Durante
cinco años, los índices de aprobación del presidente Obama, entre
norteamericanos, han sido positivos: ni la polémica reforma sanitaria ni la
reforma financiera le hicieron mella; de hecho, ambos programas fueron llevados
a cabo en su primer mandato (2009-2012) y, a pesar de ello, Obama fue reelegido
en noviembre de 2012 para un segundo mandato.
Sin
embargo, entre abril, mayo y junio de 2013, la imagen del presidente Obama se
ha resentido en Norteamérica. A mediados de julio de 2013, le aprueban el 44,6%
y le suspende el 49,8%. Tiene, por tanto, un saldo negativo acerca de la
percepción de su gestión como presidente, del -5,2%. Algo similar le sucede en
los dos puntos fuertes de la política de Obama: economía y relaciones
internacionales. Las encuestas de julio de 2013 valoran negativamente al
presidente en ambos aspectos.
En
cuanto a la economía, el 51% de los americanos piensa que dentro de un año su
situación económica será peor que la actual, versus el 45% que opinan que, en
doce meses, su calidad de vida mejorará. Dos de cada tres norteamericanos creen
que el país se dirige “en la incorrecta dirección”, es decir, que el país está
siendo mal dirigido. Solo el 30% creen que la nave económica norteamericana
sigue un rumbo adecuado, como de hecho indican los datos: crecimiento
económico, empleo, mercados de valores (bolsa, con todos los índices en positivo),
construcción y vivienda, todos en
positivo.
Las
relaciones internacionales admiten más matices y división de opiniones, porque
el 40% están a favor de las políticas de Obama y el 35% están en contra. Unos
dicen que Estados Unidos no debería intervenir militarmente en Siria; tampoco
vender armas a los rebeldes contra Bashar Al Asad. Otros dicen que Obama
debería impulsar el cambio democrático en Egipto, en vez de apoyar a los
militares. Muchos creen que Estados Unidos debería ser más duro con Corea del
Norte, versus los que piensan que Obama debería sentarse a negociar con Irán,
ahora que un presidente menos radical acaba de ser elegido.
Lo que
a todos preocupa es China. No solo porque sigue teniendo 1,264 trillones de
deuda pública americana (el 26% del total o, si se tiene en cuenta solo la
deuda pública que está en manos de inversores privados, excluido el gobierno,
ese porcentaje alcanza el 47%), sino porque sigue queriendo disputar a Estados
Unidos el papel de primera potencia económica del mundo. Las previsiones de
Goldman Sachs, que anticipaban que en 2016 China alcanzaría en PIB a Estados
Unidos (no en producto interior bruto per cápita) no se cumplirán, por mucho
que Estados Unidos crezca sólo el 2,2% en 2013 y China alcance el 7%. La
cuestión es que, para Norteamérica, ese crecimiento, siendo moderado, es
suficiente, mientras que en el caso chino, pasar del 8% al 7%, significa poner
de manifiesto los fuertes desequilibrios de su economía.
Los
chinos están embarcados en una “guerra de ciberespionaje”, por la que
organizaciones vinculadas al ejército (“The Comment Group”) espían los
ordenadores del Pentágono, la CIA y empresas tecnológicas y medios de
comunicación (Wall Street Journal y the New York Times, por ejemplo). Este
espionaje ha sido objeto de conversaciones y disputas entre Barack Obama y el
presidente chino, Xi Jinping durante todo el año 2013 y, en julio de este año,
es el tema central de un encuentro sino-americano del máximo nivel.
Como
hemos sabido por las revelaciones de Edward Snowden, también Estados Unidos ha
espiado a países amigos y enemigos, al igual que lo hacen Rusia, China, Reino
Unido y Francia, entre otros. El Gobierno americano no ha actuado solo, y
tampoco lo ha hecho al margen de la ley. Las “Patriotic” y Surveillance” Acts,
o Leyes Patriótica y de Vigilancia, permiten que los jueces den cobertura legal
a las actuaciones del Gobierno: un total de 550 millones de personas han sido “espiadas
en sus comunicaciones”. Siempre teniendo en cuenta que la Seguridad Nacional es
lo que estaba en juego o, en otras palabras, evitar atentados terroristas y
localizar a sus potenciales autores.
