,9% del PIB,
y la deuda es el 103% de la riqueza del país), jugando con subidas y
bajadas de impuestos (las primeras, para los más pudientes; las
segundas, para el 98% de los contribuyentes). Se examinarán los recortes
del gasto público en todas sus partidas, tanto programas sociales como
defensa. Aunque Obama, en la noche electoral, dejó claro que quiere que
Estados Unidos tenga unas Fuerzas Armadas más sofisticadas y poderosas.
Este es un mensaje que no habrá pasado desapercibido a Irán -empeñado en
desarrollar armas nucleares propias-, Corea del Norte, Siria y sus
aliados de Hezbolá en Líbano, y Hamás, en Palestina.
Tampoco a China, a punto de cambiar su liderazgo. China tiene el
Ejército más grande de la tierra -aunue no el más poderoso, que sigue
siendo el estadounidense-, para mantener la paz social. El crecimiento
armónico enunciado por su antecesor (Hu Jintao), será el gran reto del
nuevo presidente chino, Xi Jinping: China es la segunda potencia en PIB,
400 millones de personas son de clase media..., pero, en renta per
cápita, China es una país pobre, y 1.100 millones de chinos viven en la
penuria. China tendrá que fomentar el consumo interno para dinamizar la
economía, y depender menos de las exportaciones: esto, cuando Obama
quiere doblar sus exportaciones made in America, en su segundo mandato, y
crear dos millones de empleos. Rusia y Estados Unidos deberán
profundizar en el acuerdo Start, de reducción de armas nucleares, al
tiempo que Obama empleará a fondo sus dotes negociadoras para disipar
las dudas de Putin respecto al Escudo Antimisiles, que Rusia cree que
Norteamérica dirige contra ella.
El segundo mandato -como para Clinton y para Bush- deberá ser el del
intento de Obama por conseguir la paz en Oriente Próximo, cumpliendo
Israel con las resoluciones de la ONU, y garantizando los palestinos y
los árabes, la seguridad del Estado judío.
La economía debe seguir la senda del crecimiento y acelerar el paso.
Esto sucederá en 2014, cuando Norteamérica crecerá al 3%, durante varios
años, y se crearán otros 5,5-6 millones de empleos, con bajos tipos de
interés, la inflación controlada y la Reserva Federal inyectando
liquidez para resucitar el crédito a familias y empresas. Será tiempo de
impulsar de nuevo la manufactura en Estados Unidos.
El cambio climático, que exigirá un nuevo modelo energético, menos
contaminante; las nuevas tecnologías, y los retos de la globalización
que plantean a Norteamérica los países BRIC requerirán un tipo nuevo de
trabajador, que aporte mayor valor añadido, sea más productivo y genere
más competitividad. Para ello, la reforma educativa que promoverá Obama
será vital y demandará la colaboración de los sectores público y
privado: está en juego que Estados Unidos continúe siendo la primera
potencia económica. Las reformas sanitaria y financiera están para
quedarse: Obama controla el Senado; y tiene poder de veto. Queda
pendiente la reforma de la inmigración: el 70% de los hispanos han
votado a Obama con esa esperanza. Doce millones de latinos ilegales,
-trabajan y pagan impuestos- habrán de tener estatus legal. Para ellos,
como para el resto de norteamericanos y, hasta que Hillary Clinton sea
candidata en 2016, lo mejor está, aún, por llegar.
Publicado previamente el 7 de noviembre de 2012 en Cinco Días
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