martes, 17 de septiembre de 2013

La victoria depende de un 1%

Faltan 48 horas para saber quién será presidente en Estados Unidos. Durante meses hemos leído muchas encuestas publicadas por los medios de comunicación. Las encuestas preelectorales no suelen predecir el resultado: tienen poca muestra, índice de confianza bajo y demasiado margen de error. Además, medios y partidos políticos las utilizan para influir en el electorado: movilizar el propio y desmoralizar al contrario. Su utilidad es señalar tendencias, no acertar el _resultado.

El empate técnico en voto popular entre Romney y Obama (47%) es tal que, por vez primera en décadas, los institutos de opinión están haciendo buenas encuestas, a dos días de celebrarse las elecciones, con sobremuestra, índice de confianza del 95,5% y margen de error del 2,3%. Son consultas nacionales y, también, hechas en los estados bisagra más relevantes, para inclinar la balanza a favor de un candidato u otro: Ohio, Florida, etc.

Prestando atención solo a estas encuestas -una docena- de entre las más de 60 publicadas por diversas fuentes, entre el 1 y el 4 de noviembre, es posible apreciar conclusiones interesantes sobre cuál podría ser el resultado. Las encuestas más sólidas dan la victoria a Obama en estimación de voto popular, en un 3% sobre Romney. Las menos sólidas otorgan la victoria al presidente por el 1%. Solo una buena encuesta da la victoria a Romney (+1%). El voto popular, en una situación de empate técnico, no es significativo de cara a la victoria final, puesto que lo verdaderamente relevante es obtener más de 270 delegados en el colegio electoral: Obama podría ganar en voto popular -donde la media aritmética de las mejores últimas encuestas, que no son las de Real Clear Politics, le dan la victoria pírrica del +1,3%, en toda la nación- y perder en número de delegados. O no.

Lo mejor de las buenas encuestas es lo que el ojo no ve, pero la mente concluye, al estudiar las intimidades de los estudios. Así, la probabilidad estadístico-matemática de que Obama gane es del 86,3% (a Romney le quedaría el 13,7%); el presidente obtendría el 50,6% del voto popular versus el 48,5% de Romney; Obama ganaría 307,2 delegados y Romney, 230,8. Según este modelo, Obama habría ganado Ohio y Florida (los dos estados bisagra con mayor número de delegados), obligando a Romney a, necesariamente, vencer en el resto de swing states, potencial realidad plausible, aunque estadísticamente improbable: hasta en el estado de Massachusetts, del que Romney fue gobernador, las buenas encuestas dan 20 puntos de ventaja al presidente Obama. No sería así en Nevada o en Wisconsin, donde Obama vencería solamente por un punto.

Como Kennedy versus Nixon en 1960, Obama necesita un 1% de voto popular de ventaja frente a Romney, para llevarse de calle el colegio electoral. Y en ese 1% estarían incluidas las victorias de Obama -aun simbólicas, incluso por un voto- en estados tan bisagras y claves como Ohio, Florida, Nevada, Virginia, Iowa, New Hampshire y Wisconsin.

Se ha hablado hasta la saciedad de que, por este orden, la economía y el paro, la sanidad y la política exterior decidirán el resultado electoral. Cierto; pero quien tiene una visión concreta sobre estos temas no es un ente amorfo llamado población general registrada con intención de votar. Con una participación estimada del 57%-58%, en línea con elecciones anteriores, cada votante tiene una idea concreta sobre su visión de Estados Unidos, el sueño americano, su situación económica personal, la de su familia, cuánto le cuesta la gasolina y la cesta de la compra, si su salario ha aumentado, decrecido o mantenido estable en estos años, si tiene más o menos poder adquisitivo y/o de compra, si puede ahorrar o no, pagar la hipoteca o, por el contrario, le han desahuciado y se ha quedado en la calle. Son 100 millones de votos, grosso modo. Imposible hablar de cada uno de ellos en esta tribuna. Podemos escribir de estados y de segmentos de población según variables sociodemográficas.

De los estados bisagra ya hemos dado una pincelada. Los hispanos: 50 millones ciudadanos americanos, según el censo de julio de 2012. Pueden votar 23,7 millones o un 7,8% del censo electoral nacional. Hoy, el 70% votaría por Obama y un 25% por Romney.

La campaña republicana se ha propuesto aumentar ese porcentaje en 5 puntos y obtener el 30% del voto latino. No hablamos de los 12 millones de hispanos ilegales, lógicamente. Aunque las leyes sobre inmigración de estados como Arizona -permiten detener, pedir papeles y expulsar del país a una persona si la policía piensa que es latino ilegal o alien, tan solo por su aspecto físico- han alienado -sin cursiva- el voto latino de los republicanos y lo han arrojado en brazos demócratas. En Florida hay 2,089 millones de hispanos con derecho a voto (15,9% del censo); en Nevada son 268.000 hispanos (15,1%), y en Colorado hay 484.000 hispanos o 13,7% del censo electoral registrado y con intención de votar.

Católicos: suponen un tercio de los votantes registrados con intención de votar. Aunque los católicos no son un bloque uniforme, blancos, humildes, de clase trabajadora y origen irlandés, como hace 60 años, es obvio que ningún candidato podría ganar si tuviera en contra el voto de los católicos: hoy, un 48% votaría por Obama y un 44% a favor de Romney.

Si a los hispanos les preocupaba la inmigración y la reunificación familiar, resumiendo hasta el infinito, a los católicos les importan dos cuestiones: a unos, los temas morales como el aborto, el divorcio o el matrimonio entre personas del mismo sexo; a otros, la justicia social en un país con 50 millones de pobres, que viven de la beneficencia pública. Los primeros votan a Romney y los segundos, a Obama.

También hay mujeres, jóvenes, minorías (afroamericanos, asiáticos) y blancos de clase media y trabajadora que mayoritariamente votarán a Obama: si estos colectivos, junto a católicos e hispanos, acuden a votar en masa, se cumplirán las estimaciones arriba mencionadas y Obama ganará las elecciones: en voto popular, siquiera por un 1% y en delegados electorales.

Publicado previamente el 6 de noviembre del 2012 en Cinco Días

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