El
Gobierno americano ha contado con la colaboración de empresas tecnológicas,
operadoras de telecomunicaciones, conglomerados de Internet y redes sociales y
los ISP o proveedores de acceso a Internet: Microsoft, Google, Facebook, Apple,
Verizon, Yahoo y otras muchas empresas han colaborado con las autoridades: la
CIA, la NSA o el FBI. Durante meses, la población general americana no ha
penalizado al presidente Obama por ordenar llevar a cabo dichas escuchas; solo
recientemente, en la primera mitad de julio, por un mínimo margen estadístico,
son más los que no están de acuerdo con Obama –en este punto-, que los que le
apoyan. El motivo es sencillo: Obama fue elegido presidente porque prometía “hope
and change”, esperanza y cambio; un tipo de política muy diferente de la de su
predecesor, George W. Bush. Esto le dio estatura moral y legitimidad: cuando
propios y extraños se han dado cuenta de que Obama –como presidente, como
comandante en jefe-, actúa de manera parecida a la de Bush, muchos en la
izquierda se han llevado las manos a la cabeza. En cambio, Obama está haciendo
todo lo posible por avanzar su agenda más liberal, en cuestiones morales, como
el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo y el control de armas de
fuego.
Esto
explicaría una posible electoral demócrata si se celebraran hoy elecciones
legislativas, que no tendrán lugar hasta noviembre de 2014. Hoy, al menos, en julio
de 2013, los demócratas ganarían a los republicanos por un estrecho margen del
+2,4%. Por supuesto, este dato hay que “cogerlo con pinzas”, porque aún falta
mucho tiempo para que se celebren esas elecciones. Más aún, históricamente, el
partido del presidente no suele ganar esas elecciones de mitad de mandato. Las
excepciones más notables en el último siglo, las consiguieron los demócratas
con Bill Clinton en 1998 y los republicanos con George Bush en 2002. En el primer
caso, Clinton presidía un país en plena expansión económica, y, en el segundo,
Bush tenía el apoyo de toda la nación tras los atentados del 11 de Septiembre
de 2011.
En
cualquier caso, son muchos los que están calentando motores, cara a las
elecciones legislativas de 2014 y a las presidenciales de 2016. En el primer
caso, los republicanos tienen que poner su casa en orden y, aparentemente, solo
un hombre como Marco Rubio –senador por Florida- parece ser capaz de hacerlo,
devolviendo a los republicanos su tan necesaria conexión con la actual realidad
económica, política y social americana: los republicanos se apoyan en un
electorado conservador, blanco y envejecido. Han dejado fuera al 15% de hispanos,
el 13% de afroamericanos, y el 8% de asiáticos. Los estudios internos del
partido republicano que ha conocido ADVICE Strategic Consultants, dicen a las
claras que los republicanos necesitan conectar de nuevo con la sociedad si no quieren
convertirse en un partido minoritario, sin posibilidades de gobernar.
En el
campo demócrata, destaca Hillary Clinton: quienes la apoyan ya han puesto en
marcha la maquinaria electoral, con un Political Action Comittee (PAC),
compuesto por expertos de las dos campañas presidenciales de Obama. Clinton
prepara su tercera biografía, centrada ésta en su paso por la Secretaría de
Estado. Y no para –emulando a su marido- de dar conferencias por todo el país,
cobrando por cada una no menos de 200.000 dólares. En una ocasión, en abril de 2013, ingresó 750.000 dólares por
una conferencia. A este ritmo, en 2016 tendrá suficiente dinero como para
financiar una exitosa campaña presidencial, en el caso de que decida anunciar
su candidatura a presidenta.
Publicado previamente en Mi Blog de Cinco Días EE.UU y Mercados Emergentes
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